Revista Insólito

Knocker-up, los despertadores humanos

Publicado el 30 noviembre 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

despertadores humanos 01Te levantas de la cama cada día laborable con una emisora de música clásica que te procura un despertar suave, y alguna mañanas recuerdas aquellos tiempos en los que eras capaz de quedarte dormido como un bebé mientras los auriculares de tu walkman vibraban con La Polla Records o Rosendo.

Si el día es señalado y no tienes un sueño ligero toda ayuda es poca, así que también programas el despertador de tu teléfono móvil. Puede sonar cada diez minutos, para ir convenciéndote, poco a poco, del significado de la palabra obligaciones, que a esa hora está tan borroso como el resto de lo que hay más allá del borde de la cama. El aparato es capaz de programarse para horas distintas y con melodías diferentes según el día de la semana. Es muy cómodo, simplemente programar y dejarse llevar.

Es el mismo aparato por el que recibes al llegar al trabajo un mensaje de una amiga de Twitter que a muchos kilómetros de distancia se ha acordado de ti y te manda una historia que puede interesarte: la de los Knocker-up, los despertadores humanos.

despertadores 02
La Revolución Industrial cambió la vida de la gente, que dejó el campo para irse a trabajar a las fábricas. Eso provocó, entre otras muchas cosas, un cambio trascendental: nos pusimos de espaldas al sol para poder mirar atentamente el reloj, que se apoderó de nuestras vidas. Nos cambiaron los tiempos.

Pero como todo instrumento importante, en un principio el reloj-despertador no estaba al alcance de cualquiera. Los obreros de las fábricas tenían turnos diferentes con horarios distintos y debían acudir puntualmente al trabajo. Algunos incluso fabricarían despertadores, pero la mayoría no podía comprarse uno. Otros no tendrían ni para un reloj.

despertador Londres
Por eso, durante el siglo XIX en Inglaterra e Irlanda, en ciudades industriales como ManchesterLiverpool o Londres, apareció un trabajo acorde con los tiempos: los Knocker-up o Knocker-upper, personas que a cambio de un pequeño sueldo semanal  se dedicaban a despertar a los trabajadores para que no llegaran tarde a la fábrica. En algunos casos era la propia empresa la que los contrataba, en otros eran acuerdos individuales. Iban equipados con bastones para tocar a tu puerta, o varas largas para llegar al segundo piso, donde estaban los dormitorios de las pequeñas casas de ladrillo de sus clientes. A veces los encargados de apagar el alumbrado público sacaban un pluriempleo y con la misma vara con la que apagan el gas de la farola despertaban a sus clientes por un módico precio. También algunos policías se sacaban un sobresueldo ejerciendo de ‘despertadores’. Ya que tenemos que estar en vela cuando todos duermen, aprovechemos el tiempo y compramos un par de botas nuevo.

En otros casos, las despertadoras iban armadas con cerbatanas por la que lanzaban proyectiles a tu ventana con el poco romántico mensaje de que despertases de tus sueños de una vida mejor, que el capataz espera con el despido entre los dientes.

Eran mujeres y hombres, en su mayoría de avanzada edad, que ya no servían para el trabajo en la cadena de montaje o el taller e intentaban ganarse la vida como podían en un sistema sin ninguna protección social; como del siglo XXI, vamos.

Estos despertadores humanos tenían un punto maternal, no paraban hasta que no se aseguraban de que te habías levantado de la cama. Aunque no creo que sus obligaciones llegaran hasta comprobar que salías por la puerta con el tiempo suficiente y el bocata con un plátano en la cartera, que madre ni hay más que una.

Además, podrían entretenerse con algún cliente recalcitrante solo hasta cierto punto ya que imagino que debía haber una hora punta en los cambios de turno, con lo que los buenos señores y señoras deberían ir con la agenda muy apretada. A su edad, con el dolor de años concentrado en los huesos, en el invierno cortante del norte, no creo que estuvieran para muchas ternuras.

Otro oficio desaparecido, colocadores de bolos

Otro oficio desaparecido, colocadores de bolos

A partir de los años 20 del siglo XX el despertador se generalizó y el trabajo de Knocker-up dejó de tener sentido, una muesca más a favor de la máquina. La misma revolución industrial que crea el oficio lo elimina sin compasión, a veces de un plumazo. Se fueron los afiladores, los herreros, los lecheros en la puerta de casa y casi todos los pastores de los campos. Desaparecieron los serenos, las telefonistas y el señor que venía a cobrar lo de los muertos. Y probablemente desaparezcan los agentes de viajes, los impresores (qué desgracia), las cajeras del supermercado y seguro que un día también los Community Manager y los programadores de aplicaciones para móviles.

No quiero parecer demasiado nostálgico, la desaparición de un oficio no tiene que ser mala noticia, en este blog se ha escrito sobre verdugos, empleo que tristemente perdura. La permanencia no es ni buena ni mala: ahí siguen los políticos, desde el principio de los tiempos; pero también los músicos, los cómicos y los poetas.  Porque todo pasa y lo nuestro es pasar haciendo caminos sobre la mar.

Siempre hay una excusa para escuchar esto:


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