Karl Denke, poco después de suicidarse tras ser detenido.
22 de diciembre de 1924
Revista Cultura y Ocio
La posada de Münsterberg estaba regentada por Karl Denke. Era frecuentada por vagabundos y viajeros. ‘Papá’ Denke como lo conocían sus huéspedes, era una persona con una reputación intachable en su pequeña ciudad natal. Tocaba el órgano en una iglesia local y siempre ayudaba a los más necesitados. Los clientes de la fonda se sentían como en casa. Mucha gente iba allí a comer, ya que los guisos de ‘Papá’ Denke eran exquisitos, en especial las salchichas. Pero la posada escondía un oscuro secreto. El 21 de diciembre de 1924 un inquilino del hostal escuchó gritos que al parecer procedían del despacho de Denke, situado en la planta baja. El huésped temiendo que ‘papá’ estuviera en peligro corrió hacia el lugar pero ante su sorpresa, se encontró a un joven que se arrastraba por el pasillo. Al chico le brotaba sangre de la cabeza. Antes de quedar inconsciente dijo que ‘Papá’ Denke lo había atacado con un hacha. La policía arrestó a Denke y en su despacho encontraron documentos y pertenencias de personas que habían sido inquilinos de la posada. En la cocina hallaron numerosos frascos con carne y huesos. Tras los análisis efectuados en el laboratorio, se determinó que el origen de aquellos restos era humano. Según la investigación, los huéspedes de la posada consumían carne humana que les preparaba su querido ‘papá’. Y no sólo eso, sino que la piel de aquellos cuerpos se usó para la fabricación de cintas y correas. Así mismo los productos eran vendidos a los comercios, que tenían la aprobación de las autoridades competentes. La policía logró identificar veinte cuerpos. Se cree, sin embargo, que aquella carnicería particular podría haber albergado alrededor de 40 cadáveres. El número final de víctimas no se descubrió nunca, puesto que Karl Denke se suicidó en su celda unas horas después de ser detenido y lógicamente no pudieron obtener ninguna información del criminal. El asesino escogía muy bien a sus víctimas, puesto que todas eran transeúntes y personas sin hogar que nadie echó de menos. Incluso después de la Segunda Guerra Mundial, se encontraron restos humanos en el jardín de la vivienda de Denke.