Revista Viajes

Konkan railway

Por Noeargar
Palolem, India. 2 de julio 2011
Konkan railway
India, o la odias o la amas, lo más habitual es comenzar con lo primero para acabar convencido de lo segundo. Da igual que la visites por primera o segunda vez, uno no puede evitar sorprenderse hasta por el más mínimo detalle, incapaz de comprender nada. Una amalgama de coloridos y amables personajes, cada cual más peculiar se entremezclan con impasibles vacas en mitad de la carretera, ruidosos rickshaws., famélicos perros, camiones profusamente decorados y hasta elefantes portando alguna carga. Pequeños templos pintados de vivos colores aparecen en los lugares más inesperados. Elefantes barrigones, dioses azules y demás simbología como salida de un comic presiden en todo momento esta caótica armonía. Intensos olores lo inundan todo, a veces a incienso y especias, muchas otras a excrementos y descomposición, la mayoría de veces una mezcla de los dos al que al cabo de algunos días acabas acostumbrándote.
La India es un país diferente a cualquier otro que se escapa a nuestro entendimiento. Con casi 65.000 kilómetros de vía, India tiene una de las redes ferroviarias más grandes del mundo que comunican al país de forma eficaz y barata. Un trayecto de unos 200 km puede salir por algo menos de 1 euro, algo más si se reserva el asiento, y aunque no destaquen por su rapidez, por lo general son puntuales y llegan hasta cualquier rincón. Observar el trasiego en una estación de trenes es quizá una de las mejores formas de conocer las contradicciones de este país, aunque eso no signifique que consigamos entenderlas. Por norma general la mayoría de estaciones de tren y sus alrededores son lugares sórdidos, y en la India no es una excepción. A parte de las vacas deambulando libremente buscando algún desperdicio que rumiar y los numeroso perros callejeros que se apostan tumbados en cualquier esquina, la estación congrega a un número ingente de vagabundos, tullidos, mutilados y pedigüeños que se mezclan sin mayor trauma en el frenético ajetreo de una estación India con miles de pasajeros yendo y viniendo. Mujeres con coloridos saris, jóvenes a la moda, alguno sacado directamente de una discoteca de los 70, hombres con el espectacular turbante sikh y no menos llamativo espesa barba. A un lado de la estación, en una inexistente cola para comprar los billetes, la gente se agolpa en el mostrador sin ningún orden bajo la atenta mirada de policías blandiendo como única arma un ligero palo de bambú que no dudan en emplear como azote paternal contra quien perturbe mínimamente la calma de la inquieta estación. En otro lado, junto al pequeño puesto de comida, todo el mundo clava la mirada con intensidad en los ojos del extranjero que acaba de entrar en la estación, lo que en otro lugar se interpretaría como una agresión, aquí no es mal que la normal curiosidad.
Comienza a llover al mismo tiempo que hace su entrada nuestro grande y pesado tren de otra época construido para durar eternamente y que recorre la costa de Konkan desde Mumbai hasta Mangalore. Transitamos por la costa de Goa con destino al vecino estado de Karnataka en busca de pequeñas playas escondidas, muchas de ellas desérticas en esta época del año. En los vagones cientos de ventiladores colgando del techo intentan aliviar los rigores del monzón. Los últimos vagones están reservados exclusivamente a mujeres, en el resto, donde una reja sustituye las funciones del cristal los vendedores pasean de un lado a otro ofreciendo té y algo de comida que nos aseguran no es picante… mienten. Fuera la lluvia ha dejado paso de nuevo al sofocante calor.

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