El Mariscal Gueorgui Zhúkov fue un héroe ruso de la Segunda Guerra Mundial. Un general brillante que había sido el cerebro de la Batalla de Stalingrado, en la que había rodeado y aniquilado a la Wehrmacht.
La historia parecía repetirse. En el frente oriental de Korsun-Cherkassy, 60.000 alemanes estaban atrapados entre un río helado y 250.000 enemigos rusos. Pero esta vez, Zhúkov se enfrentaba a un tipo de nazi muy inusual: Léon Degrelle.
Léon Degrelle no era alemán, sino belga. Un político fracasado cuya devoción por Adolf Hitler le había convertido en un simple soldado del ejército alemán que posteriormente ascendería a comandante de las SS. En este artículo contaremos la historia de cómo junto con una mezcla variopinta de aliados finlandeses, estonios y belgas, Léon Degrelle mantuvo a raya al poderío del ejército de Zhúkov. Gracias a ellos, 40.000 hombres escaparon del alcance del Ejército Rojo en una maniobra evasiva que pasaría a la historia militar como la escapada de la puerta del infierno.
Enero de 1944, cinco años después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Tras el éxito inicial en el Frente Oriental, el ejército alemán estaba perdiendo la contienda. Se estaba recuperando de una serie de derrotas: en primer lugar, de la Batalla de Stalingrado y, en segundo lugar, de la mayor batalla de tanques de la historia: la Batalla de Kursk.
En Kursk, los alemanes se habían visto arrollados por la superioridad numérica y armamentística de los soviéticos. Decidieron entonces retirarse a la línea occidental del río Dniéper. Pero sabían que era solo cuestión de tiempo que los rusos los encontraran de nuevo... La situación a la que se enfrentaba el Grupo de Ejércitos del Sur (Heeresgruppe Süd en alemán) en enero de 1944 era ciertamente terrible. Las tropas estaban agotadas, exhaustas, después de un duro otoño y de un invierno que se recrudecía por momentos: el ataque soviético parecía interminable.
Los comandantes alemanes de primera línea querían retirarse a un terreno más seguro, consolidar sus posiciones y esperar a que pasara el invierno. Pero Adolf Hitler tenía otras ideas. Estaba decidido a que las tropas se mantuvieran en sus puestos y no cedieran terreno. Incluso esperaba conseguir que los rusos se retiraran al otro lado del Dniéper.
Hitler prohibió cualquier retirada del único frente que quedaba a la izquierda del Dniéper. Consideraba que era muy importante, casi por razones de prestigio, mantener una fortaleza en el río. También pensaba que se podría usar la posición como trampolín desde el que preparar una contraofensiva con el objetivo de reocupar Kiev, la capital de Ucrania.
El Führer estaba cometiendo un terrible error. Todos los movimientos de los alemanes estaban siendo vigilados por uno de los mejores generales de la Segunda Guerra Mundial: el Jefe del Estado Mayor ruso, el Mariscal Gueorgui Zhúkov.
Zhúkov había nacido en una familia pobre de campesinos. Fue ascendiendo dentro de las filas del Ejército Rojo. Posteriormente, luchó en la Guerra Civil Rusa mientras se recuperaba del tifus y escapó de la gran purga de Josef Stalin. Zhúkov era un superviviente, conocido por su disciplina, seriedad y determinación.
Zhúkov era un hombre poderoso y terrible. Admirado por sus tropas pero temido por algunos de sus generales y soldados. También fue el comandante militar más efectivo de Stalin.
Ahora veía una oportunidad: parte del frente alemán, obligado por Hitler a mantener su posición, se había convertido en un grupo que sobresalía del resto de las tropas.
No era en absoluto una situación nueva para el genio de Zhúkov. En la Batalla de Stalingrado, había llevado a cabo una de las mejores contraofensivas de la Segunda Guerra Mundial.
En una maniobra de tenacidad épica, había empleado a medio millón de hombres y tanques para rodear a un buen puñado de alemanes en lo que se conocería como o El Caldero.
