Revista Cultura y Ocio

Konstantino Kavafis, unos poemas

Publicado el 21 noviembre 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Creo que a la poesía de Kostantino Kavafis (Alejandría, 1863-1933) uno siempre llega por referencias en otros textos; por poemas donde encuentra citados algunos de sus versos. Compré mi primer libro de Kavafis por 350 pesetas, una recopilación de 56 poemas. Es un volumen de pequeño formado que sacó Mondadori en una colección llamada Mitos poesía. Seguramente lo compré a finales de los años 90, o en todo caso debía de ser yo muy joven, porque cuando leía los poemas de amor entre jóvenes de 26 años y en ellos el poeta evocaba y exaltaba la juventud, recuerdo que pensaba que 26 no era ser tan joven (qué inocencia, fíjense si yo era joven entonces). Hace no demasiados años compré las Poesías completas en la cuesta de Moyano, en la edición de Hiperión: 84 poemas escribió Kavafis en toda su vida. No le hicieron falta más para ser uno de los grandes del siglo XX.
Siempre me gustó la celebración de la vida que suponía la poesía de Kavafis, un poeta que siempre parecía decirte: da igual que acabes en una oficina gris, haciendo algo que no te gusta si has amada, si hay bellos recuerdos (si son prohibidos mejor) a los que aferrarte.
Konstantino Kavafis, unos poemas
Dejo aquí alguno de los poemas de Kavafis:
La ciudad
Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.
Itaca
Cuando emprendas el viaje hacia Itaca
ruega que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
A los Lestrigones, a los Cíclopes
o al fiero Poseidón, nunca temas.
No encontrarás trabas en el camino
si se mantiene elevado tu pensamiento y es exquisita
la emoción que toca el espíritu y el cuerpo.
Ni a los Lestrigones, ni a los Cíclopes,
ni al feroz Poseidón has de encontrar,
si no los llevas dentro del corazón,
si no los pone ante ti tu corazón.
Ruega que sea largo el camino.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que - ¡con qué placer! ¡con qué alegría! -
entres en puertos nunca antes vistos.
Detente en los mercados fenicios
para comprar finas mercancías
madreperla y coral, ámbar y ébano,
y voluptuosos perfumes de todo tipo,
tantos perfumes voluptuosos como puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
para que aprendas y aprendas de los sabios.
Siempre en la mente has de tener a Itaca.
Llegar allá es tu destino.
Pero no apresures el viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que ya viejo llegues a la isla,
rico de todo lo que hayas guardado en el camino
sin esperar que Itaca te de riquezas.
Itaca te ha dado el bello viaje.
Sin ella no habrías aprendido el camino.
No tiene otra cosa que darte ya.
Y si la encuentras pobre, Itaca no te ha engañado
sabio como te has vuelto con tantas experiencias,
habrás comprendido lo que significan las Itacas.
Era pobre y sórdida la alcoba....    Era pobre y sórdida la alcoba,
escondida encima de la equívoca taberna.
Desde la ventana se veía el callejón
sucio y estrecho. De abajo
subían las voces de unos obreros
que jugando a las cartas mataban el tiempo.
Y allí, en una cama mísera y vulgar
poseí el cuerpo del amor, poseí los labios
sensuales e sonrosados por el vino -
sonrosados de tanto vino que incluso ahora,
cuando escribo, después de tantos años,
en mi casa solitaria, vuelvo a embriagarme.
Así
En esta fotografía obscena vendida (a escondida de miradas) en la calle, en esta fotografía pornográfica cómo puede haber una cara tan maravillosa como la tuya. Quien sabe la vida fatal, sórdida, que harás; en qué cruel ambiente te habrás hecho esa fotografía; qué espíritu tan vulgar el tuyo. Mas pese a todo permanece, aún vive en mí aquella cara maravillosa, esa figura hecha y ofrecida para el placer griego -así permaneces para mí y así te canto.
Al atardecer
De cualquier forma aquellas cosas no hubieran durado mucho.    La experiencia de los años así lo enseña. Mas qué bruscamente todo cambió. Corta fue la hermosa vida. Pero qué poderosos perfumes, en qué lechos espléndidos caímos, a qué placeres dimos nuestros cuerpos. Un eco de aquellos días de placer, un eco de aquellos días volvió a mí, las cenizas del fuego de nuestra juventud; en mis manos cogí de nuevo la carta, y leí y volví a leer hasta que se desvaneció la luz. Y melancólicamente salí al balcón - salí para distraer mis pensamientos mirando un poco la ciudad que amo, un poco del bullicio de sus calles y sus tiendas.


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