Habías llegado hasta allí engañada, como tantas otras compatriotas tuyas. Te habían prometido trabajo en España. En la hostelería. Y lo que encontraste fue el infierno. Secuestrada, maltratada, vejada, amenazada, obligada a ejercer la prostitución en aquellos pisos inmundos, en aquellos tugurios sucios y deprimentes, en esos sórdidos bares de carretera de mala muerte, de los que te cambiaban de vez en cuando no fuera que algún cliente encaprichado se enamorara de ti e intentara sacarte de allí. Por eso os sustituían por otras cada cierto tiempo. Y eran implacables con las que intentaban escapar o irse de la lengua con la policía. Lo normal, si no se obedecía, eran las palizas, las quemaduras con el cigarro, los cortes con navaja… Aquella gentuza mafiosa no tenía escrúpulos. Solo les interesaba el dinero. Y tú eras un objeto, una simple mercancía, no una persona.
La situación en tu país era mala. La caída del comunismo agrandó el abismo entre los ciudadanos. La mayoría perdió poder adquisitivo, mientras que una nueva clase de aprovechados dedicados a los negocios vio la ocasión propicia para forrarse. De las cenizas del socialismo soviético renació un ave fénix oportunista que se fue apoderando de los recursos naturales del país… A partir de 1991 varios millones de rusos perdieron su trabajo y hubo un cambio salvaje en la estructura de la propiedad, privatizándose una multitud de empresas. Fue el inicio de un cambio terrible. La miseria creció de forma alarmante entre tus paisanos. Muchos no tenían ni para comer. Por eso, como muchos compatriotas tuyos, decidiste dar el paso e irte a buscar fortuna a Europa. Te prometieron esto y lo otro. Tú te lo creíste porque necesitabas creer en algo. Y te engañaron.Una trama mafiosa compuesta por rusos y españoles tenía todo preparado. El falso contrato, el viaje, la casa donde ibas a residir… Al llegar a España cambiabais de propietario. Los mafiosos de aquí compraban a los que os habían secuestrado la deuda contraída por vosotras y vuestra explotación cambiaba de manos. Los gastos originados por la compra de los billetes y de los visados, incrementados ahora por los derivados del alojamiento y la manutención, pasaban entonces a ser gestionados por otros nuevos amos. A través de la Embajada francesa en Moscú se habían expedido vuestros visados Schengen en 2003. El viaje se hacía primero en autobús hasta Varsovia. Una vez que se entraba en el espacio comunitario, el traslado era en avión hasta la ciudad de destino: Madrid, Barcelona o Málaga. El encargado de gestionarlo todo era un hombre al que no llegaste a conocer, propietario de varias agencias de viajes en tu país. Continúa... Fragmento de un capítulo de "En la frontera". Un pdf de descarga gratuita.