Bangladés en el libro de Kaplan. Un Estado que sólo aparece en las noticias como proveedor de mano de obra para las empresas. El viejo Pakistán Oriental, separado cuando, entre otras cosas, las élites del occidente del país intentaron imponer el urdu como lengua, y tan pendiente del Monzón como temeroso de las alteraciones del clima. Un país al que el islam llegó tarde (en el siglo XIII) y en el que hasta ahora se vivía una religión moderada, pero que puede cambiar por el dinero sunní wahabita de Arabia Saudí, que cae en un suelo fértil para el radicalismo, al estar abonado de miseria. Un micromundo, en fin, superpoblado y con matices como los de Chittagong, al este del país, una ciudad ubicada en el límite de la civilización indoeuropea y una demostración, dice Kaplan, que lo importante es tener instituciones que funcionen. cercano a Birmania, y alejado de esa urbe que ya es Calcuta y que marca la presencia de una región, Bengala, dividida en múltiples mosaicos.
Calcuta, cuyo nombre hace referencia a la diosa de la muerte es, asegura Kaplan, especial por muchos detalles. Es capital de la única provincia del mundo en la que gobiernan de manera democrática los comunistas, y fue fundada como un destacamento comercial por los británicos en el siglo XVIII: ahí está la legendaria figura de Robert Clive para recordar que, frente a la pseudociencia marxista, la historia la hacen las personas...