John Keats.Endimión.Edición de Paula Olmos y Jorge Cano Cuenca. Cátedra Letras Universaales. Madrid, 2017.
Siempre hallaremos dicha en algo bello:
su encanto aumenta con el tiempo; nunca
se perderá en la nada, pues nos brinda
la calma de un rincón para el reposo
de sueños dulces y benéfico sosiego.
Con esos versos abría John Keats Endimión, el largo poema narrativo que publicó en 1818 y que acaba de aparecer en Cátedra Letras Universales en edición bilingüe de Paula Olmos, responsable de la traducción y del completo estudio introductorio, y Jorge Cano Cuenca, autor de las notas mitológicas y geográficas de este relato poético de más de cuatro mil versos organizados en cuatro libros. Una versión rítmica, no rimada, del poema, como explica la traductora en su Prólogo apologético.
Alejado por igual del sentimentalismo de Coleridge y Worsdworth, los poetas de los lagos, y del malditismo provocador de Byron y Shelley, John Keats (Londres, 1795 - Roma, 1821), el romántico que murió más joven, a los 25 años, fue el poeta-poeta, el más claramente tocado por el don de la poesía y la palabra, el que más prestigio conserva hoy porque su obra ha pasado sin daño por encima del tiempo.
Visionaria y creativa, su poesía presagia a Rilke en su viaje hacia la esencia de la realidad, hacia lo que se agita en las profundidades, una suma de reflexión y creatividad, de meditación e imaginación, de lucidez y contemplación receptiva en la que el poeta se deja tomar por la realidad, que posee al poeta, el que ve como pudieron ver los dioses.
“Él describe lo que ve. Yo describo lo que imagino”, escribía Keats para diferenciar su poesía de la de Byron. Porque en Keats la imaginación no es sólo el motor de la escritura, sino el método para entender el mundo de una manera profunda.
Y esa imaginación que viene de Milton y de Blake se apoya en la subjetividad de los sentidos y se proyecta sobre una naturaleza que en Keats nunca se convierte en símbolo conceptual, sino en pura presencia sensorial, como en estos versos del libro III de Endimión:
¡Qué melodía salvaje y armoniosa encontraba mi espíritu en todo lo que es bello!
En ese largo poema, basado en la historia mitológica del pastor enamorado de la luna, esa subjetividad del poeta se refleja en la figura de su personaje, transformado en prototipo del héroe romántico: “John mira, y es Endimión”, escribió Cortázar en su memorable Imagen de John Keats.
A través de él se genera el verdadero tema del libro: la búsqueda del amor, el cruce de lo ideal y lo real en una indagación imaginativa del poeta en sí mismo y en su lugar en el mundo; un proceso de aprendizaje y asimilación del dolor y la tristeza.
La naturaleza y la imaginación, el mito y los sentidos, la belleza y lo clásico se dan cita en sus largas series de versos que discurren en libertad sin ajustarse a ningún molde estrófico ni genérico, porque al diseño narrativo se superpone muchas veces el destello lírico en la mirada al paisaje. Es el resultado de esa radical libertad romántica que no se encorseta en el molde estrecho de un género.
Termino con otra cita de Julio Cortázar, que señalaba a propósito de este libro, al que regresaba cada poco tiempo:
“Cuando el poeta no ve suficiente belleza en torno, la crea; pero esa creación no se opone, ni sustituye, ni denuncia; esa creación entra en el octavo día, sigue adelante sin desmentir la semana del Génesis.”
Santos Domínguez