Revista Cine
Cuando uno tiene la suerte de verse sorprendido al visionar una película a estas alturas del siglo que vivimos puede realmente darse por afortunado y contento: si además acabada la sesión permanece en el interior la sensación que las neuronas no paran quietas intentando encajar todas las impresiones recibidas para asimilarlas y comprenderlas en su justa medida, entonces es que como quien dice, nos ha tocado la lotería, sobre todo si se trata de una película tratada de maldita, apestada para las taquillas y casi que infame, una muestra más de la enorme estulticia de las distribuidoras o de su mala fe que nos oculta buenas piezas quizás con la voluntad clara y manifiesta de impedir que pensemos por nosotros mismos.
En Estados Unidos existe un organismo, la MPAA, que se cuida de calificar moralmente las películas, con el supuesto afán de proteger la moralidad de la sociedad; más que moralidad yo le aplicaría el término moralina hipócrita por cómo desarrollan su trabajo, pero eso ya sería tema para otra entradilla; el caso es que la calificación de "R" es de las peores, pero quiero llamar la atención de todos, antes de empezar, para recordar que las películas de Tarantino suelen recibir esa calificación "R" y a pesar de ello reciben un tratamiento mercadotécnico ejemplar, como hemos podido comprobar recientemente.
Se diría que William Friedkin y Tracy Letts juegan con ventaja respecto a la MPAA porque, habiendo recibido la famosa "R" en su primera colaboración, Bug, en la segunda con toda seguridad decidieron olvidarse de las consecuencias y se pusieron a trabajar con el objetivo de satisfacer su integridad artística porque únicamente contemplando el resultado final como prueba de una autoría a todas luces independiente se puede comprender y entender las formas empleadas en la presentación cinematográfica de una pieza teatral del propio Tracy Letts que se titula Killer Joe dirigida con mano firme por el veterano Fiedkin sobre guión del propio Letts que adapta la obra teatral que hace años triunfó en el off broadway.
No hay engaño posible porque ya desde los primeros minutos el espectador se ve zarandeado visualmente: Chris Smith (Emile Hirsch) en una noche de rayos y truenos rodea chillando y dando golpes la casa-caravana-contenedor donde vive su hermana Dottie (Juno Temple) provocando que el perro, T-Bone, ladre desaforadamente: Dottie se hace la dormida y le abre la puerta su madastra Sharla Smith (Gina Gershon) ofreciéndole una visión directa de su pubis desnudo porque la camiseta de hombre que lleva le llega a la cintura y poco más. Chris discute con su madrastra increpando a su padre, Ansel Smith (Thomas Haden Church) por permitir la desnudez de su esposa mientras le gorrea un canuto de marihuana: buena hierba, dice, a lo que su padre responde: esa mierda me la vendiste tú.
Desde luego los primeros cinco minutos no están rodados pensando en complacer a ningún censor: más bien denotan la clarísima intención de obtener la calificación en poco tiempo y ahorrar trámites. Pero es que además lo que sigue va incrementando la sensación que guionista y director en ningún momento se han planteado una carrera comercial brillante para su obra y uno empieza a suponer que esos dos han querido -y obtenido- una película que entronca íntimamente con la esencia del séptimo arte, aquel que cuenta historias, provoca sensaciones, estimula la imaginación y procura interesantes conversaciones porque, amigos, hay mucha tela que cortar, hay material humano tratado con inteligencia y fuerza visual.
Como algún amable seguidor de este bloc de notas sabrá, me gusta -mucho- leer teatro, así que he dedicado unos días a buscar la pieza original de Letts y lamento decir que ha sido en vano; sin embargo, he hallado una página que alberga de momento el guión original, escrito en inglés: la página se encuentra aquí; hay que pagar para leerlo entero, pero recomendaría no hacerlo hasta haber visto la película no porque haya en ella ningún misterio en particular, pero sí porque la fuerza de la sorpresa, eliminada, modifica el placer de la primera visión.
En la segunda, que tendrá lugar con toda seguridad -y facilidad, porque la película no se verá en los cines españoles y juraría que en la tele tampoco- se podrán apreciar mejor los detalles propios de la labor de Friedkin que en mi opinión no tan sólo se reivindica después de un período triste y largo sino que alcanza cotas de expresividad y calidad nunca antes alcanzadas: con el apoyo de Caleb Deschanel a la cámara, Friedkin desgrana el mejor repertorio de planos de su propia cosecha desde el plano detalle hasta el travelling con la grúa pasando por expresivos picados y contrapicados siempre adecuada la situación de la cámara, la focal utilizada y el encuadre: luego el ritmo visual lo perfecciona Darrin Navarro en la moviola y ya tenemos un ejemplar de caligrafía cinematográfica presto a satisfacer las ansias de cualquier cinéfilo harto de efectos especiales y montajes videocliperos.
