La alargada sombra del horror. Parte III

– ¡Anda! Pues luego lo dejo debajo de la almohada – dijo mostrando entusiasmo.

– Mike, termina el desayuno y luego te vas a jugar con tu padre.

Mike devoró con avidez la tortita, la cual había sido testigo de tan majestuosa caída libre.

– ¡Terminé! – con chocolate alrededor de su boca.

– Mike, mientras acabo de leer el periódico, baja al sótano y come el bate, el guante y la pelota. ¿Vale hijo?

– Vale, pero antes voy a dejar el diente, que si no se me olvida, y me quedo sin regalo – dijo Mike con una ilusión palpable.

Mientras iba a su habitación su imaginación empezó a apoderarse de él, imaginando todos los posibles regalos. Cuando entró en su habitación, su cama se encontraba hecha; un suave viento movía ligeramente las cortinas, renovando de aire limpio su acogedor territorio. Depositó el diente debajo de la almohada, enfiló sus pasos hacía el sótano.

El sótano se encontraba frío, bien iluminado, en nada parecidos a los tétricos sótanos de las películas de miedo. Mike a sólo un peldaño de escalera por bajar, empezó a divisar donde estaba el bate y sus complementos.

En la estantería de los juegos, como la llama Mike, cogió el bate, el guante y la pelota, con las siglas de NY. Cuando se dirigía a subir las escaleras, un ruido le sobresalto, dejando caer la pelota. Avanzó unos metros en la dirección del ruido. Flexionando sus pequeñas piernas recogió la pelota, sus ojos se dilataron, como un globo de helio, quedando su cuerpo petrificado.