Revista Cine
Director: Nicholas Ray
Miren, el campeonato no ha terminado y aún queda su buena cantidad de fechas por delante, y cualquier cosa puede pasar, a fin de cuentas todos los pobres diablos de este país pensaban que ese equipito de mierda, colo colo, salía campeón seguro, y miren ahora, tienes a cuatro o cinco equipos peleando la punta. A pesar de que en cuanto a resultados esta semana fue ingrata, mi querida Universidad de Chile viene al alza y no se sorprendan si acaba ganando el campeonato, lo cual sería genial no sólo porque siempre es absolutamente fabuloso que tu equipo gane, sino porque a este país, por desgracia esencialmente colocolino (de ahí que estemos destinados al fracaso y la ignorancia, entre otros males), le dolería el orto que te cagas. Y si no gana no pasa nada, uno sigue apoyando con la misma intensidad de siempre, ¿o creen que uno hincha sólo por los premios? Uno hincha por ver al equipo jugar, por ver esa camiseta en movimiento cada domingo, qué más. Todo esto lo digo por el partido de ayer, ahí con los simios colocolinos celebrando un miserable empate... con campeones como esos...
Para ser un director con películas míticas en su filmografía, Nicholas Ray también ha dirigido otras cuantas cuya calidad dejan mucho, mucho que desear. Hace tiempo comentábamos su opera prima, "They Live by Night", sorprendidos por lo mediocre que era, y luego seguimos con "A Woman's Secret", con Maureen O'Hara, mucho más solvente y satisfactoria. Ahora llega el turno de "Knock-Knock-Knock on any dooor"... Ja, ja, perdón por el mal chiste. Pero hablando en serio, "Knock on any door" es una película muy irregular, descompensada, incluso incoherente, seguramente víctima de su propia estructura dramática, contando dos historias en una, dos historias que realmente no se complementan la una a la otra, dos historias ajenas entre sí, en motivos y formas, a pesar de compartir rasgos narratológicos en común. Veamos: la historia parte con un robo y el asesinato de un policía. De entre todos los arrestados, acusan a un muchacho llamado Nick Romano (interpretado por un limitado John Derek, que más tarde se haría director de cintas erótico-pornográficas) que clama inocencia y que pide la ayuda de Humphrey Bogart, exitoso abogado salido de los más mugrosos y peligrosos bajos fondos de la ciudad. Comienza el juicio y, en vez de desarrollarse como un drama de corte, la película, a través del personaje de Bogart, decide, antes de iniciar el litigio propiamente tal, narrar la triste y trágica historia de cómo Nick Romano, un sensible y humilde joven de ascendencia italiana se convierte en un violento y agresivo criminal por culpa de las falencias e injusticias propias del sistema y de la sociedad, por culpa de haber tenido que mudarse a un barrio bravo, por culpa de haber sufrido la mala influencia de otros muchachos igual de perdidos, etc.: no le será difícil echarle la culpa a los demás. Esta parte del relato, que abarca una insulsa y aletargada hora de metraje, es el enésimo, es decir nada original ni sorprendente, trágico drama social en donde el protagonista pierde todo lo bueno que tenía a través del proceso que vagamente acabo de describir (mudarse al barrio bravo, malos amigos, etc.), una simple procesión de clichés y lugares comunes superficialmente tratados (en realidad no hay tratamiento, sólo anodina exposición de hechos). Terminada la relación que Bogart hace de la triste vida de Nick Romano, o sea, acabada la primera historia sobre cómo un chico se corrompe para no poder sentar cabeza de nuevo (dicho de otro modo: drama criminal), comienza el drama de corte en donde Bogart y el fiscal batallan para demostrar si el chico tonto ese es culpable de matar al policía o no. Esta segunda historia, esta segunda película es mejor que la primera porque tiene toda la intriga que un litigio de corte puede tener incluso aunque uno ya tenga su opinión formada (es cosa de ver la corbata, por favor), sobre todo por eso de que más parece importar la mejor argumentación que la verdad (tema aparte: es una verdadera lástima cuando una buena argumentación no va de la mano con la verdad, ¿no?, o si no vean la cantidad de charlatanes y payasos que pululan por todos lados... que llegan a ser presidentes incluso), el dilema moral y ético. No es que esa una maravilla, pero resulta interesante en comparación y se sostiene bien el breve tiempo que dura. Y bueno, el litigio termina, Bogart concluye con un demagógico discurso que no se cree ni él, y aunque el final me dé un poco lo mismo (por los personajes, salvo Bogart -que tampoco está en el papel de su vida-, sin carisma alguno ni mucho menos complejidad: el chico se las da de mafioso y vomita una filosofía que requiere convicción e intensidad, no la pasividad de su "interpretación"), hay que decir que está bien rodado. ¿El conjunto? Un conjunto de ideas pobres mal hiladas.
En fin, es lo que hay, no se puede ser bueno con todo, a fin de cuentas nacimos para ser malos, ¿eh?