Revista Conciertos
Lunes 14 de marzo, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Magdalena Kožená (mezzo), La Cetra Barockorchester Basel, Andrea Marcon (director). Obras de: M. Ucellini, Monteverdi, Merula, Marko Ivanović, Castello, Berio y Marini.
Las grandes voces femeninas pierden su nombre para añadir el artículo al apellido dando ese toque de inimitable y única con el que todos las conocemos. A Oviedo llegaba “La Kožená”, una mezzo nacida en Brno (1973) que enamora desde la primera vez que la oyes cantar, por su voz cálida, pasional, llena de matices infinitos, dicción perfecta, emisión ideal pero sobre todo una presencia y escena capaces de introducirnos en ella e imaginarnos todo el entorno sólo escuchándola, la magia que siempre alcanza esta mujer hoy de rojo en la primera parte, que siente y nos hace sentir a Claudio Monteverdi (1567-1643) como pocas.
Pero el verdadero ropaje no lo pusieron Daniela Flejšarová ni Kateřina Štefková, que también, sino el maestro italiano Andrea Marcon, verdadero modisto o diseñador de la música tanto instrumental como acompañante vocal, cortada a medida por sus alumnos de La Cetra de Basilea, ocho músicos perfectamente ensamblados y sin tacha, desde una interpretación historicista que hoy consideramos "normal" gracias entre otros a nuestro recién llorado Harnoncourt: un par de violines, una viola que alternó con la flauta dulce piccolo, y un continuo donde además de la viola de gamba y el violón, teníamos un laúd alternando con la guitarra barroca, solo en la primera parte, más una tiorba y un segundo clave complemento del maestro. Obras del barroco temprano alrededor del verdadero eje monteverdiano con algún guiño asombroso como era de esperar en un espectáculo único.
Ellos fueron los encargados de entrar a escena con el Aria Quinta sopra la Bergamasca a tre, de "Sonate, arie e correnti, op. 3" (1642) de Marco Ucellini (1603-1680) antes de la aparición de una Ottavia de rojo pasión y zapato plateado con altura de vértigo, "L'incoronazaione di Poppea" con el aria Disprezzata Regina que “La Kožená” transmitió desde el desgarro de la abandonada emperatriz, un lujo que iría en aumento en el Addio Roma! Addio Patria! Amici Addio! del tercer acto, con un puente instrumental de Tarquinio Merula (1595-1665) encajado a la perfección, la Sonata XXIV, Ballo detto Pollicio de "Canzoni overo sonate conertante per chiesa e camera, op. 12" (1637), esa despedida trágica, con la voz entrecortada sabedora de la muerte, registro dramático desde la grandeza escénica.
Y es que “La Kožená” es capaz de cantar Monteverdi vestida de rojo puro barroco y (re)vestirlo como si su compatriota Marko Ivanović (1976) diseñase manteniendo el taller y la tela, darle la vuelta sin perder ni un ápice desde otra hechura y parecer otro. Arianna has a problem es un encargo de la propia mezzo precisamentre para este programa, un nuevo personaje femenino de abandonada, la Ariadna partiendo del doloroso Lasciatemi morire (con texto de Ottavio Rinuccini) en el que el director de escena -en la segunda parte- Ondřej Havelka inserta sus propios textos, haciendo interactuar a la protagonista con el público, acusándole de no comprenderla en su tragedia por el traidor Teseo, bajando a las butacas, sacando la escena a la escena como el genial Woody Allen en "La rosa púrpura del Cairo" (1985), fractura de tiempo y espacio, el paso del blanco y negro al color, atravesar la pantalla para convivir, o revivir la vida con los fieles seguidores, actual con la duda de volver, sentir y sufrir en uno u otro lado de la (ir)realidad.
Tras el guiño, vuelta de los jóvenes intérpretes a los barrocos jóvenes, eternamente actuales, en el tercer número instrumental, de Dario Castello (1590-1658) y su Sonata XV a quattro de "Sonate concertate in stil moderno, libro secondo" (1629), moderno entonces, asimilado ahora y con la misma frescura "cetrina".
