Revista Cultura y Ocio

Ken Follet

Publicado el 21 enero 2014 por Torrens

En mi nota SIGO SIN ENTENDER NADA II, del 19 de junio 2013 me referí a “La caída de los gigantes”, primera novela de la trilogía del siglo XX de Ken Follet  y estoy acabando la lectura de “El invierno del Mundo”, segundo libro de la trilogía, que es tan interesante o más que el primero.

Como en todas las novelas de Ken Follet, aparte su interés literario o novelístico, razón suficiente para leerlas, además en ellas siempre se aprende algún detalle histórico más o menos importante de la época en que el autor sitúa la acción.

Con  “La caída de los gigantes” ya expliqué que en mi caso había conocido datos y detalles que ignoraba tanto de la gestación como del desarrollo de la I Guerra Mundial y de los grandes cambios sociales que provocó en Europa, y en “El invierno del Mundo” hay también mucha información interesante. La historia se inicia en 1933, justo antes del incendio del Reichstag (Parlamento alemán).

Antes de instaurar la dictadura nazi Hitler fue nombrado Canciller electo en dos ocasiones, una a consecuencia de las elecciones de 1932, todo y quedar en segundo lugar, y de nuevo en 1933 en las elecciones posteriores al incendio del Reichstag (que todavía hoy no está claro si lo quemaron los propios nazis o un terrorista holandés), que si las ganó, pero sin alcanzar la mayoría absoluta.

Inmediatamente después de ser nombrado Canciller por segunda vez Hitler presento al Reichstag la llamada Ley de Habilitación, que le concedía prácticamente el poder absoluto durante 4 años, pudiendo legislar por decreto incluso por encima de las normas constitucionales, poder que ya no abandonó hasta su muerte al final de la II Guerra Mundial. Lo curioso del caso, y lo que desconocía, es que pese a no disponer de mayoría absoluta los nazis consiguieron aprobar la Ley gracias al apoyo del partido que había quedado en tercer lugar en las elecciones, el partido de Centro o partido Central (Center Party en el libro), que aglutinaba el voto católico siguiendo las sabias orientaciones de obispos y cardenales.

En la convulsa Europa del período anterior a la II Guerra Mundial la iglesia católica realmente se lució. En Alemania fue el elemento fundamental que permitió a los nazis alcanzar el poder absoluto, en Italia estaba casada con el fascismo y las sotanas eran parte integrante de casi todas las celebraciones y ceremonias fascistas, y en España la iglesia católica formaba parte del propio régimen, continuó integrada en el franquismo una vez concluida la II Guerra Mundial, y todavía hoy día el presidente de la Conferencia Episcopal Cardenal Rouco Varela es el principal impulsor junto al PP del regreso al nacional-catolicismo. Por cierto, el cardenal Tarancón, Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal de 1971 a 1981, tuvo una actuación decisiva para que este país tuviese una transición suave de la dictadura a la democracia, reconciliando de alguna forma a la iglesia con el país, pero algunos de los que le han sucedido, en especial Rouco Varela han destruido totalmente su labor.

Sin demasiado riesgo de equivocarse se podría decir que en Europa la II Guerra Mundial la perdieron nazis, fascistas y católicos.

Podría resultar que si los que según Madrid son de manera casi oficial los nazis catalanes se aliasen con la iglesia católica igual acababan consiguiendo la independencia. Lo que acabo de escribir no tiene ningún sentido, pero es lo que ocurre frecuentemente cuando uno le sigue el hilo a las burradas oficiales o semioficiales en España.

Otro detalle que desconocía en parte es que yo sabía que Stalin estaba loco, pero no tanto. Antes, durante, y por supuesto, después de la guerra, los métodos estalinistas no solo eran igual o más brutales que los de los nazis, además eran absurdos. Buena parte, bastante más de la mitad, de los soviéticos depurados mandados a campos de trabajo de los que raramente regresaban, o simplemente eliminados, fueron condenados en base a presentimientos, manías, obsesiones y paranoias de Stalin sin ninguna conexión con la realidad, y en el libro hay un buen ejemplo de esta locura. En Marzo de 1941, uno de los espías alemanes en Japón descubrió, con más de dos meses de antelación, los planes de la operación Barbarroja para la invasión de Rusia, pero Stalin consideraba que Hitler no rompería el pacto de no agresión que habían firmado antes de la guerra y por atreverse a informar de algo que era contrario a lo que pensaba Stalin, el espía fue depurado. Cuando se confirmó la invasión en junio 1941, en los primeros meses los alemanes avanzaron casi sin resistencia porque el ejército rojo no estaba en absoluto preparado, pero por supuesto, el espía no fue rehabilitado porque Stalin debía ser del PP ya que tampoco se equivocaba nunca, ni tan solo cuando cometía errores garrafales, y quien negaba la infalibilidad de Stalin era depurado. A pesar de la victoria final, este error costó a los soviéticos casi 5 millones de bajas, 3 millones y medio de soldados hechos prisioneros y más de 20.000 tanques.

Por cierto, siempre he oído decir a comunistas y a algunas personas de izquierdas que los pactos entre Hitler y Stalin no fueron una traición a los aliados que aceleraron la invasión de Polonia por ambos y el inicio de la II Guerra Mundial, sino que se justificaban porque de esta manera Stalin ganaba tiempo para preparar el ejército rojo que había quedado muy maltrecho después de la primera ola de depuraciones estalinistas de 1937. Pues parece que no fue así porque las depuraciones continuaban incluso contra quien tenía razón, y a pesar de ser avisado con tiempo, cuando Hitler atacó, el ejército rojo seguía igual de maltrecho que antes de firmar los pactos.

La lucha de los nazis por alcanzar el poder absoluto no se limitó a Alemania, Italia y España, sino que la padecieron casi todos los países europeos, en demasiadas ocasiones con algún tipo de apoyo de la derecha política. En el Reino Unido el partido nazi tuvo cierta importancia y mucha actividad, apoyado por parte de la aristocracia británica y con la permisividad, que en ocasiones y a nivel individual se transformaba en colaboración, de los dos gobiernos conservadores que precedieron al de Winston Churchill, los de Stanley Baldwin y Neville Chamberlain. Los nazis llevaron a cabo grandes manifestaciones, y en el libro se relata una que tuvo lugar en Aldgate, en el centro de Londres que entonces era barrio obrero, y donde la población de la zona se organizó para abortarla.

Aunque hay más detalles interesantes en el libro, solo voy a explicar uno más que se refiere a los aliados. Cuando ambos bandos iniciaron los bombardeos aéreos masivos los objetivos eran militares o industriales, pero a finales de 1941 los británicos decidieron cambiar su orientación, cuando los alemanes ya hacían algo parecido. La lógica, por llamarla de alguna manera, se basaba en que bombardear fábricas era poco eficaz porque se organizaban de manera que la maquinaria e instalaciones podían reponerse en el mismo u otro lugar y en un plazo relativamente muy corto podían estar fabricando de nuevo. Los británicos decidieron entonces colocar en su punto de mira el recurso fabril que era de más difícil reposición: los obreros, y a partir de entonces sus objetivos ya no eran las fábricas sino los barrios obreros. Lógico pero siniestro e inquietante.


Volver a la Portada de Logo Paperblog