Kanada, de Juan Gómez
Barcena.
Editorial Sexto Piso. 193 páginas. 1ª edición de 2017
De Juan Gómez Bárcena (Santander,
1984) leí en 2014 su primera novela, la celebrada El cielo de Lima. De este
libro hice una reseña en mi blog. En marzo de 2017 acudí a la presentación de Kanada
en la librería Tipos Infames de
Madrid. Mantengo una relación cordial con Juan. Él es quien dirige la revista Eñe Digital y, por tanto, es la
persona a la que envío cada semana mis reseñas para que se publiquen allí. Conocía
la existencia y el argumento de Kanada
antes de que estuviera publicada y de que Juan la hubiera acabado de escribir.
Si en El cielo de Lima Gómez
Bárcena sitúa la acción de su novela en el Perú de principios del siglo XX, en Kanada lo hace en la Hungría posterior a
la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo que en alguna presentación de libros
alguien comentó que Gómez Barcena era uno de los mejores escritores de su
generación y que además era el que menos de él mismo dejaba en sus textos. No
recuerdo quién lo dijo, pero es posible que tuviera razón. Además de ser
licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Filosofía, Gómez
Bárcena ha estudiado Historia, tema por el que siente una gran pasión. En 2011
pasó una temporada en Hungría, y gracias a su estancia en Budapest surgió la
idea de escribir este libro.
Kanada comienza con las
siguientes palabras: «Tu casa sigue en pie. Tenías la esperanza de que se
hubiera venido abajo.» Kanada habla
del holocausto nazi desde un punto de vista particular: el del regreso de los
supervivientes de los campos de exterminio.
Considero que la escritura testimonial más importante sobre los campos
nazis es la de Primo Levi. Su famosa
Trilogía
de Auschwitz está compuesta por Si esto es un hombre, La
tregua y Los hundidos y los salvados. El primer libro habla del año que
Levi pasó en Auschwitz; el segundo del tiempo que transcurre entre la
liberación del campo por los rusos y el regreso a su casa en Italia, donde ya
nadie le esperaba; y el tercero es un ensayo, escrito bastantes años después que
los otros dos libros, en el que Levi hace una reflexión final sobre sus experiencias.
Quiero llamar la atención sobre los siguiente: la parte novelada de la Trilogía
–los dos primeros libros– finaliza justo donde comienza la novela de Gómez
Bárcena. Aquél –el del regreso a casa– fue un momento complicado para Primo
Levi, igual que para cualquiera de los supervivientes a la experiencia terrible
de los campos de exterminio. ¿Qué hacer después de Auschwitz? ¿Se puede retomar
la vida cotidiana después de vivir una experiencia así? Sobre este tema trata Kanada.
En Kanada un hombre regresa
de la guerra a su casa. Allí se encuentra con un vecino, que en la narración
(de fuerte aire simbólico) recibirá el nombre de «el Vecino». El lector se
acerca al texto sabiendo que trata sobre la vuelta de un judío a su casa de
Budapest después de pasar por los campos de exterminio nazis, pero creo que
sería una experiencia extraña leerlo sin haber estado en la presentación, sin
acercarse a la contraportada (ni, claro, haber escuchado al propio autor hablar
de su libro), porque si me he fijado bien, en Kanada no aparece la palabra «judío», «nazi» o términos como
«Segunda Guerra Mundial». De forma muy tangencial, el lector comprenderá que la
ciudad en la que transcurre la historia es Budapest (el nombre de algunas
calles, el Danubio…). Todo esto hace que la narración tenga (al menos en su
primera mitad) un aire onírico y simbólico, un aire de irrealidad que acerca la
novela a un texto de Kafka. Serán
estás primeras páginas sobre la imposibilidad de alcanzar objetivos en
apariencia muy sencillos, bien sea entrar en un castillo (como ocurre en la
novela de Kafka) o salir de una habitación (como ocurre en Kanada).
Un hombre regresa de la guerra a su casa y se encierra en su antiguo
despacho. Hasta allí se acercará el Vecino o su mujer («la Esposa» en la
narración) para llevarle comida o retirar un cubo con sus excrementos, pero él
no querrá salir nunca del cuarto en el que se ha instalado. A veces se asoma a
la ventana y contempla la calle, sin que parezca que comprende qué ocurre en
ella.