La forma de filmar de Friedkin realza y remarca la fuerza intrínseca del guión escrito por Letts: una trama que a priori parece simple: esos cuatro ganapanes mencionados, los Smith, deciden asesinar a la primera señora Smith porque dicen que tiene una póliza de seguros muy cuantiosa y así saldrán de problemas que no relataremos. Para ello, Chris y Ansel se pondrán en contacto con Joe Cooper, conocido como Killer Joe (Matthew McConaughey), de profesión detective de la policía de Texas y de sobresueldo asesino por encargo. Las cosas se torcerán y habrá un poco de jaleo porque Killer Joe tiene muy malas pulgas.
A uno le da la risa floja cuando ha visto Killer Joe y escucha opiniones referidas a la maldad de algunos personajes de ficción que sobrevuelan las pantallas actuales: de verdad de la buena: Killer Joe, acojona.
Mucho.
Letts reviste a ese policía texano de un aura de maldad que le otorga un poder especial: en un momento, Dottie le define certeramente cuando dice: "su mirada hiere". Ese Joe asusta incluso a T-Bone, el perro que ladra a todos y enmudece nada más verle bajar de su coche, con sus botas de piel, su sombrero negro de ala ancha y su sonrisa letal. Un tipo frío y calculador que dará pasaporte a dos personajes sin despeinarse ni perder un tono de voz magníficamente calmado, sereno, dulce y casi que seductor, aunque ése detalle en concreto bien merece la pena imputárselo con toda justicia a un Mattew McConaughey que realiza el mejor de sus trabajos que este cronista haya visto, exprimiendo hasta el último sentido toda la ambivalencia y complejidad moral con que el autor ha creado a su personaje.
Un bombón que el actor sabe aprovechar demostrando que ha alcanzado una fructífera madurez en la que domina el gesto, la mirada, la voz y el tempo, dotando a su personaje de una sensualidad desarmante y turbadora. Pocas veces se podrá ver en pantalla semejante ejemplar de poderío sexual explícito: hay un par de escenas que resultarán inolvidables y que con toda seguridad son las que han provocado que algunas distribuidoras hayan rechazado exhibir la película que no ha tenido la promoción que le correspondería. Friedkin es muy consciente de la importancia de ambas situaciones y las rueda con una fuerza, elegancia y expresividad impresionantes que a nadie pueden dejar indiferente. La presencia del sexo como señal de poder es una constante en el cine negro pero en pocas ocasiones ha sido tan explícito, amenazador y poderoso, coexistiendo con el amor marital y el amor fraternal todos ellos en su expresión más primitiva.
La ambigüedad de la trama deviene en ambivalencia y permite contemplarla desde la óptica de un retrato descarnado de la sociedad actual en el que el dinero propicia actitudes faltas de cualquier moral y ética y asimismo proporciona un foco clásico en el que coinciden los grandes hitos del cine negro en el que la fatalidad de los acontecimientos produce alteraciones que repercuten en los propios intervinientes, presos de sus pasiones y condicionantes vitales con resultados más trágicos que los deseados a priori.
El conjunto de intérpretes realiza un trabajo notabilísimo que se aprecia afortunadamente al ver la película en riguroso y forzado idioma original con subtítulos ya que ni siquiera se ha procedido al doblaje al castellano y tanto su estupenda labor como la forma dinámica de filmar de Friedkin se apartan del original teatral nada aparente formalmente, siendo de justicia señalar una vez más la riqueza de la paleta de colores con que Caleb Deschanel fotografía el interior de esa casa-caravana-contenedor que lo mismo parece un refugio a la tormenta que un lugar de ensueño, que una jaula convertida en trampa mortal.
En definitiva, una película absolutamente imperdible, de aquellas que uno recomienda en la conciencia que tiene todos los requisitos para convertirse en lo que antes se conocía seriamente como "film de culto" porque los cinéfilos se lo iban recomendando de unos a otros hasta conseguir un reconocimiento que la industria y la pacata sociedad le habían negado: uno mira la cartelera de hace un par de años y se asombra que esta película no se exhibiera en España casi tanto como que el superlativo guión de Tracy Letts ni siquiera recibiera una nominación en los premios oscar del año 2012 mientras le daban el premio a Los descendientes. No se la pierdan.