
Humanidad, compleja palabra que encierra entre sus huecos, en sus intersticios en blanco, la desesperación y la culpabilidad de una raza cruel. La palabra humanidad, al igual que la verdad, está sobrevalorada hoy día pues todo el mundo presume de poseerla cuando, en realidad, no pueden estar más alejados de ella. La humanidad del título puede referirse tanto a la condición del ser humano como especie, como a su comportamiento social y moral ante la vida y sus semejantes, como comprobaremos a lo largo del metraje de la fabulosa película de Bruno Dumont.La brutalidad que desprende la película (extrapolable a cualquier región del mundo y a cualquier ambiente social) la sufrimos todos, en mayor o menor medida, en nuestro día a día (como lo sufrió la niña de 11 años del principio de la historia y que nos abofetea la cara con esa entrepierna ensangrentada) y es por ello que "L'humanité" es un encomiable análisis, perturbador y sexual, bucólico y radical, extremo y verosímil de nosotros mismos; un film sobre la vida y los miserables y mezquinos seres que la poblamos.

Dumont, que ya soprendió a propios y extraños con la reivindicable y rompedora "La vida de Jesús", se vale de un ligero planetamient de tinte policiaco para adentrarse en los recovecos de la campiña rural francesa, ensañarse con la vida, mostrarnos nuestra cara menos civilizada y más vergonzosa y crear el revuelo entre el público (como ocurrió en su momento en Cannes) y nuestras mentes. Al igual que en su primer trabajo, se centra en la vida de un ser en concreto sobre el que pivotan los acontecimientos y los otros (pocos) personajes de la historia. Ese hombre es Pharaon De Winter (un magistral Emmanuel Schotté), un solitario y esquivo treintañero, oficial de policía y crédulo ante todos sus semejantes y habitantes del pueblo, que tendrá que investigar un sórdido acontecimiento que destapará la caja del remordimiento y la agonía existencial propia. Su vida, callada, correcta, introvertida, aburrida, está sometida al férreo control de su madre, supuestamente sobreprotectora, que guía sus pasos y su comportamiento casi al milímetro. Sus días pasan, idénticos entre sí, en un ciclo inalterable que consiste en ir a trabajar a la comisaría, sentarse junto a su puerta para ver a la gente que pasa y observar todo atentamente, charlar con su amiga Domino y visitar, de forma esporádica, un pequeño invernadero en el que se siente libre como ser humano y conecta con la esencia de la Tierra y de su ser vivo interior (la imágen del rostro de Pharaon mientras sus dedos toquetean la tierra húmeda es reveladora, con ese brillo en sus ojos y esa mirada para nada perdida, como siempre la tiene).
("El origen del mundo" de Gustave Courbet )
Dumont nos hace llegar su historia de forma austera, nada grandilocuente, sino de manera mundana y terrenal, con el sonido de ambiente absolutamente expresivo y tangible, como el que nos rodea y nos hace sentir que estamos allí, con sus personajes, perdidos en la inmensidad de nuestro ser. Emplea, también unos movimientos de cámara precisos, sin barrocos excesos de virtuosismo técnico, innecesarios para esta historia, y unos decorados naturales y creíbles para nosotros y para los personajes que los transitan. Sus actores, escasos, son como el paradigma de la soledad que reina en nuestra sociedad y, a pesar de ser en su mayoría no profesionales, son más convincentes en su papel que algunos que se supone que sí lo son. Sus personajes se presuponen en apariencia ingenuos y superficiales, pero nada más lejos de la realidad.Un aspecto que también predomina a lo largo del metraje, es el concepto de ser humano como potencial de sexualidad, pero aunque los coitos se alargan en el tiempo y la genitalidad es expresa, Dumont huye de sensacionalismos y de erotismo. Para él, no es más que un acto instintivo de un ser animal, una necesidad fisiológica poco pasional y nada idealizada.La presencia de la pintura entendida como arte está también latente en "L'humanité", ya sea por esos paisajes (como el inicial) que nos retrotraen al concepto de "tableu vivant" o por los encuadres y el uso de la luz a lo largo de los diferentes planos que componen el filme. Pero, sobre todo, la referencia pictórica más evidente (que Dumont recompone en un solemne plano fijo que se centra en la anatomía palpitante y llorosa de Domino) y a la que hago mención en el título de este comentario viene de la mano de Gustave Courbet y su cuadro "El Origen del Mundo", en el que el pintor decimonónico hace un ejercicio de síntesis sobre las motivaciones del ser humano y encierra, en un lienzo, el único motor de este mundo, la gran verdad absoluta, el origen de toda vida futura. La desnudez vaginal.