Ésta es la principal conclusión que se puede extraer del amistoso entre Brasil y Tanzania. En un amistoso ante un rival dudosamente homologable, Kaká tocó algunos balones con sentido, y hasta marcó un gol, con el pecho, tras una salida infame del meta africano. Robinho, el futbolista que un día quiso ser el mejor del mundo, hizo otros dos tantos, y el amigo Dunga se cargó de razones a la hora de defender a una Brasil en las antípodas del romanticismo que tantos aficionados, con independencia de sus filias y sus fobias, añoramos. En fin, será el signo de los tiempos.
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