Kim Jong-Un ejecutó a su viceprimer ministro por mantener una “actitud negativa” durante una reunión. Esta circunstancia convirtió al político norcoerano en contrarrevolucionario, motivo por el que en dicho país, se condena a muerte, ejecutándose la pena en una brevedad meritoria.
Pese a que nos contasen que el joven dictador es una suerte de padre para cada uno de los ciudadanos de su país, el número de fusilados durante su régimen permite dudar razonablemente de tal condición considerando el número de parricidios que habría cometido este líder supremo.
Pese a su carácter comunista, algo tiene la política de Corea del Norte que aleja a nuestro progresismo militante de sus posturas; seguro que no se debe al carácter totalitario del régimen, pues el apoyo a países como Cuba o Venezuela, en los que se encarcela a los disidentes con el régimen políticamente correcto, es público y notorio. Uno, ignorante de los entresijos y condiciones que requiere uno para adquirir la condición de solidario y comprometido, no es proclive a defender los principios del dictador asiático, pero tampoco los de personajes -patéticos si no fuese por el número de muertos que cargan sus espaldas- como Maduro, Chávez o los hermanos Castro. Luego en el debate del día a día, escucha cosas como que la isla caribeña es el ejemplo de la revolución y el triunfo del pueblo, y se aferra cada vez más, a esta vieja piel de toro en el que los políticos -hayan pertenecido o no, al régimen anterior- se someten a elecciones periódicas y tiene uno la libertad de andar por la calle -o por estos espacios cibernéticos- y decir lo que le venga en gana.