Allí atrapó a 300.000 enemigos y los fue asfixiando hasta la muerte. Ahora, esta tropa saliente parecía la oportunidad perfecta para atrapar a 60.000 soldados alemanes y repetir la hazaña. Stalin sabría recompensarle, pensaba.
La llamada fortaleza del Dniéper en Korsun-Cherkassy estaba lista para otra de esas operaciones de cerco que tanto le gustaban a los generales soviéticos.
El 28 de enero de 1944, Zhúkov tomó la iniciativa. Envió a los ejércitos de sus dos mejores comandantes.
En el norte estaba Nikolai Vatutin, con 86.000 soldados y cerca de 200 tanques y cañones autopropulsados. En el sur estaba Iván Kónev, con 157.000 hombres y más de 300 tanques.
Atacarían la base de las tropas salientes. Su objetivo era aislarlas del resto del ejército. Esto era lo que más temía el comandante del Grupo de Ejércitos del Sur, el Mariscal de Campo Erich von Manstein.
Manstein llevaba tiempo diciendo que la fortaleza del Dniéper era insostenible y que había que ordenar la retirada, seguramente con el recuerdo fresco de Stalingrado en mente.
Al darse cuenta de lo que estaba pasando, Erich von Manstein envió a unos tanques al rescate. Era invierno en Ucrania, así que pronto terminaron topándose con el temible barro. Cuatro días después, el contraataque alemán quedaba paralizado. No se había logrado contactar con los hombres atrapados en la bolsa de Korsun-Cherkassy.
El 28 de enero de 1944, los dos ejércitos de Zhúkov se encontraron y entonces las mandíbulas de la trampa se cerraron de golpe. Ahora podía comenzar el ataque.
Kónev estaba tan seguro de lograrlo que le prometió a Stalin que ni un solo fascista escaparía. Parecía que Zhúkov iba de nuevo a cumplir una misión con éxito.
Como hombre ambicioso y orgulloso que era, Zhúkov siempre estaba dispuesto a obtener grandes victorias y a demostrarle al Ejército Rojo y especialmente a Stalin que él era su hombre más poderoso.
60.000 soldados alemanes habían quedado de nuevo atrapados en un temido "Kessel" o "Caldero". Estaban rodeados por un enemigo que les superaba cuatro veces en número. Al mando de las fuerzas asediadas se encontraba el General de Artillería Willhelm Stemmermann.
Era un soldado profesional, nacido en una familia militar, y un comandante muy competente, curtido en batallas y con el respaldo de sus tropas. Los alemanes tuvieron suerte de tener a un comandante tan capacitado como él dentro del foco de resistencia de Korsun-Cherkassy. Stemmermann se enfrentaba sin duda al desafío más importante de toda su carrera militar.
Stemmermann y el Grupo de Ejércitos del Sur habían aprendido una lección clave en Stalingrado. Allí, los alemanes habían tratado de reabastecer a sus hombres desde el aire pero terminaron perdiendo el rastro de sus pistas de aterrizaje y la operación resultó ser un fracaso.
Miles de soldados murieron de hambre y de frío como consecuencia. Esta vez, Stemmermann estaba decidido a que las cosas salieran de manera diferente.
En Korsun había una pista de aterrizaje sobre la que podrían lanzarse suministros. Manteniendo el control de Korsun, había opción de sobrevivir. Si, en cambio, Korsun caía, la lucha habría terminado.
Stemmermann se preguntaba en quienes podía confiar para esta tarea. En el interior del foco de resistencia había dos unidades inusuales.
Por un lado, la 5.ª División Panzer Viking y, por otro, la Brigada de Asalto Wallonien. Ambas pertenecían a las SS. La División Viking fue una de las principales unidades Panzer de las SS. Había luchado bien en el Frente Oriental y era sin ninguna duda la unidad más fuerte y capacitada del foco de resistencia de Korsun-Cherkassy.
