En 1861, el sobrino del militar francés promovió la traducción al asturiano del Evangelio según San Mateo. Se lo encargó al futuro obispo de Mondoñedo
Arrimáivos, y mirái’l sitiu, á ú’ estaba puestu’l Señor.» Letra a letra, así, literalmente, un técnico inglés cuyo nombre no ha pasado a la Historia fue creando las planchas del primer y, quizás, único libro en asturiano que jamás se haya editado en Londres. Rondaba el año 1861 cuando el Evangelio de San Mateo, uno de los cuatro del Nuevo Testamento y, por aquel entonces, de los textos más populares de Europa -también de la Cornisa Cantábrica-, fue impreso en asturiano en una acción que se torna aún más sorprendente, para quien desconozca la historia, al conocer quién la impulsó.
Baste ver su retrato para retrotraernos unas cuantas décadas atrás al curioso momento, porque la cara de Louis Lucien, el filólogo que montó el tinglado, es un calco a la de su famosísimo tío. Poderosa es la genética, como poderoso fue para el mundo que, por entonces, estaba a punto de morir, el apellido de ambos: Bonaparte.
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