Revista Opinión

La agonía del arte

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
   El pensamiento es una facultad humana que, frente a las variaciones permanentes del entorno, nos permite conducir nuestra mente sin distracción hacia un objetivo. Es, dice Ortega, “el proceso mental ordenado y conforme a plan en que perseguimos deliberadamente un problema y evitamos las meras asociaciones”(1). Lleva a cabo su función ordenando una línea de procesos mentales que consisten en analizar, comparar, atribuir, inferir, deducir, abstraer, clasificar… todos ellos conducidos hacia la comprensión de algo o la resolución de un problema. Por el contrario, las meras asociaciones a que Ortega se refiere romperían la cadena que hace que todas esas operaciones se integren en un proceso acumulativo y orientado hacia un fin. “En la asociación va el alma a la deriva, inerte y deslizante, como abandonada al alisio casual de la psique”(2). En el extremo, esa distracción en que consiste tal asociación acaba en la fuga de ideas, que puede ser uno de los síntomas de la enfermedad mental grave, cuando ya no hay objetivos estables para el pensamiento, sino que este se desarticula yendo detrás de cada nuevo estímulo.    Nuestro sistema sensorial, al contrario que el intelectivo y en sintonía con la asociación de ideas, nos centrifuga y dispersa, en la medida en que en que está preparado para responder a las múltiples y sucesivas impresiones que recibimos del entorno. Si le encargáramos a nuestro sistema sensorial componer un poema sin la ayuda del intelecto, lo haría rompiendo la secuencia entre las palabras que colaboran para construir un pensamiento. Si fuera una pintura, los objetos en ella representados se diluirían para dejar que prevalecieran las impresiones sensoriales. Y si fuera una composición musical, la ruptura que supondría afectaría a la melodía, que dejaría de ser algo continuado, armonioso y coherente.    Stéphane Mallarmé (1842-1898), el más destacado componente del movimiento simbolista, fue un poeta empeñado en componer sus creaciones con su sistema sensorial, alejándose todo lo posible de lo que pudiera permitir la comprensión intelectiva de las mismas. Decía: “No escribimos los poemas con ideas, sino con palabras”. Es decir, que trataba de que el registro encerrado en las palabras se alejara de su valor conceptual, el que permite entender lo que se dice, y se concentrara en su valor emocional. Para realizar un poema a partir de esas premisas, hay que romper todo orden, toda secuencia intelectiva, todo plan oratorio. Las palabras dejan de estar conectadas entre sí, en el sentido de que no tratan de transmitir ideas, sino sensaciones. Estos que siguen son los primeros versos de su poema más famoso, "L'après-midi d'un faune" o "La siesta de un fauno", y nos servirán de ejemplo: “Estas ninfas quisiera perpetuar.   Que palpitesu granate ligero, y en el aire dormiteen sopor apretado.   ¿Quizás un sueño amaba?Mi duda, en oprimida noche remota, acabaen más de una sutil rama que bien seríalos bosques mismos, al probar que me ofrecíacomo triunfo la falta ideal de las rosas”    Podríamos decir que el simbolismo nace de una antipatía hacia los significados, que disuelve en meras palabras, de forma semejante a como Ortega decía que “el impresionismo nacido de una antipatía hacia las cosas atomiza las formas en puros reflejos: de una jarra, de una faz, de un edificio, pintará sólo la masa cromática amorfa. Y es que no por casualidad ambos movimientos, el impresionista y el simbolista, son coetáneos y está amparados por el mismo espíritu de los tiempos. El impresionismo disuelve los objetos en puras sensaciones, y viene a confluir así con las pretensiones del simbolismo.

La agonía del arte

Joan Miró, Paisaje catalán (El cazador) 1923-24

   El músico Claude Debussy (1862-1918) compuso su obra más famosa, “Preludio a la siesta de un fauno”, influido por el poema de Mallarmé. Su música ha sido considerada también como “impresionista”, a pesar de que él se rebelaba contra esa adscripción. De una manera asimilable a lo que sostenían simbolistas e impresionistas, decía Debussy: “No hay teoría. Sólo tienes que escuchar. ¡El placer es la ley!”[3]. La melodía pierde consistencia en las composiciones de Debussy de la misma forma que el significado lo hace en los poemas de Mallarmé o los objetos en las representaciones del impresionismo. El espíritu de la época estaba divorciándose del sentido para poner en su lugar el sentimiento. Deja de ser preciso entender y lo que vale es lo que sientes. No hay nada que justificar o someter a valoración, simplemente hay que dejarse llevar por las impresiones. Se trata de esconder las cosas y sus significados, lo que equivale a evitar la realidad reduciéndola a asociación de sensaciones.    Concluye Ortega su artículo sobre Mallarmé con esta reflexión: “Mallarmé fue un fracasado, un pájaro sin alas, un poeta genial sin dotes ningunas de poeta, escaso, torpe, balbuciente... ¿La poesía?... Hace tiempo estoy convencido de que la poesía se ha agotado... Cuanto hoy se hace es mero hipo de arte agónico... De pronto se abre en mí un vacío mental: no hallo nada dentro de mí; ninguna idea, ninguna imagen..., salvo esta percepción de vacío espiritual... Pasan entonces a primer término las sensaciones intracorporales y externas: el latido de la sangre en las venas, el zapato de Moreno Villa(4) que está sentado a mi vera y el tronco arrugado de una sófora(5)japonesa que se alza enfrente de mí...”(6). Estaba hablando de sus propias percepciones durante el acto público en memoria de Mallarmé que sirvió de detonante para su artículo. Pero, como de costumbre, hay en Ortega, a mayor profundidad, una segunda intención, esta vez, la de convertir sus sensaciones en metáfora de lo que estaba queriendo decir.


[1] O y G: “Mallarmé”, O. C. Tº 4, p. 481. [2] O y G: “Mallarmé”, O. C. Tº 4, p. 481. [3] Cita recogida del artículo que la Wikipedia dedica a este autor [4] Uno de los asistentes a la conmemoración del XXV aniversario de la muerte de Stephan Mallarmé, a propósito de la cual escribe Ortega su artículo. [5] Una especie de árbol. [6] O y G: “Mallarmé”, O. C. Tº 4, p. 484.

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