La Brigada de Asalto Wallonien era aún más particular. Estaba compuesta casi por completo de belgas francófonos: voluntarios belgas de extrema derecha que estaban totalmente convencidos de que estaban luchando por una causa noble.
Entre ellos se encontraba uno de los personajes más contradictorios de la Segunda Guerra Mundial: el político Léon Degrelle (que moriría de viejo en España).
Había nacido con todas las cualidades: apuesto, carismático y un orador público magistral. No siempre había sido nazi. Creó y dirigió el movimiento nacionalista y católico belga: el Partido Rexista.
Gozó de cierto éxito político, pero tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939, la carrera política de Degrelle ya estaba en declive. Se había peleado con la Iglesia Católica y había perdido su apoyo.
Cuando Alemania invadió Bélgica en 1940, Léon Degrelle encontró un nuevo objeto de admiración: Adolf Hitler. En un primer momento, Degrelle esperaba que Hitler le nombrara como el nuevo Führer belga. Hitler, por su parte, no le hizo mucho caso. Degrelle era un valón francófono y Hitler favorecía a los belgas flamencos arios.
Léon Degrelle se vio rechazado, sin poderes ni influencias. Más tarde, en 1941, hizo algo sorprendente. En lugar de volverse contra Hitler, decidió unirse a él. Estaba decidido a ganarse el respeto del Führer por sus habilidades como combatiente.
Degrelle decidió utilizar su movimiento rexista como la base de una rama belga del ejército alemán que sería conocida como la Legión Valona y que se enmarcaría dentro de la estructura de las SS. El belga convenció a algunos compañeros rexistas para unirse en la cruzada nacionalsocialista contra el comunismo soviético. Degrelle terminaría convertido en un soldado intrépido que no tenía miedo de arriesgar su vida en los campos de batalla soviéticos.
En 1942, Léon Degrelle fue galardonado con la Cruz de Hierro y un año después se incorporó a las unidades de élite de las SS. El belga no había olvidado sus ambiciones políticas. El cerco de Korsun-Cherkassy le parecía la ocasión perfecta para mostrarle su valía a Hitler. Para ello, iba a tener que mantener a raya al poderío del ejército de Gueorgui Zhúkov.
Léon Degrelle y sus valones se desplegaron al este del cerco, con la SS Viking como soporte móvil. Estaban posicionados para defender el campo de aviación de Korsun. Cabe destacar que la Legión Valona solo contaba con 1.200 soldados repartidos en un largo frente de 30 km.
Zhúkov sabía que el campo de aviación de Korsun era esencial para la supervivencia de los alemanes y estaba decidido a cortar esta cuerda de salvamento. Sus tácticas iniciales no fueron nada habituales. Comenzó a diseñar estrategias contra la Legión Valona de Degrelle.
Cuando hubo un descanso en la batalla, difundió un mensaje en un francés perfecto a través de las líneas soviéticas. Decía que se había perdido toda esperanza y que lo mejor era que la rendición.
Cincuenta de los hombres de Degrelle desertaron ante estos cantos de sirena y les proporcionaron a los comandantes de Zhúkov detalles exactos de sus posiciones y números. Armado con esta información, Zhúkov lanzó un ataque preciso.
Desvió a Léon Degrelle de su posición y comenzó a acercarse a la pista de aterrizaje de Korsun. Más de un centenar de camiones de los valones fueron destruidos y los soviéticos exigieron a las unidades que se rindieran.
Zhúkov no había contado con la devoción de Léon Degrelle a la causa alemana. A Degrelle le impulsaba la ambición personal, la ambición militar y también la ambición política.
A pesar de estar en gran inferioridad numérica, Léon Degrelle condujo a sus hombres, a los que se habían sumado refuerzos de la SS Viking, a un contraataque. Los cuatro días siguientes fueron de brutales combates cuerpo a cuerpo.
Cuando su superior fue asesinado, Léon Degrelle tomó el mando. Le hirieron dos veces, pero él no quiso darse por vencido. Al final, junto con sus hombres, consiguió que los rusos se retiraran.
