Con el rostro vuelto hacia el cielo
y la lluvia fina sobre el cabello
recogen hojas las mujeres. Las primeras.
Las nubes vagabundean por sus ojos,
los pechos esbozan su delicado arco
en el viento azul
que huele a humedad
del ventisquero helado del bosque.
Un ramillete de hojas tiernas,
unos mullidos amiantos
en el jarro sobre la mesa de la cocina,
encima de un descolorido posavasos de papel.
El hombre mira con ojos indiferentes,
el hombre no sabe que
la antorcha de la vida arde en su casa.
Pero las sacerdotisas manos de las mujeres
sonríen en una felicidad secreta total,
una melancolía azulada como el viento.
Hay todavía esperanza,
hay esperanza para el mundo
siempre que las mujeres adornen su casa
con hojas tiernas.