Cubierta de
No lo comprendo, no lo comprendo
Hace unas semanas comentaba en este blog el libro de entrevistas con Chaplin que editó Confluencias, la verdad es que me gustó tanto que compré otro anterior: No lo comprendo, no lo comprendo: Conversaciones con Akira Kurosawa, publicado por esa editorial el año pasado y segundo de la colección Conversaciones en la que ya han aparecido otros cinco libros con entrevistas con Karen Blixen, Claude Monet, Otto Frank (el padre de Anna), Octavio Paz, Steve Jobs y Robert Graves.
Kurosawa no habla de arquitectura, como Chaplin, pero sí comenta cuestiones relacionadas con la escenografía. Sobre su película Trono de sangre declara: «decidimos que el castillo principal debía construirse en las faldas del monte Fuji, no porque quisiera mostrarlo, sino porque era precisamente ese paisaje descarnado el que necesitaba, y lo necesitaba cubierto habitualmente de niebla» y continúa: «también necesitaba un castillo de poca altura. No obstante, Kohei Ezaki, el director artístico, quería un castillo majestuoso, pero yo mantuve mi idea. Fue muy complejo construir el escenario, pues no contábamos con gente suficiente y la localización estaba lejos de Tokio. Afortunadamente había cerca una base de marines de los Estados Unidos, que nos ayudaron de modo notable; también nos ayudó un batallón entero de la Policía Militar. Nuestro trabajo en ese escarpado lugar nos dejó, recuerdo, absolutamente exhaustos; casi caímos enfermos». Esta "ayuda" militar se parece a la del ejército español en las grandes superproducciones extranjeras, rodadas en nuestro país en los años sesenta y setenta, con la diferencia que el ejército estadounidense estaba en Japón después de la guerra como fuerza de ocupación. Por otro lado es curioso como el director quería un castillo más pequeño que el director artístico, con lo que se comprueba que ni siquiera en el cine lo mayor es mejor.
Donald Richie también escribe en el mismo libro sobre este edificio: «hizo que desmantelaran el castillo de Trono de sangre, que no apareciera, cuando descubrió que los carpinteros habían utilizado clavos, un anacronismo que las lentes de larga distancia hubiesen mostrado al momento, se cuenta también que para algunas escenas del interior de Barbarroja hizo que varios asistentes vertieran en las tazas una cantidad de té equivalente a su utilización durante veinte años para que éstas adquirieran la pátina adecuada». Esto recuerda la supuesta minuciosidad de Luchino Visconti en alguna de sus películas, algo que comentaré en otra ocasión.
En fin, recomiendo este libro de Confluencias, tanto como el de Chaplin.