Durante la Guerra Fría, en las instalaciones de El Polígono, en Kazajistán, la Unión Soviética detonó más de cuatrocientos artefactos nucleares para probar y perfeccionar su arsenal atómico. Tras la disolución de la URSS, el recinto fue desmantelado pero la crisis había llegado a la región para quedarse, por lo que algunos traficantes sin escrúpulos comerciaron con restos de uranio y plutonio. Terroristas islámicos compraron núcleos de plutonio-239 que guardaron para posterior uso. Ahora, los temores aumentan en Occidente cuando se descubre que, con el debido conocimiento técnico y uno de esos núcleos, resulta posible crear una pequeña bomba atómica capaz de arrasar el centro de una ciudad.Es entonces cuando el CNI español encarga a Javier Galarreta (un reconocido policía experto en fronteras y vigilancia antiterrorista) junto a Asha Mikhailova (una agente del FSB ruso especializada en armamento nuclear) la investigación a través de cauces extraoficiales, y por tanto más discretos, del plutonio que falta por encontrar.