El balcón, la noche, el Mother Ganga... y el ruido, la música. Salí de la habitación. ¿Qué pasaba? Era una ceremonia, desde un botecito un grupo de hombres lanzaba al río dioses de barro. El Ganges olía a incienso. Las velitas brillaban flotando en sus aguas. Ella también salió de su habitación. Y lo disfrutamos juntas. También viajaba sola. ¡Qué alegría! Había más como yo en el mundo, locas que viajaban solo acompañadas por sí mismas. Cenamos en la terracita de arriba, conocimos a Fabiola, que también, ¡sí, también! viajaba sola.
Katja y yo conectamos desde el primer segundo. Voy a Bodhgaya, le dije, tres días. ¿Bodhgaya? Nadie va a Bodhgaya. ¿Puedo ir contigo?, preguntó ella. No hacía falta una respuesta. Compartimos tres días que no pueden describirse. Viendo una fiesta en el Ganges había conocido a la mejor compañera de viaje que he tenido jamás. Todo fluía entre nosotras con una naturalidad pasmosa, no había decisiones complicadas, ni una sola discusión, mil risas desde el fondo del alma. Era como si nos conociéramos desde siempre, como si las dos supiéramos la senda por la que teníamos que caminar en ese momento de nuestra vidas. Y curiosamente ambas sendas coincidían. Hasta que volvieron a separarse, ella se quedaba en Varanasi, yo iba rumbo a Agra. Lloré un poquito su ausencia. A veces le caen a uno por dentro trozos de algo (de nostalgia, de ternura, incluso de fracaso), le estripan el alma y le sacan las lágrimas. Sabía que la iba a echar de menos. Y que la quería, porque a veces hace falta un segundo para querer a alguien.
He tenido la dicha de conocer a lo largo de mis 29 (aún) años a personas increíbles, de tener relaciones espléndidas, algunas que son casi como postres: deliciosas,aromáticas,dulces.
Con Katja tuve una conexión especial. Esas son de mis favoritas. Las conexiones repentinas, sorpresivas, incomprensibles incluso. Especiales. Las he tenido mezcladas con amistad, o con amor, o con sexo apasionado de una noche (o de tres). Hay de muchos tipos. Pero son pocas. Raras como un bicho en extinción. Y lo mejor es que no se rompen.
Aun cuando a veces no nos veamos, o no nos escribamos, aunque solo recordemos... Queda un hilito que nos une: finísimo, brillante, aparentemente frágil pero en realidad super fuerte... como el de las telarañas.