Revista Opinión
El 24 de agosto de 1867, en una carta dirigida su entrañable compañero Federico Engels, Carlos Marx alude a su más reciente producción intelectual -el tomo I de “El Capital”- diciendo lo siguiente: “los mejores puntos de mi libro son 1) El doble carácter del trabajo, según que sea expresado en valor de uso o valor de cambio; y 2) El tratamiento de la plusvalía independientemente de sus formas particulares, beneficio, interés, renta del suelo etc.”.
Al formular esta apreciación, Marx puso énfasis en temas en los que venía trabajando cuando estuvo en París, en 1843, y que había abordado también en 1859 en su Crítica a la Economía Política. En otras palabras, dio forma a un concepto esencial que se convertiría en la base de su más elevado pensamiento crítico.
Mucho es lo que podría decirse con relación a estos ítems que tienen capital importancia, y que han trascendido a nuestro tiempo como inequívocas bases de una teoría confirmada por la vida. La creación intelectual de Marx sirvió por cierto para conocer profundamente la naturaleza del desarrollo y más precisamente los rasgos predominantes del sistema de dominación capitalista; pero el mismo Marx, en su momento, diría que la tarea esencial no era interpretar el mundo, sino transformarlo; es decir, luchar para que sobre las ruinas de una sociedad perversa, pudieran los trabajadores erigir los cimientos de un nuevo orden social, más humano y más justo.
Al celebrar el 194 aniversario de su nacimiento, debemos recordar que en su tiempo, el “Progress”, vocero del Sindicato de Tabaqueros de los Estados Unidos, lo consideró“el mejor amigo de los obreros y su más grande Maestro”. Al decir esto, interpretó cabalmente el punto de vista de millones, pero quizá no previó que esa formulación sería repetida por multitudes también en el año 2012.
Recordemos brevemente que 8 años antes de la publicación de “El Capital”, cuando el propio Marx evaluó su producción intelectual, reivindicó cuatro de sus obras como las que hubiese querido legar realmente a la posteridad. Una de ellas, por cierto, fue "El Manifiesto del Partido Comunista", editado en 1848. Las otras, fueron “La Miseria de la Filosofía”, el “Discurso sobre el Libre Cambio” y una serie de artículos recogidos después con el nombre de “Trabajo Asalariado y Capital”.
No resulta casual, por cierto, el que haya considerado “El Manifiesto….” como una de sus obras principales si se tiene en cuenta que a través de ella pudo desarrollar la idea de que la historia -toda la historia- no ha sido sino “una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social”. En ese esquema, concluyó afirmando que “la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede emanciparse de la clase que la explota y oprime, sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y la lucha de clases”.
Después de esta afirmación ocurrieron muchos episodios en la historia humana. Uno de ellos fue La Comuna de París, el ejemplo de Primer Gobierno Obrero que asomó en la faz de la tierra. Otro, de mayor profundidad y consistencia fue ciertamente la Revolución Socialista de Octubre, que en 1917 sacudió al mundo desde su raíz y cambió las relaciones de producción a lo largo del Siglo XX. Hoy se sabe, sin embargo, que no todo fue un avance lineal en la historia de los pueblos, que la vida también tuvo contrastes, que el movimiento obrero registró derrotas de las que debe extraer valiosas enseñanzas para volver a avanzar.
La quiebra de la experiencia socialista en Europa del Este y la desaparición de la URSS –la quiebra del denominado “socialismo temprano”- llevaron a algunos a celebrar los funerales de Marx 110 años después de su muerte física, proclamando el fin de sus concepciones básicas. Hubo otros, sin embargo, que “lamentaron”, sibilinamente que un nombre ilustre -como el suyo-, hubiese estado vinculado al de Lenin, “el más fecundo y creador de sus discípulos” -fueron ésas, palabras de Mariátegui en 1925-; o a la experiencia socialista frustrada en la vieja Rusia de los Zares el año 17 del siglo pasado.
Otro argumento que algunos esbozan hoy, parte de la idea de que “la clase obrera ha cambiado”, que “el proletariado, ya no es el mismo”. Deducen, de allí, que el pensamiento de Marx forma parte del pasado y que sus ideas centrales no corresponden a nuestro tiempo; que hoy, los adelantos de la tecnología y de la ciencia consagran un mundo integrado cuyo valor más consistente es la llamada “globalización”. Para quienes así piensan, la existencia de las Clases, y la lucha entre ellas, no tiene ya sentido.
Es bueno subrayar que los cambios en la Clase Obrera, como en la estructura misma de la sociedad, fueron constantes. La clase obrera de 1871 -cuando surgió la Comuna de París-, era distinta a la que existiera cuando en 1864 quedó constituida la I Asociación Internacional de Trabajadores. La Clase Obrera que en 1905 formó las Barricadas de Moscú, era también distinta a la del siglo anterior. Y diferente a todas, era la Clase que en octubre del 17 tomó el Cielo por Asalto y dio los primeros pasos para la construcción de un modelo superior. La Clase Obrera de nuestro tiempo, no tendría por qué ser igual, entonces, a la Clase del pasado. Pero eso, no cambia su esencia, ni el papel social que está históricamente llamada a cumplir.
