Edición: Contraseña, 2012 (trad. Pepa Linares)Páginas: 116ISBN: 9788493930882Precio: 14,00 €
Quizá hablar de abadías, monjas y preceptos religiosos no sea el mejor cebo para persuadir al lector del siglo XXI para descubrir un libro. En cambio, cuestiones como la lucha por el poder, la codicia o la pugna entre facciones tradicionalmente enfrentadas tal vez suenen mejor, más familiares y vigentes. Cuando Muriel Spark (Edimburgo, 1918 – Florencia, 2006) publicó La abadesa de Crewe (1974), el escándalo Watergate estaba aún caliente y muchos lectores vieron en la novela una aproximación en clave alegórica al caso. Desde el punto de vista actual, sin embargo, además de la asociación con Richard Nixon es posible extender el alcance de su historia a otros ámbitos, otras épocas y tensiones. Porque se trata de juego sucio, rivalidad, corrupción, choque ideológico y generacional; unos conflictos que no dejan (ni dejarán) de producirse, aunque con los tiempos se transformen y adquieran nuevos disfraces.El planteamiento es sencillo en apariencia: un claustro de monjas elige a su nueva abadesa entre dos candidatas. Por un lado, Alexandra, la mano derecha de la anterior superiora: ella representa la a facción conservadora, que implica el control absoluto de lo que ocurre en sus dependencias, pero también el uso de argucias para mantenerse en el poder. Implementa un sistema electrónico para escuchar todo lo que se cuece en la abadía, como un Gran Hermano que tiene oídos en lugar de ojos; Muriel Spark se anticipa aquí a la vigilancia aún más extrema que se produce ahora con unas redes más sofisticadas. Alexandra, además, es una mujer cultivada y locuaz, muy aficionada a la poesía y capaz de hilvanar un discurso persuasivo, contundente; en otras palabras, está preparada para manipular a su antojo de forma sutil, bajo el camuflaje del buen gusto y las convenciones, como estila el bloque conservador.Su rival, llamada Felicity (el nombre ya da pistas de su personalidad idealista y confiada), es una monja más joven y sencilla, que sin embargo ha ido ganando adeptas. Desde el principio, con todo, se sabe que ha perdido la batalla: Alexandra se ha convertido en la nueva abadesa. Felicty encarna la dificultad de llevar a cabo con éxito un movimiento rebelde para terminar con el orden dominante: tiene el ideario, tiene el apoyo de sus semejantes, pero le faltan los recursos, la vieja escuela le saca ventaja. Es aficionada a la costura: una tarea manual, artesana, que contrasta con la electrónica, fruto de la maquinaria capitalista, que ha puesto a punto su oponente. Del mismo modo que coser se ve pequeño (aunque esmerado y loable) al lado de los artilugios modernos, Felicity se hace pequeña (aunque esmerada y loable) al lado de la pérfida Alexandra. La humildad no puede luchar contra la autoridad, la acción individual no puede contrarrestar toda una red de conexiones. Por si fuera poco, está enamorada de un jesuita: un «tropezón» en su carrera con el que no contaba. Todo parecía fácil mientras era una monja más; en cuanto las altas esferas comienzan a verle posibilidades de liderar a la comunidad, lo que antes pasaba inadvertido se convierte en un obstáculo que miran con lupa.¿Y qué interés tiene esta historia, si de antemano se conoce el resultado de la votación? La psicología. En las novelas de esta autora todo reside en su sagacidad, en su penetración de la mente de los personajes, sobre todo femeninos, en su dominio de la anticipación, que, en lugar de disminuir el atractivo, aumenta la tensión, como ya demostró en títulos como El asiento del conductor(1970). El espacio cerrado de una abadía le sirve para engarzar un relato de envidias y rivalidad en el que el rol de cada monja, no solo las protagonistas, está perfectamente definido, con un análisis de caracteres y de relaciones de poder brillante. Muriel Spark es una narradora afilada e irreverente, con una picardía poco habitual. Sus libros se leen como píldoras de humor macabro concentrado en un relato de apariencia liviana, que se mueve entre la comicidad y el retrato incisivo de la naturaleza humana en su faceta más despiadada, con diálogos punzantes y personajes perfilados en apenas unas líneas.
Muriel Spark
Estos últimos meses (y años) se ha hablado mucho de la construcción del «relato» político. He aquí una representación mordaz: no es una abadía perdida en un tiempo remoto, sino la fiesta maquiavélica del ansia por el poder, del contraste entre la actuación en el escenario y lo que sucede entre bambalinas, de la intromisión de los medios de comunicación y del uso de artilugios modernos con fines poco éticos. Es la representación de las artimañas, por un lado, y de la coherencia con uno mismo, por el otro. Temas que no caducan, que trascienden este libro en particular. Muriel Spark se tomó esta novela como un divertimento, y todavía hoy, casi medio siglo después, rebosa frescura y mala leche. No, no va de monjas beatas; esto es un nido de víboras listas para clavarse el puñal mientras leen la Biblia en voz alta. Y, en el lugar de las monjas, no cuesta imaginarse el nombre de los líderes que llenan los titulares de las noticias.