Gran parte de esta sociedad vive su fracaso, desasida de asideros consistentes está enferma; con fácil alborozo, se despojó de los valores tradicionales y religiosos, para acomodarse a posturas laicas y agnósticas más o menos generalizadas y ahí tiene los resultados, la agresividad y la violencia, el encono y el odio han venido a rellenar el vacío.
En Seseña, Toledo, una niña acaba de morir, víctima de su propia agresividad y la de su compañera de Instituto. Cuentan que en el mercadillo las vieron discutir y reñir acaloradamente, de allí parece que se citaron en lugar retirado entre los destrozos de una antigua yesera, para ajustar cuentas mediante una seria pelea, tanto fue en serio que la de catorce años acabó con esta de trece por los golpes y su derribo a una fosa profunda, en la que acabó muriendo desangrada sin auxilio.
El odio y el rencor de tanta y honda frialdad lleva a este extremo de violencia a dos crías; la inhumanidad impide a la vencedora salir corriendo, al verla caída en la fosa, a pedir ayuda y salvarle la vida. ¡Tanto es el abismo de crueldad, de desprecio por la persona, que no se estremece la conciencia ni un ápice en los cuatro días que mantuvo el silencio del abandono en la fosa! ¿No hay sentimiento alguno de bondad y remordimiento? No queda resquicio de temor y responsabilidad. Se ha instalado el relativismo y el hedonismo, se impone el dar salida a los instintos, a satisfacer las bajas pasiones. Y dos niñas actúan como dos matones que se citan, se ensañan y se retan en un vil e insulso desafío.
Las causas son variadas y confluyentes. Los padres, los educadores primarios y fundamentales, procedentes ya de esas LOGSES lúdicas y permisivas, no pueden ni saben educar, andan temerosos y desbordados por los influjos sociales y por su propia cesión continua a los gustos y caprichos y a la permisividad ambiental. La escuela tampoco viene a educar y reparar las deficiencias de un sistema educativo que deseduca, aburre y desincentiva, al desechar la exigencia, el deber, la disciplina y el respeto. El martilleo de unos programas de televisión que, fomentando lo soez y lo infame, muestran el triunfo de la grosería, la zafiedad e insolvencia, escenifican riñas y peleas vecindonas y pagan la incultura y el descalabro. Y unas leyes ingenuistas de visos rouseuanianos que conceden muchos derechos y pocos deberes, que favorecen los logros y artimañas de los niños frente a los padres y educadores, que hacen imposible la convivencia y la educación, con un excesivo proteccionismo del menor que puede denunciar al progenitor y, aún siendo asesino declarado, burlar las actuaciones policiales y legales y salir a la calle. Son las consecuencias del falso y fatuo progresismo, que, en lugar de incitar el avance social, retrotrae y abisma.
C. Mudarra
Revista Política
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