Revista Cultura y Ocio

La alegría ah la alegría

Por Calvodemora
Creo firmemente en la alegría. Creo en la alegría por encima de la felicidad. A la felicidad le encomendamos excesivos oficios. En ocasiones malvivimos porque estamos empecinados en ser felices y, a la menor contrariedad, en cuanto se nos tuercen un poco las cosas, nos afiliamos a la tristeza, al desencanto, al gris como color favorito. Vivir, a pesar de algunos contratiempos, es maravilloso. Una vez que aceptamos la alegría y la buscamos con denuedo, lo demás viene por añadidura. Ninguna recomendación más higiénica, de más sano interés que ésta: buscar la alegría, inclinar el alma y el cuerpo a su centro exacto y sorberla sin decoro, abrevando la testuz, perdiendo las formas, caso de que tuviésemos y en alguna ocasión hubiesen sido útiles en algo.
Creo firmemente en la alegría. Creo en la alegría por encima de la felicidad. Incluso a veces, es cierto que únicamente en muy contadas ocasiones, la alegría se instala en el lugar en donde antes reinaba el placer. El placer es un invento de la oscura maquinaria genética que el azar o las cuerdas secretas del universo nos instalaron en el sistema nervioso para perpetuar la especie. Existimos en este puñetero mundo porque traer hijos al mundo da un placer enorme. Si no fuese así, si la alegre coyunda no nos transportara el cielo puro de la contemplación mística, hace tiempo que la raza humana andaría flaca de especímenes. Pero con la alegría no se juega a los médicos. La alegría está ahí sin un motivo oculto: está para ensancharnos el pecho y hacernos creer que éste es el mejor de los mundos posibles. Alegres, somos invencibles. En la tristeza, en la pobreza del ánimo, somos frágiles. Las guerras las pierden los débiles en alegría: las ganan incluso cuando pierden. Sucede este contrasentido porque el derrotado, en su alegría, desestima la posibilidad de darle importancia a esa derrota. Será verdad eso de que toda pasa en el cerebro. Que fuera de lo que pensamos nada existe. Fuera de este texto el mundo es irrelevante. Me voy esta noche a la cama pensando, pasillo abajo, que soy el tipo más feliz del mundo. Y sonrío en mi engaño. Y me acuesto engañado y satisfecho. Como un tonto que ignora su condición y se emboba admirando la tontura del resto. Tengan ustedes muy buenas noches y sean felices en lo que puedan. O alegres. O las dos cosas. Qué trabajo cuesta ese esfuerzo por un ratito.

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