Revista Música

Kiss Unplugged

Por Alberto C. Molina

 

Hace mucho tiempo, cuando nadie conocía a John Cobra y la crisis más temida era la de los 40, señalé que la diferencia entre un buen grupo y un grupo muy bueno consistía en presumir de un álbum redondo en todos los sentidos —el grupo en cuestión era Muse y el álbum, Black Holes and Revelations. Pero ahora añadiré que no sólo es una premisa necesaria, sino también insuficiente. En primer lugar porque, por muy perfecto que sea, si ese disco es el de debut y más adelante no se publica otro similar, la carrera del artista o grupo será cuesta abajo y sin frenos. Y en segundo lugar porque la técnica ha evolucionado tanto que hasta Harpo Marx sería capaz de grabar. La voz o las habilidades para tocar se vuelven anecdóticas. Por ello es tan importante o más demostrar de vez en cuando que el éxito no ha sido fruto de brujería… ¿Cómo?, pues olvidándose de tantos vatios y brindando a los seguidores un concierto acústico.

Para quien no tenga claro qué es exactamente eso, diremos que un acústico se caracteriza porque los instrumentos no están conectados a amplificadores, en lugar de guitarras eléctricas se emplean acústicas o electroacústicas —a diferencia de las eléctricas, tienen el micrófono en el interior de la caja para recoger el sonido real—, los baterías no tocan con baquetas sino con otros útiles más suaves, y la música y la voz en directo están garantizadas. Ni trampa ni cartón. Las estrellas conocen la fórmula y no dudan en ponerla en práctica creando esa atmósfera más íntima que popularizó cierta cadena de televisión.

MTV se llevó  más cera por aquí que un paso de Semana Santa, pero hay que reconocer que, desde que fueran emitidos por primera vez en 1989, a sus Unplugged (Sin enchufe) corresponden algunos de los mejores capítulos de la historia del Rock. Y así ocurrió con la actuación de Kiss del 9 de agosto de 1995,  a la postre una de las más relevantes de su carrera por varios motivos.


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