Solo una diva es capaz de organizar un programa donde los músicos se sientan entre el público y en solitario "marcarse" Sequenza III, para voz femenina, con poema de Markus Kutter (1966), como si fuesen igual 50 que 500 años, porque Luciano Berio (1925-2003) sigue sonando vanguardista y rompedor, más dentro de un quasi monográfico Monteverdi que “La Kožená” interpretó de forma magistral, precisamente ubicado como cierre carnal, impactante y manteniendo expectante a todo el auditorio, provocando, asombrando, jugando con todo en una camaleónica versión donde su voz no perdió compostura ni brillo, cómplice el tiorbista Daniele Caminiti, portazo y susto incluido, en un alarde de dramaturgia. Merece la pena leerse las notas al programa de María Sanhuesa "Mujeres fuertes: mujeres solas" relatando los distintos abandonos tan estructurados como el propio programa, como solo una mujer puede entender y explicar.
Dramaturga y taumaturga se volvió Magdalena Kožená en la segunda parte. Se reorganiza la escena con "La Cetra" a la derecha casi en penumbra, atriles con leds, y una tarima donde solo vemos dos galeas o cascos con penachos diferenciados, como los dos personajes. Suena Biagio Marini (1594-1663) cual obertura en su Passacaglio a quattro de "Per ogni sorte di strumento musicale diversi generi di sonate, da chiesa, e da camera op. 22" (1629), muy bien traído antes de la aparición de la checa vestida de romano para representar tres personajes en uno, Il combattimento di Tancredi e Clorinda de "Madrigali guerrieri ed amorosi..." Libro octavo (1638) del genial Monteverdi, no ya madrigales como hasta entonces sino teatralizarlos realmente, dramatizarlos y crear una mezcla de oratorio y ópera, aparecen dos espadas, del cruzado Tancredi a la amazona Clorinda que piensa guerrero, y el propio narrador, el engaño de la travestida para medirse ambos en armas, canto increíble, diferenciado, natural, con una gama de matices desde una técnica asombrosa, de emisión dulce y clara, todo con una arrolladora personalidad de la checa, el ímpetu de Tancredi siguiendo a Clorinda, la noche y la evocación, fama y gloria resplandecientes, el acero destellando y el pie firme, las ofensas empujando la venganza, fiereza, embestidas... y así la narración que nos convence de los dos personajes moviéndose con las luces mínimas de Lukáš Pondělíček, las candelas creando sombras y tensiones, la sangre cinta roja manando de la dorada ócrea sobre la blanca túnica, la luz que emana de una "cetra" convertida en regio cetro, reina despreciada y abandonada del principio transmutada triplemente en sí misma, narrando y sintiendo por dos. Arrolladora “La Kožená”, convenciéndonos de esta locura desde su propio convencimiento, haciéndonos ver lo invisible, el casco en copa cual grial, el arroyo murmurante, la mano temblorosa, juego de roles y voces como solo ella sabe y puede, el aplomo y dominio escénico desde la madurez vocal y vital. Marcon el maestro, el especialista, el músico completo, discreto desde la sabiduría, dejando fluir la música de sus alumnos vistiendo la voz para ese final que abre el Cielo, curiosamente apagándose voz, luz y música. Casi tres cuartos de hora en este triduo mitológico, la magia del tres como eje perfecto.
Adelantar la caja acústica para el espectáculo fue todo un acierto ayudando no ya la propia sonoridad del "consort" con la mezzo sino por la cercanía ideal, más si cabe para esta escenificación que en un espacio más reducido aún nos hubiese conmovido hasta límites insospechados.
Un auténtico placer Magdalena Kožená, una voz de las que escasean hoy en día y una artista integral, con una propina que no podía ser más que de Monteverdi, Sì dolce é ‘l tormento, totalmente dulce y nada tormentoso, porque el "padre de la ópera" experimentó en los madrigales todo el poder expresivo de la palabra con la música a su servicio, "La Cetra" primorosa desde la cuerda pulsada a la frotada y percutida, puente renacentista al barroco que sigue tendido y manteniendo cada vez más actual este periodo de nuestra historia.
