Revista Filosofía

La academia colombiana

Por Zegmed

Perdonará el lector tanto tiempo sin escribir, pero he estado de viaje por casi un mes completo, de hecho sigo fuera del Perú, y, por lo mismo, escribir no ha sido tan sencillo. No obstante, el deber de dar vida al blog hace que uno busque algún tiempo para ofrecer unas líneas a quiénes tienen a bien leerlo. Las que siguen, en esta oportunidad, tienen como objeto narrar algo de mi experiencia en Colombia, más precisamente, mis impresiones sobre la academica colombiana, en lo que a la filosofía y teología atañe.

La semana pasada estuve en Medellín en la Universidad Pontificia Bolivariana para asistir a unos cursos y, sobre todo, al congreso internacional “El giro teológico: Nuevos caminos para la filosofía”, que tuvo lugar en esta misma universidad los días 23 y 24 de febrero.

Lo primero que toca decir es que la acogida de los profesores y organizadores en la UPB fue excelente. Fueron siempre muy gentiles y estuvieron prestos a solucionar toda duda o inquietud. Además, fueron siempre muy generosos con el trabajo de los ponentes, con el mío particularmente (presneté una ponencia sobre Caputo y Gutiérrez) y hasta nos llenaron de regalos (tengo como una docena de libros y ya no sé cómo meterlos en la maleta!!!). De otro lado, todo estuvo muy bien organizado y los profesores invitados para los cursos y las ponencias magistrales hicieron notables presentaciones.

Más allá, sin embargo, de estas impresiones relativas al buen trao y al cariño colombiano, que yo no he percibido tan natural ni tan generoso ni en Chile ni en Argentina, los otros dos países que conozco de América del Sur, lo cierto es que hay consideraciones relativas al mundo académico que vale la pena establecer.

Yo quedé genuinamente asombrado por la vitalidad del trabajo que se hace aquí en filosofía y en teología, que son las ramas que más me interesan, pero sospecho que sucede algo similar con el resto de materias: se publica mucho, se organizan muchas actividades y se tiene, por lo general, una perspectiva mucho más completa y reconocida del trabajo intelectual. Esto, dicho sea de paso, no es solo cosa de una universidad puntual, sino que sucede, con diferencias, seguro, en la mayoría. Así, la actividad de universidades como la Pedagógica, la San Buenaventura, la UPB, la Nacional, entre muchas otras, muestra un alto nivel de producción intelectual, la misma que es cubierta con fondos de investigación e integrada orgánicamente a la experiencia de la enseñanza o a la del trabajo de los alumnos.

En Colombia, pues, se publica muy bien y la investigación parece ser una práctica consolidada y estimulada desde la época de estudiantes. Evidentemente, con tan poco tiempo aquí, no tengo elementos de juicio para diagnosticar la calidad de lo que se produce ni el calibre de las investigaciones, grupos de lectura y demás que las universidades financian, pero es evidente que, allende eso, el ejercicio de disponer de mecanismos estructurales que fomenten la investigación es de suyo fundamental.

Creo, en suma, que la experiencia colombiana es muy aleccionadora y que nos puede dar algunas ideas de cómo se puede proceder en el futuro. Evidentemente, con justa modestia, el natural de estas tierras norteñas sostendrá que es mucho lo que falta hacer, que los sueldos pueden mejorar, que habría que dar más plata para la investigación, que hay mucho que reordenar y, sin duda, debe ser verdad. Sin embargo, como me decía un amigo después de tantas conversaciones en las que le señalaba mi alegría por ver las buenas cosas que se hacen aquí, “a veces no nos damos cuenta de lo que tenemos si alguien no nos lo hace notar”. Y, en efecto, así sucede.

Mis felicitaciones, pues, a la academia colombiana, se hacen cosas muy interesantes y, me parece, constituyen un ejemplo a seguir.

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