Oriente siempre enigmático, siempre lejano y etéreo. Una civilización que adoramos en la distancia, una sensibilidad distinta, llena de olores y sabores. Una cocina en la que Mikage Sakurai hará su refugio para superar la muerte, la soledad. La novela de Banana Yoshimoto es poesía y nos hace lamentar no poder leer el original en japonés. Una historia breve que esconde un mensaje de supervivencia. Un relato de muerte y de vida. Un prosa plagada de imágenes bellas. Un libro dulce que empieza así:
"Creo que la cocina es el lugar del mundo que más me gusta. En la cocina, no importa de quién ni cómo sea, o en cualquier sitio donde se haga comida, no sufro. Si es posible, prefiero que sea funcional y que esté muy usada. Con los trapos secos y limpios, y los azulejos blancos y brillantes. (…) Sólo estamos la cocina y yo. Pero creo que es mejor que pensar que en este mundo estoy yo sola". (Sugerente... ¿no?)