Revista Opinión
Algunos comentarios, siempre apresurados, sobre el Monzón de Robert D. Kaplan. Una de sus tesis, repetida en muchas de sus obras, es que son más importantes las instituciones que su legitimidad. Y eso es algo que cuesta ver desde occidente. Es decir, un país con instituciones que funcionen, ilegítimas, es mejor que un país con instituciones democráticas que no funcionen. Y no hay más que irse a Irak, o la a Siria de los Assad para entenderlo. El caso de Omán es quizá paradigmático: un sultanato absolutista hoy constreñido a una esquina de la península arábiga pero que en tiempos gobernó en Zanzibar y cuyo influjo llegó hasta las islas que hoy componen Indonesia. No es una democracia, pero es un régimen que funciona, y que poco a poco va garantizando escenarios de libertad a sus súbditos que quizá algún día sean ciudadanos. Porque la mejora de las condiciones de vida, en países volcados al mar, es una condición necesaria para pasar el autoritarismo a la democracia. Quizá uno se hace mayor cuando empieza a pensar que, en efecto, no todas las sociedades están preparadas para la democracia porque la democracia, como describió poéticamente Yves Bonnefoy, es hacer sitio a la realidad de los otros. Y para eso se necesita madurez. Mucha madurez. Que se lo digan, si eso, a los europeos de los años treinta...