He vuelto a ver esta ópera hace unos días en el Teatro Real. Ya lo hice un par de veces en este mismo escenario, con Ángeles Blancas y José Bros, en 1988, y en la producción de Mario Gas en 2006. En esta ocasión -como yo hace treinta años-, una gran amiga mía, Loreto, ha asistido a su primera ópera. Espero haberla «enganchado» y que no sea la última.
«L'elisir d'amore» es una de mis óperas preferidas. No está el belcantismo entre mis preferencias, pero la frescura, el humor y el lirismo de su libreto y su música me gustan especialmente. Me siento, además, conmovido (y hasta identificado en ocasiones) con la ingenuidad y la ternura del personaje de Nemorino, enamorado hasta las trancas de un imposible, que al final no lo es tanto (espero no haberle chafado a nadie el argumento). Y me cautiva, claro, la preciosa «Una furtiva lacrima», una de las arias para tenor más célebres del repertorio. De ella me dijo Alfredo Kraus en una ocasión que muchos tenores la solían cantar con tristeza -su melodía es taciturna-, cuando en realidad es un canto esperanzador, y así debe interpretarse.
Conozco bien el Real, un teatro en el que he pasado muchas horas: antes de su inauguración, durante los meses de su reforma, tuve que cubrir varias visitas de ilustres cantantes y políticos (tantas veces fui que, el día en que estuvo Maya Plisetskaya, la acompañé yo); he hecho allí decenas de entrevistas y he cubierto otras tantas ruedas de prensa: he comido varias veces en su cantina, y he hecho guardia -con Rubén Amón- en la puerta esperando que concluyera una reunión del patronato para lograr arrancarle a Stephane Lissner los títulos de la siguiente temporada.
Disfruté mucho de la representación de «L'elisir d'amore». La producción, dirigida por Damiano Michieletto, sitúa la acción en una playa colorista y bulliciosa (tal vez demasiado; a veces hay mucho ruido en torno a la acción). Pero la historia y los personajes encajan bien en ese ambiente. Adina es la propietaria de un chiringuito de playa que lleva su nombre y en el que trabaja Giannetta; Nemorino es un pobre desgraciado que además de socorrista limpia la playa; Belcore es un marino y Dulcamara un charlatán macarra y chulito. Obviando los inevitables anacronismos y discordancias entre texto y acción que estas adaptaciones provocan en las óperas, se ve con agrado. Vi el segundo reparto, en el que me gustaron especialmente Ismael Jordi (aunque, no sé si por culpa suya o de la dirección, aparece en ocasiones como un subnormal, cuando solo es simple y tontorrón) y Camilla Tilling.
La foto es del magnífico fotógrafo del teatro, Javier del Real