La absoluta necesidad de contar historias
La necesidad y, en algunos casos, la ansiedad por contar historias, no es algo de carácter solemne, ni con mucho. Esa necesidad es, por contra, algo mucho más mundano, es algo mucho más cotidiano que no requiere de ocasiones especiales ni de circunstancias protocolarias. Quien tiene la necesidad de contar historias la tiene como tiene hambre o sed, como éstas por su condición humana, aquella por su condición de escritor. Incluso me atrevería a decir que quien tiene esa necesidad la ejercita, la satisface hasta sin querer, sin darse cuenta.Ahora bien, una cosa es la necesidad, su sentimiento y su satisfacción, y otra es su origen, su composición, su metamorfosis. Tal vez el origen primero sea una necesidad absoluta de negar la realidad, de sustituirla por otra realidad más plausible, más sazonada, más justa, más bella acaso.
¿Será tal vez la necesidad del mentiroso? Dice el escritor José Luis Correa: “Por definición los escritores somos mentirosos, creamos ficción alrededor de un crimen. Recurres a recuerdos de infancia o historias cercanas pero la gente no se las cree. Sin embargo, articulas una gran mentira y a todos les parece que tiene visos de realidad.”
Resulta curioso comprobar cómo la historia de ficción que intentas narrar puede llega a ser incluso más creíble que una historia real, cuando todas sus piezas, por falsas que sean, forman un todo cohesionado, una verdad creíble. Parafraseando una de las citas más famosas del cine, a un escritor le cabría decir: “He imaginado cosas que vosotros no creeríais”, y es esa capacidad de imaginación la que constituye la base, el cimiento sobre el que se practica y se satisface la edificante tarea de contar historias.
¿Será la de contar historias, tal vez la necesidad del soñador?, ¿es el soñador un contador nato de historias?, ¿es acaso el escritor un soñador nato? La necesidad de contar historias puede ser una de las más altas expresiones de resistencia a la realidad, de resistencia a esa realidad que deja en nada a las personas, que las hace vulnerables…, mortales. De ser así, tal vez la necesidad de contar historias tal vez tenga que ver con la necesidad de alcanzar la inmortalidad, quien sabe.
¿Será, después de todo, la mayor de las necesidades? Se pregunta Gabriel García Márquez: “¿qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morir de hambre, de frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?”
Si sientes de forma nítida, rotunda y absoluta esa necesidad de contar historias, si siempre la has sentido así, naciste escritor.