El Vecino insta al innominado protagonista de Kanada a «empezar de cero», pero en la página 19 leemos: «Sientes
la tentación de responderle que nada puede comenzar otra vez, que si hay algo
que has aprendido es que nada termina nunca.»
Para el protagonista de Kanada el
tiempo ha perdido su consistencia habitual, ya no fluye en línea recta, sino
que pasado y futuro pueden confundirse, confluir o avanzar en sentido inverso
al habitual. Ésta es una idea que acabará siendo importante en la construcción
de la novela.
El lector acabará descubriendo que el protagonista de Kanada –al que se dirige el narrador del
libro usando la segunda persona– trabajaba como profesor de Astrofísica en la
universidad antes de la guerra. En su cuarto tiene un telescopio estropeado que
se irá recubriendo de carga simbólica, mientras va deshaciéndose de sus libros
o de las plumas de su colchón en la chimenea que arde en la estancia. De nuevo,
será cuestionada la naturaleza del tiempo o la realidad.
Algunos acontecimientos externos irán marcando, sin embargo, el tiempo
de la novela. Sobre todo lo hará el movimiento revolucionario contra la URSS
que tuvo lugar en Hungría en octubre de 1956 (no aparece este año en el texto).
Desde la vuelta a casa del protagonista (presumiblemente en 1945 o 1946 y la
revolución de 1956) han transcurrido unos diez años en los que el Vecino y la
Esposa se han ocupado de él, y a cambio han sacado rendimiento económico a su
casa, al convertirla primero en una casa de huéspedes y luego en una imprenta
clandestina. Estos últimos hechos le causan una profunda indiferencia al
protagonista.
En la segunda parte de la novela, los recuerdos sobre el campo de
concentración se hacen más reales para el profesor y el lector podrá acercarse
a algunos de los rincones más oscuros de su mente torturada.
Durante una temporada me interesó bastante leer los libros
testimoniales que escribieron los supervivientes de la Alemania nazi. Leí
bastante sobre el tema, y lo cierto es que tengo sentimientos encontrados hacia
los escritores que hablan de aquello sin haberlo vivido. ¿Qué legitimidad tiene
un autor nacido en la España de 1984 para hablar de lo que siente un
superviviente judío del Holocausto? ¿Por qué leer un libro como Kanada sin haberse leído todos los
libros testimoniales que escribieron las verdaderas víctimas? Quizás estas
preguntas nos llevan a interrogantes más amplios: ¿existen temas sobre los que
un escritor no deba escribir? Considero que no, que un escritor debe escribir
sobre aquellos temas que considere oportunos, pero que si decide tocar un tema
tan delicado con el elegido aquí debe hacerlo con sumo respeto hacia la verdad
histórica de la que se ocupa. Gómez Bárcena se documentó en profundidad durante
su estancia en Hungría sobre los temas que plantea en su novela y se acerca a
ellos con respeto y sin énfasis excesivos. De hecho, hay reflexiones sobre la
culpa o, por ejemplo, sobre las obras que provienen del terror (las pirámides
de sacrificios mexicanas o las pirámides de pelo, cuerpos… de los nazis) muy
certeras.
Si en El cielo de Lima,
Gómez Bárcena hacía uso de un tono humorístico para narrar su historia, cualquier
vestigio de humor ha desaparecido de Kanada,
que es una novela intensa y sobria, sin ningún exceso verbal, pero muy
trabajada en su precisión terminológica. Si el tono inicial de Kanada es kafkiano, como ya he apuntado,
hacia la mitad prima la reflexión y el tiempo narrativo parece detenerse, para
acelerarse (hacia delante o hacia atrás) en el último tercio, cuando los
recuerdos del campo y el presente histórico de 1956 se entremezclan. Juan Gómez
Bárcena se ha acercado, en su segunda novela, a un material narrativo muy
sensible, que ha sabido manejar con elegancia y precisión. Kanada es una buena y madura novela.