Stand by for Tape Back-up es uno de esos claros ejemplos de películas que demuestran que menos es más, que trabajando la simpleza de un dispositivo uno puede hacer obras tremendamente interesantes. El director y protagonista Ross Sutherland adapta esta idea a la perfección en probablemente una de las obras más íntimas y personales de los últimos años. A través de sus sesenta minutos de metraje Sutherland nos adentra en su propio ensayo personal.
Las imágenes de una cinta de vídeo de su abuelo que contienen todo tipo de entretenimiento desde fragmentos de Ghostbusters, El príncipe de Bel Air, concursos, partidos de futbol…, son la base de toda la película. A través de la repetición y manipulación de estos videos Sutherland adhieres su voz en off y nos introduce en un viaje sobre su vida y preocupaciones que acaban adquiriendo un tono mucho más global y filosófico. Stand by for Tape Back-up es un discurso lleno de rabia y rebeldía que pretende no dejar indiferente a nadie.
Uno de los principales inconvenientes del film es que en muchas ocasiones este puede ser entendido como una obra excesivamente pretenciosa y grandilocuente. Riesgo que asume el autor desde el primer minuto y que parece importarle bien poco. Aunque si es cierto que en determinados momentos la película resulta cargante y parece que se explotan de manera masificada los sentimientos del protagonista, se agradece que al menos las intenciones de Sutherland queden claras desde el primer minuto. Y es que a través de un dispositivo exageradamente simple uno puede utilizar el cine como forma para desahogar sus inquietudes y con ello crear una obra aparentemente modesta pero sobre todo interesante.