Las grandes voces femeninas pierden su nombre para añadir el artículo al apellido dando ese toque de inimitable y única con el que todos las conocemos. A Oviedo llegaba “La Kožená”, una mezzo nacida en Brno (1973) que enamora desde la primera vez que la oyes cantar, por su voz cálida, pasional, llena de matices infinitos, dicción perfecta, emisión ideal pero sobre todo una presencia y escena capaces de introducirnos en ella e imaginarnos todo el entorno sólo escuchándola, la magia que siempre alcanza esta mujer hoy de rojo en la primera parte, que siente y nos hace sentir a Claudio Monteverdi (1567-1643) como pocas.
Pero el verdadero ropaje no lo pusieron Daniela Flejšarová ni Kateřina Štefková, que también, sino el maestro italiano Andrea Marcon, verdadero modisto o diseñador de la música tanto instrumental como acompañante vocal, cortada a medida por sus alumnos de La Cetra de Basilea, ocho músicos perfectamente ensamblados y sin tacha, desde una interpretación historicista que hoy consideramos "normal" gracias entre otros a nuestro recién llorado Harnoncourt: un par de violines, una viola que alternó con la flauta dulce piccolo, y un continuo donde además de la viola de gamba y el violón, teníamos un laúd alternando con la guitarra barroca, solo en la primera parte, más una tiorba y un segundo clave complemento del maestro. Obras del barroco temprano alrededor del verdadero eje monteverdiano con algún guiño asombroso como era de esperar en un espectáculo único.
Ellos fueron los encargados de entrar a escena con el Aria Quinta sopra la Bergamasca a tre, de "Sonate, arie e correnti, op. 3" (1642) de Marco Ucellini (1603-1680) antes de la aparición de una Ottavia de rojo pasión y zapato plateado con altura de vértigo, "L'incoronazaione di Poppea" con el aria Disprezzata Regina que “La Kožená” transmitió desde el desgarro de la abandonada emperatriz, un lujo que iría en aumento en el Addio Roma! Addio Patria! Amici Addio! del tercer acto, con un puente instrumental de Tarquinio Merula (1595-1665) encajado a la perfección, la Sonata XXIV, Ballo detto Pollicio de "Canzoni overo sonate conertante per chiesa e camera, op. 12" (1637), esa despedida trágica, con la voz entrecortada sabedora de la muerte, registro dramático desde la grandeza escénica.
Y es que “La Kožená” es capaz de cantar Monteverdi vestida de rojo puro barroco y (re)vestirlo como si su compatriota Marko Ivanović (1976) diseñase manteniendo el taller y la tela, darle la vuelta sin perder ni un ápice desde otra hechura y parecer otro. Arianna has a problem es un encargo de la propia mezzo precisamentre para este programa, un nuevo personaje femenino de abandonada, la Ariadna partiendo del doloroso Lasciatemi morire (con texto de Ottavio Rinuccini) en el que el director de escena -en la segunda parte- Ondřej Havelka inserta sus propios textos, haciendo interactuar a la protagonista con el público, acusándole de no comprenderla en su tragedia por el traidor Teseo, bajando a las butacas, sacando la escena a la escena como el genial Woody Allen en "La rosa púrpura del Cairo" (1985), fractura de tiempo y espacio, el paso del blanco y negro al color, atravesar la pantalla para convivir, o revivir la vida con los fieles seguidores, actual con la duda de volver, sentir y sufrir en uno u otro lado de la (ir)realidad.
Tras el guiño, vuelta de los jóvenes intérpretes a los barrocos jóvenes, eternamente actuales, en el tercer número instrumental, de Dario Castello (1590-1658) y su Sonata XV a quattro de "Sonate concertate in stil moderno, libro secondo" (1629), moderno entonces, asimilado ahora y con la misma frescura "cetrina".
