En 1962 llegó a las pantallas un personaje que, a la larga, daría lugar a un género cinematográfico. La película se llamaba “Dr. No” pero, como sabéis, en este sacrosanto país siempre nos gusta ir un poco más allá, apuntillar, la crítica a lo loco, así que la tradujimos con más información: “Agente 007 contra el Dr. No”. En ella, un joven y carismático culturista llamado Sean Connery, plantaba las bases del cine de espía elegante y mujeriego, capaz de escapar de cualquier situación, por imposible que pareciese, gracias a su ingenio y sus gadgets.
La que hoy en día ha dado lugar a la serie cinematográfica más longeva y con más ganancias de la historia (según el ajuste monetario que han realizado tipos que se aburren lo suficiente como para calcular estas cosas) ha sido copiada, parodiada, retocada o utilizada como inspiración en múltiples ocasiones y es que, quién no ha jugado a ser una máquina de matar vestido de Armani, con una mujer en cada puerto, un Aston Martin esperando en el garaje y artilugios varios escondidos en cada parte de la indumentaria, desde el zapatófono hasta el bolígrafo explosivo.
La saga Bourne, Mortadelo y Filemón, “El superagente 86”, “Juego secreto”, “Top secret”, “Mentiras arriesgadas”, “Austin Powers”, Anacleto agente secreto, “MacGyver”, “Inspector Gadget”… todos hemos visto o leído alguno de estos productos (si no todos) hijos del famoso espía del MI6 y disfrutado con las infinitas posibilidades de un tipo de estas características en un universo plagado de mentes maléficas que pretenden dominar el mundo o, en su defecto, cargárselo.
Pues bien, Mark Millar, uno de los niños bonitos de Marvel Comics, junto a Brian Michael Bendis, creador de “Kick-Ass” y Dave Gibbons, el genio que dibujó una de los comics de superhéroes más aplaudidos y venerados, “Watchmen”, unieron sus mentes para crear su propia versión de James Bond. Y como no podía ser menos, de esta colaboración surgió un personaje con la mala baba y el regusto gore de “Kick-Ass”, parte de la crítica social y la profundidad de “Watchmen” y muchos de los tics que distinguen al cine de Bond.
Sólo hacía falta un cheque en blanco de alguna productora avispada (20th Century Fox se hizo con los derechos) y un equipo creativo de calidad para que un material de este calibre llegara a las pantallas y empezara a hacer caja. Bajo mi punto de vista, la elección no podría haber sido más sabia (sabiendo que Joss Whedon ya tiene sus propios superhéroes y trabajito le está costando armar pelis con tanto tipo en mallas dentro). Matthew Vaughn y su colaboradora habitual en eso de la escritura de guiones, Jane Goldman (responsables de los guiones de “Stardust”, “Kick-ass” o “X-Men: primera generación”), tomaron las riendas y ficharon a dos pesos pesados como Colin Firth (quizá el tipo más británico del cine mundial… y también británico) y Samuel L. Jackson (un enamorado de los comics que ya demostró que puede hacer de mente malvada en “El protegido”).
El resultado es una parodia del cine de espías que, en ciertos momentos, parece menos parodica de lo que se autoparodió James Bond en su momento, salpimentado con una buena dosis de hemoglobina y aderezado con una pizca de crítica de la sociedad, a cuyos mandatarios pone, una y otra vez, a caer de un burro, repleta de adrenalina, sin un segundo para el descanso y con los diálogos burlones y certeros propios tanto de Vaughn como de Millar.
Harry Hart, interpretado por Colin Firth, como decíamos, un tipo más british que un té a las cinco, es un espía súper secreto inglés. Tan secreto que pertenece a una sociedad llamada Kingsman (los hombres del rey), capitaneada por un Arturo con sus doce caballeros, cuya existencia es desconocida hasta para el MI6.
Después de una baja en este grupo de protectores del reino, han de buscar un nuevo sustituto en el puesto de Lancelot, así que Hart (nombre en código Gallahad) propone un nini vacilón que resulta ser el hijo de otro apadrinado suyo que, en su día, dio su vida para salvar la de su equipo. Obviamente, la elección no puede ser mejor (para el espectador, porque al tal Arthur, encarnado por la leyenda viva Michael Caine, no le hace ni puta gracia), porque el chaval (Taron Egerton), aunque malvive en un barrio pobre trapicheando y robando, es un lumbreras de honor intachable que, en sus ratos libres, escapa de sus enemigos haciendo Parkour.
Con estos mimbres, sólo falta un archienemigo con un plan brillante para dar por saco a media humanidad encarnado, como dijimos, por un inmenso Samuel L. Jackson (por favor, vedla en VOS para apreciar ese ceceo de pardillo), un sicario a la altura con armas mortales en vez de piernas y las formas de la atractiva Sofía Boutella, un entrenamiento molón y una misión imposible.
Todo esto, bajo las diestras manos de Vaughn se convierte en un espectáculo gamberro, sobre un tratamiento irreverente, a su vez sobre un discurso lúcido de la sociedad y todo ello aderezado con un sentido del humor sin barreras ni filtros.
Quizá, algún día, un guionista patrio talentoso, sin ataduras y lo suficientemente descarado, encuentre una productora sin miedo a soltar pasta y podamos ver una adaptación de “El sulfato atómico” o “La máquina del cambiazo” que nos ponga del revés, otorgando su homenaje definitivo al enorme Ibáñez. Pero, hasta entonces, tendremos que sentir muchísima envidia y partirnos la caja con esta nueva obra maestra del cine de espías.