Edición: Errata naturae, 2013 (publicado por
primera vez en 1927)
Páginas: 112
ISBN: 9788415217428
Precio: 14,50 €
Anna comenzó de nuevo a pensar. Pero el fátum del amor, que entre millares de seres elige a uno solo, la había elegido. Ley absoluta cuyo origen permanece inescrutable; que es independiente de las circunstancias exteriores, del aspecto, el carácter y las cualidades personales del otro; que es o no es; pesada como el plomo e ingrávida como un aroma; más pequeña que un átomo y tan grande como el mundo; capaz de elevar al hombre a una suprema felicidad y de hundirlo en el dolor hasta hacerle envidiar a una rata. El misterio impenetrable se había abierto en ella. (Pág. 62).
Hace unos meses, a propósito de la lectura de Las flores de la guerra, de Geling Yan, comenté
que los conflictos bélicos me parecen un marco óptimo para contar historias de situaciones límite que serían
inimaginables en un contexto de paz. Por otra parte, también he manifestado
alguna que otra vez mi creciente afición a los libros breves pero intensos, sobre
todo por su capacidad para condensar mucho en pocas páginas. La novela Karl y Anna (1927) encaja en ambas
descripciones y además tiene la ventaja añadida de estar escrita por un autor
que vivió en aquella época, con todo el interés histórico que eso supone.
Leonhard Frank (Würzburg, 1882 – Múnich, 1962), escritor de origen humilde que
tuvo que exiliarse dos veces, durante la Primera Guerra Mundial y con la
llegada de Hitler al poder, logró un gran éxito internacional con esta obra que
ahora recupera Errata naturae.
Durante la Primera Guerra Mundial, dos hombres
trabajan sin descanso en un campo de prisioneros siberiano. Son Richard, el
marido de Anna, y Karl, un chico soltero que no tiene familia. La añoranza y la
monotonía del día a día hacen que Richard le hable a menudo de su esposa, de su
forma de ser, de cómo se conocieron, de los detalles cotidianos irrelevantes
que ahora echa tanto de menos. Su compañero, solitario y retraído, se enamora
platónicamente de esa imagen de Anna; y, cuando los encargados separan a los
dos trabajadores, Karl consigue huir y se marcha a Alemania, donde aprovecha su parecido físico con Richard
para hacerse pasar por el marido de Anna. Y hasta aquí puedo contar.
Dicen los editores de Errata naturae que sus libros son reivindicativos, y este es un buen ejemplo de ello, porque invita a pensar
desde el primer momento: ¿qué haríamos en el lugar de Anna, una mujer que lleva
cuatro años esperando a su marido y de repente encuentra a un desconocido en
casa?, ¿somos capaces de entender a Karl, un hombre que consuela su soledad con
fantasías sobre la esposa de su amigo? Aunque han pasado casi cien años desde
su publicación y las circunstancias socioculturales han cambiado mucho, Karl y Anna plantea temas que todavía
tienen vigencia, como el poder de los
sueños, la esperanza y la imaginación —en forma de amor platónico para
Karl, pero de certeza para Richard— para
mantener las ganas de vivir en un momento en el que la realidad las quita
(en cierto modo, a veces la literatura misma adopta ese papel, es como un
Richard que cuenta historias que ocupan la mente de su colega decaído). Aún más
importante es la cuestión de conocerse: ¿cuándo podemos decir que conocemos a
una persona? ¿Cuando sabemos sus costumbres, sus manías, sus ideas, como Karl?
¿Cuando la hemos tratado cara a cara, como Richard? ¿Realmente llegamos a conocer a alguien de verdad? En la era de las telecomunicaciones este asunto tiene más interés que nunca. Leonhard Frank
no pretende dar respuestas ni transmitir un mensaje moralizante; lo suyo es
plantear preguntas, buenas preguntas, y dejar que el lector reflexione.
Karl y Anna demuestra que se puede narrar una historia de gran
tensión narrativa que, además de intrigar por el cómo-se-resolverá-todo y
emocionar por su tratamiento del amor, se disfruta línea tras línea por la
profundidad de todo lo que está implícito en ella. Los papeles de los
protagonistas resultan interesantísimos: Karl, que con su engaño trastoca la existencia
de los tres; Anna, porque sin buscar nada se tropieza con todo y al final se
convierte en la pieza decisiva; Richard, por ser el presente ausente, el
recordatorio constante de lo que era antes la vida. En cuanto a la ambientación
histórica, merece la pena destacar el retrato de las mujeres solas en casa mientras sus maridos estaban en el frente,
obligadas a buscarse las habichuelas y a lidiar con la incertidumbre de no
saber si volverían a verlos (y con la hipocresía del entorno, por supuesto).

Leonhard Frank
En general, Karl y Anna me ha parecido una nouvelle sutil, elegante y precisa, de ritmo ágil y estructurada de tal forma que recuerda a una obra de teatro —no en vano se representó en diversos países—, con el escenario y los personajes de cada capítulo perfectamente delimitados, y unos secundarios (los vecinos) que actúan como coro. Al pensar en el libro me vienen a la mente conceptos como el amor, el paso del tiempo, la distancia, el deseo y el deber, la desesperación, la soledad, la supervivencia. El desenlace, brillante, consigue que la obra perdure un poco más, que el lector siga pensando en ella, maravillándose por los abrumadores efectos que puede llegar a tener una decisión. Me reitero en que una trama como esta solo tiene cabida en el contexto de una guerra, cuando las reglas de lo que llamamos normalidad se rompen. En definitiva, una novela para leer con pasión y releer con calma que no defraudará a quienes disfruten de las historias que van más allá del entretenimiento y tienen un trasfondo significativo. Muy, muy recomendable. Las fotografías pertenecen a la película Desire Me (1947), inspirada en la novela.