La crisis y su impacto en la sociedad española se está convirtiendo en un puro cachondeo. Parece como si ante una situación tal todos nos viéramos en la obligación de tener que decir algo, por muy disparatado que sea. Poco o nada se hace, quizás porque con estas reglas económicas impuestas poco o nada se puede hacer, pero hay que darle comidilla a los medios para que el país no se detenga, no se paralice aún más de lo que ya está.
Aquí y ahora, el concepto vacío y huero con el que nos distraen de cosas mayores es el manoseado Pacto de Estado. ¿Qué español de bien osaría oponerse a un pacto de estado que nos sacara de la crisis? Ninguno, absolutamente nadie.
Y con la promulgación de la intención de llevarlo a cabo se pone en marcha la engrasada maquinaria mediática realzando la importancia del interés general por encima de los partidistas, cuando en realidad el interés general no es sino el de siempre sólo que con una pátina de barniz nuevo que lo hace aparentar más brillante, pero jamás distinto.
Así, sentadas las bases de la partida donde siempre gana el mismo, los actores del reparto comienzan a afanarse en sus papeles con una intensidad tan desmedida como desconocida hasta ahora.
Para empezar, el rey se mete hasta el cuello en el fango, como siempre, con un afán de protagonismo que más bien levanta sospechas que otra cosa. ¿Cuándo ha sido el rey sindicalista y experto en negociación colectiva? ¿Se ha metido el solo en este lío o lo han empujado otros?
Además, si tanto le preocupa combatir la crisis podría empezar dando ejemplo y rebajarse drásticamente la asignación de la familia real, que a este paso, divorcios de por medio incluidos, me lo veo al pobre apuntándose a la prórroga de los cuatrocientos euros del paro.
Los políticos, por aquello de no desteñir, no se iban a quedar atrás en la comparsa y se lanzan al ruedo con una proliferación y constancia que ya hasta marea. El gobierno aplicando la receta única del optimismo y la improvisación a ultranza y la oposición sin ofertar alternativa alguna y poniendo sobre la mesa medidas que han sido descartas incluso por sus correligionarios europeos. Unos harían lo que fuera por no perder y los otros lo mismo por ganar a toda costa. Para que luego digan que no debe ser nada cómoda la poltrona del poder.
Y de por medio, estorbando en todos lados y descuadrando la foto, la UPyD de Rosa Díez y su protagonismo de novela rosa, pidiendo elecciones, porfa, y la mercadotecnia de los grupos minoritarios ojo avizor por lo que pudiera pasar.
Incluso Rouco Varela, ese estadista de los predios celestiales, ha saltado a la palestra para decir que la crisis se debe a que nosotros, torpes mortales, hacemos un uso indebido de la libertad y nos urge a la conversión, que ya se sabe que el antifaz de la fe otorga la invisibilidad a cualquier problema que se precie.
Con este panorama desolador como pocos, va a tener razón Enrique Meneses, y la mejor opción será largarse de aquí con ojos de inmigrante a cualquier país del mundo para aprender lo que idiomas o lo que sea, incluso el controvertido arte de cómo sortear una crisis aburrida y pedante como la que estamos padeciendo.