Edición: Sexto Piso, 2017Páginas:196ISBN:9788416677382Precio:17,90 €Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano.George OrwellPoco a poco, sin hacer ruido, Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) se ha afianzado en el panorama literario como una de las voces más sólidas de la nueva narrativa española. Licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Filosofía e Historia, ha recibido becas para la creación literaria, con estancias en el extranjero incluidas, e imparte talleres de escritura. Ha publicado el libro de relatos Los que duermen (Salto de Página, 2012), las novelas El cielo de Lima (Salto de Página, 2014; Premio Ojo Crítico) y Kanada (Sexto Piso, 2017; finalista del Premio Tigre Juan); y ha editado la antología de autores jóvenes Bajo treinta (Salto de Página, 2013). Sin embargo, aún más reseñable es el hecho de que, sin contar con el respaldo de un gran grupo editorial ni haber alcanzado (todavía) la «fama» en su país (entendiendo la fama como ventas notables y/o una presencia mediática significativa en los principales suplementos culturales), ha logrado ser traducido al inglés, el alemán, el italiano, el neerlandés, el portugués y el griego. Dentro de las fronteras nacionales siempre cabe la sospecha; pero, para que en el exterior se interesen por él, algo han tenido que encontrar. A veces, las traducciones son un indicativo excelente del punto en que se halla la carrera de un escritor.Gómez Bárcena, además, va, en cierto modo, a contracorriente, porque no escribe sobre el presente, sino que bucea en el pasado, incluso en otras culturas. Esto, en un momento en el que abundan la autoficción y las novelas con la crisis como telón de fondo (que también tienen su valor, por supuesto), resulta fresco y sugerente, y tampoco hay que obviar el trabajo de documentación que conlleva. Kanada, entrando en materia, se sitúa en Budapest al final de la Segunda Guerra Mundial. El protagonista es un hombre que regresa a casa, a su ciudad, después de la liberación. Allí, se topa con la vivienda semiderruida, la biblioteca arruinada, y el vacío. Aunque quizá el vacío lo lleva consigo. Lo ha perdido todo (la familia, la profesión, los amigos), arrastra el trauma del Holocausto y a su llegada solo lo recibe un vecino. El protagonista, anulado, se encierra en una habitación y deja que el vecino y la esposa de este se ocupen de sus asuntos. Son su único contacto con la civilización, junto con los ruidos, las palabras que oye a través de las paredes, que alimentan su imaginación y lo retrotraen a lo ya vivido. Kanada es una novela sobre un superviviente que ha renunciado a la vida.Con un brillante dominio del tempo narrativo, el autor añade capas al personaje: gradualmente, se desvela que antaño enseñaba astrofísica en la universidad; era un profesor apegado a sus libros, esos libros que destruyeron en su ausencia (un atentado contra una biblioteca, a lo Fahnrenheit 451). Gran parte de la historia se desarrolla entre las paredes de una habitación; el protagonista no se mueve, los vecinos solo se le acercan para cubrir sus necesidades básicas. No obstante, como en La pasión según G. H., de Clarice Lispector, los límites del espacio no restringen el alcance de la obra, sino que lo potencian en su vertiente más honda, existencial. Porque el cuerpo del personaje permanece inmóvil en el presente, pero su mente está lejos, en el pasado, en Kanada. No ha superado su paso por los campos de concentración, y en su memoria bulle Kanada, aquello que llamaban Kanada, de lo que formó parte cuando aún pertenecía a un grupo.Kanada no pretende ser una novela sobre la guerra, sino una aproximación poderosamente literaria al desarraigo, la tortura, la culpabilidad y el desaliento que acechan a quien ha sufrido un episodio traumático. Su composición experimental refuerza esta atmósfera: está narrada en segunda persona, un «tú» intenso, rotundo, con fluir de la conciencia. La elección del punto de vista está justificada, no es un simple capricho estético: de algún modo, el personaje se ha perdido hasta a sí mismo, ha perdido su identidad y no puede expresarse en primera persona; tiene que mirarse desde fuera para canalizar todo el sufrimiento que lleva dentro, como hace Edna O’Brien en Un lugar pagano. Lo mismo sucede con el resto de personajes, que carecen de nombre propio; el protagonista viene de un lugar donde la gente perdió la individualidad, y en su incapacidad para interactuar de nuevo los identifica tan solo por un rasgo, el Vecino, la Esposa, lo que aumenta esa sensación de bruma, de confusión en torno a sí mismo y a las intenciones de los demás.La obra se compone de fragmentos breves, de apenas dos o tres páginas; la información bien dosificada, con un núcleo que se enriquece de manera progresiva, a medida que se le incorporan capas, matices, sugestiones. El hombre vive en el presente (la habitación, el Vecino, etcétera) anclado en el pasado (los restos de sus libros de astronomía, el peso de Kanada), por lo que los tiempos se mezclan en la narración; se palpan la confusión, el desorden, el delirio en el que está enredado el personaje (una «confusión» buscada, y por lo tanto un logro del autor). El estilo, denso y poético, se amolda a la perfección a su contenido, resulta envolvente, hipnótico, feroz; funde al lector en la desesperación, el aislamiento y la locura del protagonista. Sin duda, Gómez Bárcena es un estilista fino y concienzudo, de una gran riqueza de recursos y una contención magistral. El desenlace (impecable) vuelve a poner de relieve la envergadura de esta novela, lo bien atada que está, la «dispersión» calculada al milímetro de esos fragmentos que la conforman.
Juan Gómez Bárcena
Como reza la contracubierta, Kanada comienza donde la mayoría de historias sobre la Segunda Guerra Mundial termina: el regreso de los supervivientes, la imposibilidad de retomar sus vidas anteriores (en este sentido, recuerda a otro libro reciente que aborda la cuestión desde un enfoque distinto, El camino estrecho al norte profundo, de Richard Flanagan). La propuesta de Gómez Bárcena sobresale por su ambición, su voluntad de captar, no los hechos, sino los remordimientos, los silencios, las obsesiones, todo lo que se cuece en la mente de una persona atormentada por el horror humano. La obra posee esa aspereza, esa angustia. A menudo, cuando se califica a un escritor de «ambicioso», se tiende a pensar que tiene unas aspiraciones desmedidas que no cumple. No es su caso: Gómez Bárcena está muy bien encaminado. Después de una publicación tan esmerada como Kanada, ya no hay que darle el tratamiento (sobado y paternalista) de «joven promesa», sino de autor asentado que seguirá haciendo aportaciones valiosas a la narrativa española.