Revista Sociedad

¡Kaja…ntástico! (IV)

Publicado el 02 septiembre 2013 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Capítulo 2: Sangre en la arena

He visto sistemas planetarios enteros crearse y ser arrasados en lo que vuestros mortales corazones laten una sola vez. Y mi corazón permaneció desprovisto de emoción… de empatía. Yo… no… sentí… nada. Millones de vidas malgastadas ¿Acaso compartían vuestra tenacidad? ¿Amaban la vida como vosotros?

Algalon, el Observador

Parte 1: Kelbur

Kelbur Martillotenaz apareció de improviso a escasos metros del grupo de exploración Gol’kosh, que en la lengua de los orcos podía traducirse, de forma literal, por el famoso grito de guerra “¡Por mi hacha!”. Al posar sus ojos frente al enano, Krozvag esbozó una mueca de satisfacción; mientras tanto, el resto del pelotón miró de reojo a su superior, esperando órdenes.

Lok’tar ogar! —gritó el orco, empuñando una gran hacha de guerra que descolgó toscamente de su espalda.

Kelbur, sin dilación, cargó martillo en mano contra la pierna de un ogro que se había apresurado a lanzar varios tótems en la fangosa tierra cercana al río. Tras él, se había posicionado un trol excepcionalmente alto junto a un goblin; el primero llevaba un arco largo y, probablemente, se disponía a echar mano al carcaj cuando advirtió que el goblin ya había desenfundado sus dos pistolas y lanzado una potente llamarada de fuego violáceo, que Kelbur tuvo que sortear antes de alcanzar la posición del ogro.

El enano levantó la maza y lanzó un golpe tremendo contra la pierna de su enemigo más cercano. La rodilla del ogro se quebró con un fuerte crujido y, mientras este se desplomaba contra el suelo, las ascuas de sus manos, que todavía no habían terminado de prender, se apagaron de improviso.

Algunas balas impactaron contra la cota de malla del enano antes de que pudiese parapetarse tras un árbol. Allí, se encontró cara a cara con el jefe orco, quien arremetió con furia contra el musculoso torso del hijo de Forjaz. Kelbur recibió un golpe en el tórax y voló varios metros hasta caer contra unas hierbas de altura considerable. En los escasos dos segundos durante los que siguió consciente, pudo ver como su cabra de montar yacía muerta cerca del río y el orco corría hacia él. Después, la oscuridad conquistó su iris y la sangre, ya inútil, empezó a brotar.

Parte 2: Viktzar

Cuando Viktzar Colmilloroto del clan Crines de Acero despertó, un dolor atroz le corría por todo el rostro. Su porcina cara había sido atravesada por un hacha de guerra antes de que el resto de su clan se lanzase contra los brutos de la Horda. Las imágenes se arremolinaban inconexas en la mente del jabaespín a causa de la fiebre, pero al ver los cadáveres de Raghz y Trechknet a su izquierda recordó cómo habían sacado ventaja del ataque de aquellas criaturas verdes al campamento.

Jabaespín

Ejemplar de jabaespín (quilboar) adulto.

El alba amenazaba y, con ella, la obligación de proseguir ese horrible y árido camino hacia las tierras de los orcos y el fin: esa no era muerte para un campeón Crines de Acero. Su muerte debía producirse en el campo de batalla, en combate singular o contra todo un ejército. Así que cuando uno de los brutos fue a mear, Colmilloroto le arrancó la mano entera de un mordisco, cogió el puñal del cinto… y, para cuando quiso darse cuenta, aquellas alimañas verdes estrangulaban y golpeaban con una rabia inmensa a jabaespines y orcos por igual.

Sus compañeros, prendidos de pies y manos, no pudieron defenderse, pese al empeño, y unos golpes certeros y mortales pusieron fin a su cautiverio. Viktzar se cubrió con el hacha del bruto caído; primero, cargó contra una viscosidad monumental de un verde azulado, a la que rajó el rostro y el torso; después, comprobó cómo las plantas y los árboles se volvían agresivos por igual, agarrando y golpeando a los cadáveres de sus compañeros y de los orcos incluso después de muertos, como si no entendiesen la diferencia entre la vida y la muerte, entre la barbarie y la maldad de los dioses antiguos. Entonces, uno de los guardias, aprovechó que el jabaespín le dio la espalda para lanzar un golpe contra el rostro del prisionero. Justo en ese instante, Viktzar Colmilloroto volvía a girar la vista hacia el grupo de orcos y hombres cerdo. Cayó inconsciente.

El sueño y la vigilia se disputaron la batalla encima de una pila de cadáveres durante días. En reiteradas ocasiones, Colmilloroto perjuró entre murmullos que obtendría su venganza. Finalmente, empezó a recobrar el conocimiento y notó como su fiebre se extinguía. Cuando abrió los ojos, pudo comprobar como una humana, envuelta en finas telas y sin protección para la guerra, trataba la herida de su rostro con hierbas y ungüentos de fuerte olor, y aquello le perturbó, aunque no tanto como ver frente a él los ojos de su último agresor. Entonces, torció el gesto y una rabia inmensa se apoderó de su mente; detuvo la delicada mano de la mujer y la apartó con toda la meticulosidad que sus zarpas le permitieron, jurando para sí que antes o después tendría su venganza. Y los ojos de los hombres y los Ancestros la presenciarían por igual.


¡Kaja…ntástico! (IV)

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