A finales del siglo XVIII surge el feminismo. Una corriente ideológica cuyo movimiento, en sus inicios, se constituyó para la búsqueda de la igualdad de las mujeres con respecto a los hombres en el plano económico, político y social. Una corriente, en principio, justa, pero que ya en los inicios del siglo XXI se ha contaminado de misandria e irracionalidad, cuyo sector más radical odia profundamente al sexo masculino. Son las conocidas como feminazis, que han llevado esa lucha a una guerra de sexos sin precedentes, todo lo contrario al espíritu que en sus inicios preconizó el feminismo. Estrechamente vinculada con estás corrientes ha surgido lo que se conoce como ideología de género, cuyos postulados intentan redefinir la masculinidad, en perjuicio de esta.
De otro lado del espectro, ha habido una respuesta o más bien una reacción de los nombres heterosexuales nacida en América, un movimiento llamado: Hombres que siguen su propio camino, cuyas siglas en inglés son MGTOW, que considera que vivimos en un mundo ya feminista en donde todo el sistema está diseñado para beneficiar a las mujeres. Esta corriente es esencialmente misógina, pues considera a las féminas como criaturas malvadas, cuya función esencial en la sociedad moderna consiste en destruir la felicidad del hombre en su propio beneficio. Son hombres que renuncian al matrimonio, entendiendo que esa institución les resulta perjudicial. Algunos miembros ven a las mujeres solamente como una fuente para satisfacer sus necesidades sexuales, pero los más radicales consideran que ni para el sexo son necesarias. En fin, las mujeres son consideradas seres tóxicos para los hombres, seres a los que hay que evitar en la medida de lo posible.
En medio de esta absurda guerra entre sexos la sociedad se va inclinando del lado feminista, trayendo como resultado una masa de hombres emasculados, que temen expresar su naturaleza. Hombres débiles que con tal de no ser criticados o excluidos de la aprobación social, sucumben a la manipulación de la ideología de género.
Ahora resulta que ser seguro de sí mismo, altamente sexual y dominante son rasgos de machismo arcaico. Ahora lo que está de moda y es políticamente correcto es un hombre que no exprese abiertamente sus deseos, que llevado por un sentimiento de inferioridad permita que una mujer juegue con su tiempo, sus finanzas y sus sentimientos. Un nombre que en aras de una falsa igualdad tolere que su esposa se acueste con otro y hasta se sienta en el deber de criar hijos que no son suyos, hijos que más bien que son el fruto del orgasmo de otro hombre. Y digo más, hombres bisexuales o gay son más populares que los heterosexuales tradicionales.
Por otro lado miremos a las mujeres, que también son víctimas de esta posmodernidad, porque viven atadas por una contradicción. De una parte el bombardeo social a través de los medios, controlados por esa ideología que no reconoce las diferencias biológicas y psíquicas entre los sexos, que las impulsan a ser fuertes, líderes, a comerse un mundo que hasta hace poco era y todavía continua siendo masculino en alguna medida, aunque en su interior sientan la necesidad de ser protegidas, de ceder la responsabilidad del liderazgo y de entregarse en cuerpo y alma a un hombre viril, de esos que están en peligro de extinción. Con el tiempo, esas contradicciones pasan factura en la psiquis femenina, porque no podemos luchar contra nuestra naturaleza.
Contradicciones que se hacen palpables y muestran su doble moral cuando piden caballerosidad, exigen que el hombre siempre la invite a salir y pague la cuenta, y les desagrada ser piropeadas vulgarmente. Todo eso cuando al mismo tiempo quieren esa inexistente igualdad emocional, tienen independencia económica, y salen a la calle o se muestran en las redes sociales llamando la atención, mostrando demasiada carne sin distinguirse de las prostitutas.
Las mujeres tienen que ser coherentes en medio de este absurdo. Si no desean el modelo tradicional patriarcal, entonces deben renunciar a los beneficios de ser tratadas de modo preferencial, y abstenerse de aceptar dinero de los hombres, pagando los gastos mancomunadamente. Pero si quieren los beneficios del modelo tradicional deberían entonces aceptar que el hombre sea quien lleve los pantalones. Porque lo contrario sería una hipocresía.
Yo opto por el modelo tradicional, pero si ella quiere ser independiente económicamente concedo esa opción. Amo su libertad, pero eso sí, si desea ser mi mujer tiene que permitir que la trate con delicadeza, y a la vez ser quien pone las reglas.
Una relación conmigo es una dictadura que ella aceptó cuando me dio el voto en su corazón. Cuando se canse, puede revocarme, pero mientras, es a mi manera o de ninguna manera. Yo no vivo por la ideología de género.
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