Revista Cultura y Ocio

¡Kaja…ntástico! (V)

Publicado el 06 septiembre 2013 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Parte 3: Eitrigg

El anciano orco esperó paciente a que el nuevo Jefe de Guerra terminase con las audiencias diarias. Garrosh despreciaba los asuntos menores y no tenía la paciencia suficiente como para tomar en serio lo que él consideraba menudencias. De igual modo, desde su punto de vista, concebía la guerra como una batalla directa, definitiva y mortal, donde la razón y la reflexión eran aspectos prescindibles.

Grom Grito Infernal

Grom Grito Infernal, jefe del clan Grito Infernal, fue el primer orco en beber sangre demoníaca, vinculando a su raza con la Legión Ardiente.

El Fuerte Grommash, bautizado así en honor al gran guerrero Grom Grito Infernal, parecía no haber cambiado demasiado y, sin embargo, a Eitrigg nada se le asemejaba a cómo fue antaño. No supo decidir si, esta vez, la Horda había perdido su rumbo o, finalmente, había caído en aquellas ñoñerías del viejo que anhela el tiempo pasado. En su mano apretaba nervioso su informe bimensual de las Estepas Ardientes, que reseñaba los avances entre el Puesto Cincelada y el Peñasco Llamarada, en las lejanas tierras del este, donde su hijo Ariok había sido designado para controlar, en su ausencia, los ataques de los Roca Negra: su antiguo clan.

Garrosh le miró con desinterés y le hizo una seña a uno de los miembros de su guardia de élite. Este, tras saludar al anciano orco, dijo:

—El Jefe de Guerra me ha pedido que le comunique que hoy no tiene tiempo para reunirse contigo, Eitrigg. Yo cogeré el informe de Roca Negra.

—De Cincelada y Peñasco Llamarada —corrigió Eitrigg, imaginando que Garrosh no había usado Roca Negra como lugar, sino más bien como un apelativo.

El viejo orco soltó los papeles en la mano del kor’kron y decidió que lo mejor que podía hacer era darse media vuelta y cabalgar a lomos de su lobo de guerra hasta el próximo barco que zarpase de Trinquete. Entonces, el Jefe de Guerra llenó con su voz toda la sala.

—¡¿QUÉ?! ¿¡QUIÉN entregó ese informe!?—gritó Garrosh, a escasos centímetros de los cuernos de un tauren a quien Eitrigg nunca había visto—. Decretad que el zepelín vire de inmediato. Yo no ordené que ese paquete abandonase Orgrimmar… ¡Ni tan siquiera el Valle de la Fuerza!

El Jefe de Guerra golpeó unas picas de madera a su diestra con el puño desnudo, y estas se inclinaron ante su fuerza.

—¡Y avisad a esa cazarrecompensas goblin que viaja hacia Grom’gol! Si es demasiado tarde para que el barco volador dé la vuelta, ¡que se una inmediatamente al grupo expedicionario de Rhazgohr por orden expresa del Jefe de Guerra!

Después, agarró a uno de los kor’kron por debajo de la coraza y lo levantó del suelo. Y averiguad qué clase de perro sarnoso ha manipulado las órdenes de vuestro Jefe de Guerra. ¡IN-ME-DIA-TA-MEN-TE!, rugió.

Parte 4: Szatb

Szatb Chispabrillante podía ser muchas cosas. En el pasado, podía haber sido una raterilla más durante su infancia en Minahonda, una guerrera incompetente, una compañera poco honorable, una pésima consejera, y una goblin mentirosa, grosera y demasiado libidinosa pero, por encima de todo, era la cazarrecompensas más astuta que podía uno encontrarse en cientos y cientos de millas.

Cuando, por fin, el humano que se escondía bajo la escalera de servicio, como una rata asustada, de los malvados y grandes orcos decidió lanzarse contra la delicada y dulce goblin, una sonrisa afloró entre los labios de la guerrera; al instante, activo el emisor ultrasónico integrado en el cohete cinto —regulado por la interfaz secundaria del churumbele de inducción—, y desató un (pequeño) infierno justo en el rostro de aquel pícaro imbécil. El pícaro dejó caer las dagas e impactó contra el suelo del zepelín y, entonces, fue la goblin quien desenfundó un arma de fuego, y apuntó al humano.

—Y ahora, por tu propio bien, repta de nuevo hacia el hueco de la escalera y escóndete como el perro cobarde que eres —dijo Szatb—; ¡ah! Y empieza a contar oro, o me encargaré de que tu cabeza aterrice en Ventormenta mucho antes que el resto de tu cuerpo.

El pícaro, dolorido, se incorporó con dificultad y ante los apremiantes pasos de una patrulla de la Horda se lanzó sin demora hacia el rincón más oscuro bajo la escalera. Desde allí, pudo comprobar cómo sus dagas descansaban en el suelo de madera del salón, a pocos metros de la goblin, quien las recogió y las guardó en su zurrón, no sin antes comprobar, para su sorpresa, que era un soldado del ejército de Ventormenta y miembro de su cuerpo de inteligencia: delicioso.

Pocos segundos más tarde, Rhazgohr y tres brutos bajaban a toda prisa las escaleras arma en mano. Al llegar al salón adoptaron una posición defensiva espalda contra espalda y pudieron observar cómo la goblin limpiaba el cañón de su arma despreocupadamente. Szatb estiró los dedos de sus pies hasta hacerlos crujir y los bajó con delicadeza de la mesa donde los tenía apoyados.

—¿Qué ha sido todo ese ruido, Chispabrillante? —preguntó el sargento orco.

—¿Qué ruido?

—Esa EXPLOSIÓN: se ha escuchado en toda la nave —contestó Rhazgohr enseñando los dientes.

—¡Ah! Sí. Nada de lo que preocuparse. El inhibidor de frecuencia propio de los sistemas accionados por un churumbele de inducción puede provocar extrañas fluctuaciones de energía al compilar la materia de forma demasiado caótica sin un estabilizador y un sistema de filtrado de aire adecuado.

—¿Qué?

—Ingeniería goblin —concluyó Szatb—: ya sabe, explosiones, explosiones y… sí, más explosiones. Pero al fin y al cabo funciona bastante bien, ¿verdad? No estaríamos surcando el cielo en un barco trol.

—Supongo —dijo Rhazgohr—; ¡que sea la última vez, goblin! Quiero un viaje tranquilo hasta Grom’gol al menos una vez en la vida, ¿de acuerdo? ¡Ah! Un jinete de viento ha traído un mensaje de Garrosh Grito Infernal: al aterrizar, tú te vienes con nosotros, y no hay peros que valgan.

—Esto… No hay problema, jefe, digo… mi sargento.

El orco hizo una señal a los otros tres soldados, quienes desaparecieron rápidamente escaleras arriba. Lo último que cualquier orco quiere es discutir con un goblin sobre ingeniería, a no ser que haya aprendido ciertos principios técnicos con esperanzas de llevarlos a la práctica; entonces, de lo que tiene ganas es de patear todos los verdes y pequeños traseros que encuentre, como bien sabía Szatb.

Szatb apuntó hacia el hueco de la escalera y se limitó a agregar: “Sal de ahí, humano. Espero que tengas información interesante, o dinero, porque será la única forma en la que nos vamos a entender.”


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