Revista Cine
Tenía muchas ganas de leer Karoo, la novela que el guionista Steve Tesich no pudo publicar en vida (murió a los 53 años). Tesich escribió los guiones de varias películas de los 70 y los 80 (las más célebres son El ojo mentiroso y El mundo según Garp, donde adaptó a John Irving). Karoo (con una cubierta exquisita de Miguel Brieva) se ha convertido en una especie de libro de culto, fundamentalmente en Francia, donde recibió el Premio Mémorable 2012 de la Asociación de Librerías Independientes. Para mí, sin embargo, ha resultado un libro irregular, desigual, fascinante a ratos y aburrido en ocasiones.
La primera mitad (más o menos) me parece admirable, con sentencias y situaciones plagadas de un humor corrosivo. El protagonista, Saul Karoo, es un “reparador” o “reescritor” de guiones: un tipo, como tantos hay en Hollywood, al que contratan para que arregle los guiones de otros, les quite la paja y los deje listos para funcionar. Se trata de un hombre metido de lleno en varios fracasos, víctima de los achaques propios de la mediana edad, y que sufre extrañas enfermedades y síntomas increíbles, entre ellos el de no ser capaz de embriagarse por mucho alcohol que beba (y eso le lleva a fingir sus borracheras, para que nadie se sorprenda). Cada diálogo, cada descripción del narrador Karoo, nos hace reír y nos mete de lleno en lo que significa no ser más que un revisor de guiones que convierte algo artístico en algo comercial (un tema que a mí me interesa bastante por su vinculación al cine). Sin embargo, hacia la mitad del libro la vida de Karoo empieza a tomar otro rumbo. No es exactamente una redención (el tipo es incapaz de cambiar e incluso de tener sentimientos auténticos de amor), pero se le parece. En ese momento la novela deja de ser tan divertida; Karoo ya no es tan atractivo como personaje y empieza a hacer otras cosas, a apostar por una mujer y por su hijo adoptivo. Y, para mí, la segunda mitad cae en picado. Se estrella. Y tuve prisa por acabarla. Os copio un extracto magnífico del principio (y atención a lo que dice, ya que el propio Tesich murió de un ataque al corazón, y me huelo que, en parte, el personaje principal está inspirado en él mismo):
Estaba claro. Yo tenía la edad en que todo se estropea. La probabilidad de que alguien de mi edad desarrollara cáncer de próstata era elevada. Y también otros cánceres. De bazo. De páncreas. De pulmón, claro. De pulmón, por supuesto. Después de tantos años de fumar. Pero el cáncer no era la única amenaza. El asesino número uno de los hombres blancos de mi franja de edad era la patología del sistema cardiovascular. Después de tantos años de fumar, de beber y de zampar raciones suicidas de chuletas de cordero y patatas fritas de sartén. Arterias obturadas. Como líneas telefónicas obturadas. Y todo el tiempo, por muy bien que lo hiciera todo, se me iban muriendo docenas de millares de neuronas, de manera que, incluso en el caso de que consiguiera evitar los ataques al corazón y los distintos tipos de cánceres, me esperaba la recompensa de la senilidad.
[Seix Barral. Traducción de Javier Calvo]