Gracias a los esfuerzos de la Legión Valona y de la División Viking de las SS, la pista de aterrizaje de Korsun estaba a salvo. Durante más de dos semanas, la Luftwaffe pudo traer 35.000 litros de combustible, 800 toneladas de municiones y 4 toneladas de suministros médicos.
Pese a todo, el General Stemmermann sabía que el foco de resistencia no podría resistir eternamente. Había demasiados rusos que mantener a raya.
Las condiciones del cerco se estaban volviendo intolerables. Los soldados estaban congelados y cubiertos de piojos, con las rodillas hundiéndose en el barro. Entre los hombres atrapados había una potente mezcla de baja moral, miedo y desesperación. Lo llamaron la "fiebre del caldero". Era un estado que podía llevar a los soldados al suicidio de la deserción.
Para Stemmermann solo había una opción: a pesar de los deseos de Hitler, su ejército iba a tener que romper el cerco del Ejército Rojo, ceder la posición y volver a unirse a las fuerzas principales. Para ello ideó un plan que, una vez más, se basaría en la capacidad de resistencia de las fuerzas de las tropas de la Wallonie y de la Viking.
La tarea de la Viking sería pasar a través del ejército ruso y establecer vínculos con el cuerpo principal del Grupo de Ejércitos del Sur.
El propio Stemmermann organizó una retaguardia que incluía a la Brigada SS Wallonie de Léon Degrelle. Creía que esta sería la única manera de salvar a los 50.000 soldados restantes que permanecían atrapados en la bolsa de Korsun-Cherkassy.
La noticia llegó al Führerhauptquartier Wolfsschanze (la Guarida del Lobo de Adolf Hitler). El Führer seguía convencido de que las tropas debían quedarse donde estaban y que no debían dar ningún terreno por vencido bajo ninguna circunstancia.
Su opinión era que era mejor morir de pie que mostrar debilidad y retirarse ( se recomienda la lectura del artículo 10 errores estratégicos de Hitler). Ni siquiera respondió a la solicitud de retirada. Los hombres de Korsun-Cherkassy no podían moverse.
Mientras Hitler permanecía en silencio, las tropas de Stemmermann atrapadas estaban dentro del "caldero". Las fuerzas aéreas del Ejército Rojo volaron sobre el inmóvil ejército alemán para ametrallar y bombardear a sus hombres.
El foco de Korsun-Cherkassy quedó lleno de tanques destruidos. El estratégico campo de aviación de Korsun fue finalmente perdido y los víveres comenzaron pronto a escasear.
El superior de Stemmermann, Erich von Manstein, no podía esperar más. Desafiando al Führer, le envió la orden de retirada a Stemmermann. Consigna: Libertad. Hora de inicio: 11 de la noche.
El 16 de febrero de 1944, se hicieron los últimos preparativos para la evasión. Tras dejar atrás a 2.000 heridos, un pelotón encabezado por la SS Viking se dirigió hacia el oeste para tratar de unirse al resto del ejército. No obstante, las posibilidades de salir airosos de la misión eran escasas.
Debido a la disparidad de fuerzas y a las terribles condiciones meteorológicas, no había ninguna garantía de que la operación de desbloqueo fuera exitosa. No obstante, era un riesgo que había que tomar.
Las fuerzas del foco de Korsun-Cherkassy estaban condenadas a enfrentarse a la muerte o a los campos de Siberia.La evasión comenzó en el pueblo de Shanderovka, que llegaría a ser conocido como la puerta del infierno. Era la entrada a un pasillo de 12 km, flanqueado por tropas, artillería, tanques y caballería rusas.
Los efectivos de la SS Viking habían conseguido sorprender a los rusos y a la mañana siguiente cerca de 5.000 alemanes habían logrado escapar del foco y habían alcanzado a las tropas de Manstein.
Zhúkov estaba furioso. Le había prometido a Stalin que los alemanes no escaparían y quería mantener su palabra. Por tanto, envió a toda una unidad de tanques contra los soldados a la fuga.
