Las reuniones familiares y empresariales, las ausencias y la presión de las compras del mes de diciembre aumentan el estrés y la ansiedad.
La Navidad lleva a recordar todo tipo de pérdidas, reflotar viejas peleas familiares o el balance de logros y fracasos; situaciones que dan vida a una espiral de ansiedad que muchas veces se torna insoportable.
Es una época donde los ansiosos la pasan muy mal. Pareciera que la vida se termina en una semana y el nivel de tensión explota, el “espíritu navideño” potencia los ataques de pánico, ciertas fobias específicas (por ejemplo, a comer en público), la ansiedad generalizada (se cree que en pleno festejo pasará una desgracia) y el temor a exponerse en público.
Las personas con trastornos de ansiedad pueden agobiarse en estas fechas porque hay más situaciones de interacción con desconocidos y con un grupo familiar ampliado. Puede que -con gran dificultad- nos expongamos a las reuniones, directamente las evitemos o debamos inventar excusas, con el aumento de tensión emocional que esto implica. Interactuar es un reto permanente.
Encontrarse con otros con quienes no hay contacto el resto del año, la ausencia de un ser querido, el cambio de las rutinas pueden convertir a las fiestas en un calvario para personas con predisposición a sufrir trastornos afectivos y lo que podría ser motivo de festejo familiar se transforma en una espiral con capacidad suficiente para llevar la ansiedad a niveles patológicos.
La ansiedad es parte de un sistema de alarma biológico que prepara al cuerpo para la lucha o la huida, ayuda a identificar peligros y permite crear estrategias de enfrentamiento.
El trastorno surge cuando ese sistema se prepara para recibir un peligro que no existe como tal. Una de las teorias más aceptadas sostiene que el miedo fue necesario en una etapa del desarrollo humano para alejarse del riesgo, superado ese estadio, las fobias serían un resabio, una desviación de ese mecanismo.
Hoy se entiende que la raíz de la ansiedad patológica está en una predisposición que se combina con una historia de vulnerabilidad y un factor desencadenante.
Pero, ¿por qué ese aumento de ansiedad?, debiéramos preguntarnos si en otras fiestas religiosas ocurre lo mismo. No me consta, alguno dirá que la Navidad es claramente superior en cuanto a celebración mundial masiva sumada a que sucede cercana al fin de año, cierre de un ciclo, etc….creo que se trata de una cuestión de percepción del acontecimiento.
Se ha des – ritualizado la fiesta religiosa, cosa que no ocurre en otras religiones, convirtiéndose en un evento de socialización forzosa que inevitablemente potencia cualquier problemática.
Habrá que sumar el tema del consumo casi compulsivo en un entorno de crisis económica. Una conclusión un tanto obvia nos lleva pensar que esa búsqueda del no displacer, de evitar la tristeza en todas sus formas, está destinada al fracaso.Los escenarios se arman: luces en las calles, papá noel, un año que termina. Un obligado impase en la historia personal para asumir una “felicidad”¿?? comunitaria evidentemente no compartida.
Finalmente:
Es poco probable que los habituales consejos para combatir el estrés de las fiestas den resultado porque no se estresa el que quiere sino el que puede. Y se estresará aquél que tiende habitualmente a querer controlar todo, evitar todo tipo de conflictos y rumiar viejos rencores.
Por lo tanto, solo se trata de sentirse sujeto de la propia historia y de aprovechar estas fechas para reconocer los propios logros y recordar que en una semana todo volverá a la normalidad
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