Efectivamente, el arranque del dialogismo es lento. Al principio leemos los monólogos de don Quijote, harto artificiosos, puesto que imitan el lenguaje escrito de los libros de caballerías. Sólo al final del segundo capítulo, con su réplica a las mozas de la venta, se oye la oralidad y el ejercicio natural del ingenio a través del diálogo. Con la segunda salida de don Quijote, y al entrar en escena Sancho, se inicia por fin la situación dual en que se funda el resto de la obra. El tono de estos primeros intercambios entre el caballero y el escudero es pacífico y amigable, pero sin que el bueno de Sancho sea aún capaz de enfrentarse con los argumentos de su amo; es decir, sin que los dos compartan esa mínima base de premisas comunes -lingüísticas, sociales, culturales- sin las cuales es difícil pasar de la conversación al diálogo. Pero esta relación evoluciona, se enriquece y seguirá sosteniendo la estructuración bipolar que da cabida a un número considerable de alternativas y oposiciones, lo mismo entre personas que entre convicciones, ideas y valores. En la Primera parte se presentan a veces meras yuxtaposiciones de actitudes previas (I,32), o discusiones combativas y disputas (I,45). Pero en el capítulo XIII se revela el interés de una oposición en profundidad entre convicciones opuestas. Don Quijote y Vivaldo, uno de los “dos gentileshombres de a caballo, muy bien aderezados de camino” (I, 13), intercambian palabras en que cada uno responde al otro y ofrece sus “razones” sobre temas que resultan vinculados al destino del propio don Quijote. Cervantes nos sorprende una y otra vez, incitándonos a examinar críticamente los más variados temas, convirtiéndolos en problemas, dramatizándolos mediante diálogos, y considerando su posible proyección en conductas reales y personales.
Cumbre ejemplar de este proceso es el encuentro de don Quijote con don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, en los capítulos XVI-XVIII de la Segunda parte. Reconocemos los rasgos principales del diálogo cervantino. Las palabras revelan valores, pero nunca con independencia de las personas que las manifiestan y que procuran que esos valores guíen sus vidas. El lector se convierte en un segundo oyente, sobre el que actúan en potencia todos quienes participan al coloquio. Es él quien proporciona el espacio psíquico donde las oposiciones pueden madurar y quizás resolverse. Desde un principio don Quijote y don Diego se habían entregado a un proceso de interpretación mutua, sorprendido cada uno por el aspecto del otro -el atuendo extraño del caballero andante, el color verde del de don Diego (signo cuya función consiste en provocar perplejidad). De ahí en adelante los dos procurarán conocerse menos superficialmente. Se procede de lo visual a lo moral, del hombre exterior al hombre interior; y tras el episodio de los leones, en que las actitudes se convierten en conductas, tiene lugar, en casa de don Diego, una escena admirable de comprensión y armonía. Ningún interlocutor ha querido vencer o refutar a nadie, sino solamente aclararse a sí mismo y comprender al otro. Las polaridades básicas que surgen o resurgen son muchas: vía media y extremismo, cautela y valentía, lengua clásica y lengua vulgar, autoridad y libertad, locura y cordura, etc. El resultado final en este caso es la confrontación pacífica y respetuosa de dos sistemas de valores incompatibles. Los interlocutores acuerdan no estar de acuerdo. No habrá violencia, ni combate, ni tragedia, pero las diferencias entre los dos sistemas contrastados no se resolverán.
Ha habido críticos, de gran prestigio, que han creído que el autor se identificaba con don Diego de Miranda; y otros que han preguntado ¿qué pensaba Cervantes? Pero el arte del gran novelista, para quienes queremos percibirlo, no consiste en pensar sino en hacer pensar y sentir a sus personajes y sus lectores, mediante la presentación de una variedad de modos de vivir, de hablar y de reflexionar. La cuestión no es la intención del autor, que sólo puede ser objeto de conjetura, sino la variedad de valores a los que la obra misma da vida. Lo que ésta nos pide es la inteligencia de la diversidad, para la cual es precisa antes que nada la aceptación de dicha variedad de valores: la aceptación de la tolerancia.
Claudio Guillén
Cauces de la novela cervantina: Perspectivas y diálogos
Foto: Claudio Guillén
Fuente: The Harvard Gazette