Solo una diva es capaz de organizar un programa donde los músicos se sientan entre el público y en solitario "marcarse" Sequenza III, para voz femenina, con poema de Markus Kutter (1966), como si fuesen igual 50 que 500 años, porque Luciano Berio (1925-2003) sigue sonando vanguardista y rompedor, más dentro de un quasi monográfico Monteverdi que “La Kožená” interpretó de forma magistral, precisamente ubicado como cierre carnal, impactante y manteniendo expectante a todo el auditorio, provocando, asombrando, jugando con todo en una camaleónica versión donde su voz no perdió compostura ni brillo, cómplice el tiorbista Daniele Caminiti, portazo y susto incluido, en un alarde de dramaturgia. Merece la pena leerse las notas al programa de María Sanhuesa "Mujeres fuertes: mujeres solas" relatando los distintos abandonos tan estructurados como el propio programa, como solo una mujer puede entender y explicar.
Dramaturga y taumaturga se volvió Magdalena Kožená en la segunda parte. Se reorganiza la escena con "La Cetra" a la derecha casi en penumbra, atriles con leds, y una tarima donde solo vemos dos galeas o cascos con penachos diferenciados, como los dos personajes. Suena Biagio Marini (1594-1663) cual obertura en su Passacaglio a quattro de "Per ogni sorte di strumento musicale diversi generi di sonate, da chiesa, e da camera op. 22" (1629), muy bien traído antes de la aparición de la checa vestida de romano para representar tres personajes en uno, Il combattimento di Tancredi e Clorinda de "Madrigali guerrieri ed amorosi..." Libro octavo (1638) del genial Monteverdi, no ya madrigales como hasta entonces sino teatralizarlos realmente, dramatizarlos y crear una mezcla de oratorio y ópera, aparecen dos espadas, del cruzado Tancredi a la amazona Clorinda que piensa guerrero, y el propio narrador, el engaño de la travestida para medirse ambos en armas, canto increíble, diferenciado, natural, con una gama de matices desde una técnica asombrosa, de emisión dulce y clara, todo con una arrolladora personalidad de la checa, el ímpetu de Tancredi siguiendo a Clorinda, la noche y la evocación, fama y gloria resplandecientes, el acero destellando y el pie firme, las ofensas empujando la venganza, fiereza, embestidas... y así la narración que nos convence de los dos personajes moviéndose con las luces mínimas de Lukáš Pondělíček, las candelas creando sombras y tensiones, la sangre cinta roja manando de la dorada ócrea sobre la blanca túnica, la luz que emana de una "cetra" convertida en regio cetro, reina despreciada y abandonada del principio transmutada triplemente en sí misma, narrando y sintiendo por dos. Arrolladora “La Kožená”, convenciéndonos de esta locura desde su propio convencimiento, haciéndonos ver lo invisible, el casco en copa cual grial, el arroyo murmurante, la mano temblorosa, juego de roles y voces como solo ella sabe y puede, el aplomo y dominio escénico desde la madurez vocal y vital. Marcon el maestro, el especialista, el músico completo, discreto desde la sabiduría, dejando fluir la música de sus alumnos vistiendo la voz para ese final que abre el Cielo, curiosamente apagándose voz, luz y música. Casi tres cuartos de hora en este triduo mitológico, la magia del tres como eje perfecto.
Adelantar la caja acústica para el espectáculo fue todo un acierto ayudando no ya la propia sonoridad del "consort" con la mezzo sino por la cercanía ideal, más si cabe para esta escenificación que en un espacio más reducido aún nos hubiese conmovido hasta límites insospechados.
Un auténtico placer Magdalena Kožená, una voz de las que escasean hoy en día y una artista integral, con una propina que no podía ser más que de Monteverdi, Sì dolce é ‘l tormento, totalmente dulce y nada tormentoso, porque el "padre de la ópera" experimentó en los madrigales todo el poder expresivo de la palabra con la música a su servicio, "La Cetra" primorosa desde la cuerda pulsada a la frotada y percutida, puente renacentista al barroco que sigue tendido y manteniendo cada vez más actual este periodo de nuestra historia.