Revista Cultura y Ocio

Kim, James, Franz, Julio

Por Calvodemora
El mundo era mío en mil novecientos ochenta.  Yo era un voyeur novicio despeñado en el escote de Kim Novak. Bronceados jugadores de squash leen prensa bursátil en el cenador de un club naútico. James Brown se descoyunta en el Palladium.   Kafkatodavía no es nadie en mil novecientos ochenta.  Bajo el sol sin Kafka la vida custodia desvaríos y almanaques y nos dirigimos hacia la semilla infinita del tiempo sin instrucciones precisas.  Soy un niño supersticioso que describe milagros y toma rehenes estériles en las novelas de Julio Verne.
Soy en mil novecientos ochenta la fiebre y no confío en el futuro.  Impúdico y hermoso, en un jardín británico, echo de menos el escote de Kim Novak y escribo contra la muerte la rúbrica inocente de mis años enfermos.  Huir entonces.  Soy partidario de la fuga.  Yo era el dueño del mundo en mil novecientos ochenta. Un niño enfermo que no conocía qué le mataba. No sabemos qué nos mata. Kafka no lo sabe. En ningún libro de Kafka se explica nada de esto que estoy contando. Te puedes tirar una vida entera leyendo libros y ninguno te va a informar cómo se llama el mal que nos malogra, con qué nombre registrarlo.
Cruzo un desierto y su secreta oscuridad sin nombre.
La vida es un manifiesto de carga en un aeropuerto.
Un texto pulcro al que se le debe prestar una atención máxima, pero luego las palabras no importan y solo vale la consideración final de su propósito, el visible, el que no se deja intimidar por la metafísica.
Como Kafka cuando pasea solo y no discurre ni se hace las grandes preguntas.
El mundo era mío y ya no poseo ninguna certeza que me lo haga cercano.
Se han ido perdiendo, se están perdiendo, se van a perder más si eso es posible.
James Brown se descoyunta infinitamente en el Palladium.
Kim Novak se cambia de peluca esta noche otra vez.
Al fondo siempre están los puentes de las películas y el río que los observa.
El río insconciente de su condición, persiguiéndose, como los días, buscando un sexo grande en donde verterse.
Yo era un voyeur absoluto cuando los ríos se desmayaban en el mar, que nunca es el morir.
Todo eso lo sabía James Brown en el Palladium, enfebrecido, en trance, en un lugar al que solo se accede siendo James Brown en el Palladium, un lugar donde solo puede entrar James Brown.
Como en un cuento de Kafka.
Como en todos los cuentos de Kafka.
Me pregunto si Kafka, en los bares, manuscribiendo el dolor, enfebrecido, en trance, también estaba en un lugar al que solo se podía acceder siendo Kafka.
Si este poema solo lo leo yo.
Si solo yo estoy todavía hocicado en el escote de Kim Novak.

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