Es una gran noticia que Nina Berbérova (San Petersburgo, 1901 – Filadelfia, 1993) regrese a las librerías españolas de la mano de Contraseña, una editorial pequeña y exquisita que ya ha recuperado a autoras como Alba de Céspedes, Edith Wharton o Muriel Spark. Como para muchos de sus coetáneos, la trayectoria de Nina Berbérova estuvo marcada por los vaivenes políticos: en 1922 se exilió como consecuencia de las tensiones producidas tras la Revolución rusa; se instaló en Berlín, después en París, donde permaneció hasta 1950, y por último se estableció en Estados Unidos, donde se dedicó a la enseñanza universitaria. Durante el periodo de entreguerras escribió con intensidad, sobre todo relatos y nouvelles que retrataban la vida de los exiliados rusos. Sin embargo, a diferencia de compatriotas como Irène Némirovksy o Vladímir Nabókov, no adoptó la lengua de sus países de acogida, sino que continuó escribiendo en ruso. Esto explica en parte por qué el reconocimiento no le llegó hasta la vejez, en los años ochenta, cuando su obra se tradujo al francés y otras lenguas. También en España se publicó buena parte de su bibliografía entre finales del siglo XX y principios del XXI.La acompañante, escrito en 1934, constituye uno de sus libros más aclamados y esta es la primera edición en castellano traducida del ruso (las versiones anteriores partían del francés). Una novela breve, precisa, de estilo sencillo y construcción impecable, que mantiene la intriga como un hilo bien tensado y cuida el elenco de personajes. Utiliza la técnica del manuscrito encontrado como punto de partida para reproducir la confesión de una mujer acerca de unos hechos acontecidos años atrás. La narradora, llamada Sonia, es la única hija de una profesora de música humilde que la tuvo de forma ilegítima. Marcada desde su nacimiento por este motivo, Sonia se convierte en una joven anodina, poco agraciada, con habilidad para el piano, aunque sin un don genuino. Sin perspectivas de futuro, empieza a trabajar como acompañante de una soprano de renombre, María Trávina, una mujer que parece poseer todo lo que a ella le falta: talento, belleza, confianza, amor, vitalidad. Frustrada por su rol secundario, Sonia descubre que María oculta un secreto y trama un plan para vengarse de ella, pero los acontecimientos toman un rumbo inesperado («Pero ahora soñaba con una sola cosa: encontrar el punto débil de esa mujer fuerte, tener la posibilidad de disponer de su vida cuando me resultara insoportable seguir a su sombra.», p. 51). Como explican Marta Rebón y Ferran Mateo en el epílogo, Nina Berbérova defendía una conducta, en los exiliados, contraria a la autocompasión: no compartía la nostalgia por la patria perdida ni el lamento constante por su mala fortuna. Esta entereza se halla presente en su obra, por lo que la «actitud ante la vida» de los personajes resulta clave. A pesar de que la protagonista no tuvo suerte con sus «circunstancias dadas» (origen, genética, clase social), el discurso no atribuye su desgracia al determinismo de ningún tipo, sino a su forma de asimilarlo. Es decir, lo que importa no es lo que tiene ni lo que le pasa, sino cómo se lo toma, cómo lo afronta; la actitud vital como rasgo que marca la diferencia. En el lado opuesto está la soprano, que por supuesto también sufre malos momentos, pero los canaliza de otro modo, no se hunde. La protagonista la acompaña de San Petersburgo a Moscú y de ahí a París; en fin, puede disfrutar de una existencia cosmopolita, relacionarse con gente interesante y dejar atrás sus orígenes. Aun así, Sonia se encierra en sí misma, reduce su mundo, desaprovecha las oportunidades que se le presentan para enriquecerlo («Deberíamos habernos sentido alegres, pero no lo estábamos. No obstante, los relojes también hacen tictac sin alegría, y sin alegría cae la lluvia; aun así, todo sigue tenazmente su curso…», p. 22).
Nina Berbérova
El malestar, la rabia de la protagonista, además de corroerla, cristaliza en su obsesión con la soprano. En lugar de centrarse en ella misma, Sonia se alimenta de los asuntos ajenos, como quien se entretiene con un programa o revista de cotilleos. Es un planteamiento poco frecuente: la chica discreta aquí no es la «víctima», sino que destila crueldad, fruto de la amargura, que la conduce a una degradación progresiva. Ella sola se aboca a la autodestrucción, más por inactividad (y miedo) que por acciones erróneas («Todo lo que había ocurrido ocurrió sin mí, como si yo ni siquiera existiese.», p. 97). Con hondura psicológica, la autora esboza tres modelos de mujer: la madre, abnegada y tranquila; la narradora, introvertida y atormentada; y la artista, vigorosa y tenaz. Lo mismo sucede con los hombres: el marido, el amigo y el amante; de sus caracteres depende su fortuna. A propósito, como motivo secundario se insinúa el conflicto entre madre e hija, un tema que comparte con Irène Némirovsky en títulos como El baile (1930). En suma, la Rusia –y la Europa– de Nina Berbérova nos quedan lejos, quizá, pero su verdad literaria sigue rebosante de vida.