Para abrumar a las tropas alemanas, los rusos tomaron una colina que dominaba una sección de la ruta de escape. Los alemanes se vieron obligados a tomar una dirección diferente y esto tuvo consecuencias nefastas. Su nueva ruta se encontraba bloqueada por el río Gniloy Tikich.
El río estaba crecido. Tras haberse inundado con el agua de la nieve derretida, fluía en grandes cantidades. Como no había puentes para cruzarlo, los alemanes se veían atrapados en este torrente helado. Se enfrentaban a la muerte.
La SS Viking no tenía ningún equipo para cruzar el río, pero mientras esperaban a la orilla, los tanques soviéticos aparecieron por detrás de ellos. No tuvieron más alternativa que zambullirse en el agua helada.
En una hazaña de heroísmo en masa, cientos de hombres formaron un puente humano. Algunos no sobrevivieron: cayeron frente al terrible fuego enemigo o fueron arrastrados por la corriente.
A mediodía, otros 5.000 hombres lograron llegar a lugar seguro. Léon Degrelle y sus soldados habían permanecido todo el tiempo cubriendo la retirada. Incluso fueron atacados por la caballería del Ejército Rojo y algunos se vieron superados por sus sables.
Mientras que las otras tropas escapaban, los valones sufrían terribles pérdidas. Los 1.200 hombres iniciales quedaron reducidos a solo 700. Léon Degrelle había hecho su trabajo. Su unidad era ahora la única en el foco de Korsun-Cherkassy. Ahora eran ellos mismos los que tenían que escapar.
Degrelle condujo a sus pocos supervivientes hacia el oeste, hacia la temida puerta del infierno. Los tanques rusos los perseguían constantemente. Los caballos que portaban a los heridos eran tiroteados a la altura del Gniloy Tikich y los tanques rusos no dudaban en pasar por encima de los heridos. Una escena sin duda espeluznante. Pese a ello, lo imposible se había logrado.
Finalmente, 40.000 hombres habían escapado vivos de la puerta del infierno. Pero el hombre que había planeado la arriesgada evasión, Willelm Stemmermann, no corrió la misma suerte. Murió luchando contra los rusos hasta el final.
De regreso en Alemania, la batalla se presentó como una gran victoria llena de actos de heroísmo. La huida del foco de Korsun-Cherkassy pasó a la historia como la evasión a través de la puerta del infierno.
Korsun-Cherkassy era la plataforma perfecta para Léon Degrelle. Durante el resto de la Segunda Guerra Mundial, realizó una gira por Alemania y los países ocupados por los nazis dando discursos sobre su experiencia. Léon Degrelle fue galardonado con la Cruz de Caballero, un premio para aquellos que se habían visto con el enemigo cara a cara.
Por fin, Degrelle se había ganado el reconocimiento del Führer. Se llegó a decir que Hitler había comentado que si hubiese tenido un hijo le habría gustado que fuera como Léon Degrelle.
Degrelle murió de viejo en España sin haberse arrepentido nunca de su pasado nacionalsocialista. Incluso llegó a escribirle una carta al Papa en la que negaba el Holocausto.
En realidad, la evasión a través de la puerta del infierno no fue el triunfo que los alemanes habían tratado de venderle a su pueblo. En abril de 1944, apenas tres meses después, el hombre que ordenó la huida, Erich von Manstein, fue relevado. Había desafiado a Hitler demasiadas veces.
A pesar de tanto heroísmo, el coste de esta hazaña fue inmenso. Los alemanes perdieron a 20.000 hombres: un tercio de los que estuvieron atrapados en el foco de Korsun-Cherkassy.
Los soldados del ejército alemán lograron sobrevivir para seguir luchando, pero en última instancia, si consideramos el poco desgaste sufrido por el Ejército Rojo, esta victoria no les compensó demasiado. La Segunda Guerra Mundial tenía ya una casi imposible vuelta de hoja para el Tercer Reich.