Este mismo sólido mundoen el que ellos se criaron y vivieronse desmorona y se disuelve.
Cae la nieve. Caesobre ese solitario cementerioen el que Michael Fureyyace enterrado. Caelánguidamente en todo el Universoy lánguidamente cae,como en el descensode su último final,sobre todos los vivosy sobre los muertos."
(extracto de "Los muertos", de James Joyce)

Me acerco a los últimos días de este año como quien se asoma, ebrio de dudas y con solo unas pocas certezas, hacia al abismo. Vuelven los propósitos, las colecciones de fotos, los panettones y el frío seco de un invierno incipiente. Quiero un especial de Nochevieja para los árboles que han perdido sus hojas. ¿La inteligencia artificial evitará que envejezca antes de que explote su burbuja, o tendré que prescindir de mi cuerpo biológico para alcanzar la inmortalidad tecnológica, alojándome en una mente interconectada supranatural? Mientras, continúo reescalando videos antiguos sin apenas pérdida de calidad en renderizados interminables. También sigo escribiendo, a pesar de todo. Y hasta he recuperado las ganas de hacer algo de música. "Cerrarás tus ojos, para no ver, por el cristal, las muecas de las sombras del anochecer", escribió Rimbaud en su Sueño para el invierno. ¿Soñarán los androides con la nieve que cae lánguidamente en el Universo eléctrico? Mi sueño es más ligero que nunca a pesar de vivir la época más estable de mi vida. Miré vuelos para pasar el fin de año en Tokio (o sobrevolando el oriente próximo y lejano, ajeno a los husos horarios), también planeé un viaje en tren hasta Rovaniemi, Kolari y más allá, quizás en busca de conexión con una aurora boreal que me aleje del paso del tiempo. Otra opción (más competitiva, sin duda) era narcotizarme dos o tres días seguidos y despertar más allá de los fuegos y las inteligencias artificiales. Me temo que, al final, me iré pronto a la cama después de cenar para ser testigo del primer amanecer del año. Tan silencioso y pasajero como un copo de nieve.