Aunque resulté reiterativo, debe recordarse que la existencia de las clases, va unida a una etapa del desarrollo de la producción; que la lucha de clases conduce a la Dictadura del Proletariado y que ésta, que tanto horroriza a los filisteos de ayer y de hoy,“no es más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases”. Y es que, de acuerdo a la esencia del pensamiento marxista, los hombres hacen su propia historia, “pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismo, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen, y que les han sido legadas…”.
La perspectiva de la historia, entonces, mantuvo su carácter y su visión dialéctica. Y es que, en definitiva, fue el descubrimiento de la Dialéctica y sus leyes, lo que podría considerarse el aporte esencial del pensamiento marxista. Gracias a ella, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia, pero también la ley específica que mueve el modo de producción de nuestro tiempo: la Plusvalía, inherente a la explotación capitalista.
El mérito central de Marx, sin embargo, fue el de unir al desarrollo de la teoría, una incesante actividad práctica. Ella lo llevó a ser también un combatiente de línea. A integrar la Liga de los Comunistas, el primer partido revolucionario de la historia humana; a trabajar activamente en los procesos sociales de su época, enfrentando incluso las demandas judiciales de aquellos años, como lo acreditara el juicio a los Comunistas de Colonia, en los que se vio envuelto.
Pero también, a fundar la Primera Asociación Internacional de Trabajadores, en 1864; a solidarizarse activamente con la Comuna de París, en 1871; y a vivir toda su vida en condiciones precarias de miseria, pero además de enfrentamiento y lucha, debiendo mudar de país constantemente, salvando los más difíciles escollos de la persecución y el acoso.
Hoy la historia humana se desarrolla en nuevas condiciones. No obstante. Y pese a los augurios de “la modernidad”, las relaciones de producción basadas en la opresión humana siempre constituyen fuente de miseria y no instrumentos de bienestar. En ese marco, y más allá de los deseos de la clase dominante, las ideas de Marx conservan vigencia.
En las condiciones concretas de nuestro país es bueno detenerse brevemente en un aspecto que tiene definida incidencia entre nosotros: Para Marx, el terrorismo nunca fue un método revolucionario. En mayo de 1878 condenó abiertamente el atentado contra la vida del Emperador Alemán y subrayó que solamente serviría para provocar nuevas persecuciones contra los verdaderos socialistas.
Pero aún antes, Marx enfrentó con firmeza las teorías anarquistas de Bakunin, desentrañando su naturaleza desarticuladota y reivindicó más bien los fuertes lazos que unieron siempre la concepción socialista con el ideal democrático.
El tema de la dictadura del proletariado se presta hoy a confusiones. Pero es muy simple. En el seno de la sociedad actual, la democracia burguesa es eso, democracia burguesa. Y al mismo tiempo, es la dictadura de clase de la burguesía sobre el proletariado y otras clases y segmentos oprimidos de la sociedad. En el socialismo, cuando triunfe la causa de los trabajadores, la dictadura del proletariado será también la democracia popular más amplia.
Algunos han juzgado hoy más prudente, no hablar de dictadura del proletariado, a fin de “no asustar” a la burguesía. Pero otros, han optado simplemente por guardar el concepto en el baúl como quien abandona allí un traste viejo.
A los primeros hay que advertirles que el tema no es asustar, o no, a la burguesía, sino ganar la conciencia de las masas. Y a los segundos, hacerles ver que en la dureza de la confrontación social, ellos, pregoneros de la democracia en abstracto, han terminado capitulando ante la dictadura de clase de la burguesía y se han acomodado a su dominio renunciando a la esencia del marxismo, es decir, a la idea de la transformación radical de la sociedad.
Y este es uno de los temas cardinales del debate en nuestro tiempo ¿Hacia dónde marchamos? ¿Hacia la lucha por alcanzar conquistas en el seno de la sociedad capitalista procurando apenas un sistema de dominación menos cruel y perverso? O Buscamos -como dijera Marx- cambiar el mundo de raíz acabando con la explotación capitalista en procura de un régimen social distinto, más justo y más humano: la sociedad socialista. Tenemos la elección en nuestras manos.
Carlos Marx nunca hizo concesiones de principio. Le gustaba repetir un viejo aforismo latino muy usado en la Alemania de entonces: “Suavites in modo, fortites in res” (suaves en las maneras, fuerte en el fondo). Y daba siempre ese sabio consejo a sus camaradas en la Liga de los Comunistas. No hay que olvidarlo.
La etapa final de la vida de Marx fue muy dura. El 2 de diciembre de 1881 murió su esposa Jenny. Dos años más tarde, el 11 de enero de 1883 murió su hija, del mismo nombre. Dos meses después, el 14 de marzo de ese año, sentado en el sillón de su sala, expiró Carlos Marx. Ante su tumba, Federico Engels dijo palabras muy certeras, que deben ser leídas cuidadosamente, meditadas y confrontadas con la realidad. Ellas expresan el sentido de una vida que tiene vigencia en nuestro tiempo. Recordemos, a Engels en 1883: “Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los repulicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”.
Gustavo Espinoza M, Presidente de la Asociación Amigos de Mariategui