La alegría de la huerta
El otro día descubrí en casa una fotografía antigua y muy reveladora. Hace como quinientos años, mi hermano y yo visitábamos con nuestros padres a unos amigos y a sus hijos en el Puerto de la Cruz. Debían ser los Carnavales, porque al poco de estar allí nos enseñaron los fantásticos disfraces de los otros hermanos, unos monos elásticos del Hombre Araña y el Capitán América que resultaban, o eso nos parecía entonces, mucho más molones que nuestros trajes de indio, vaquero, mosquetero o ¡bolsa de basura! (sí, mi madre nos disfrazó un verano de desecho, pero esa es otra historia). El caso es que los cuatro adultos decidieron que nosotros, dos pobres niños sin disfraz chachón, nos probáramos las mallas de superhéroes y nos hiciéramos unas fotos para, a continuación, arrancárnoslas y devolvérselas otra vez a sus legítimos propietarios. Una crueldad manifiesta que tuvo estas imágenes como resultado.

Al encontrarlas después de los siglos no pude evitar colocarlas una al lado de la otra sobre la mesa. El de la izquierda, como podrán comprobar aquellos que me conozcan, no soy yo. Es mi hermano, el gracioso e ingenioso de la familia, metido de lleno en el papel de Spiderman. Mi padre lo contempla con orgullo, admirando las dotes interpretativas de su vástago menor. En primer término, unas cholas horribles con calcetines de los años 80, imagino que del fotógrafo, apuntan hacia una caja de Coronas que yace sobre la alfombra. En esta imagen todo es felicidad, heroicismo, salvación, el testimonio de una época gloriosa en la que comenzaba a forjarse el estado del bienestar español.
Pero a la derecha, en la otra foto, aparezco yo. Observen la pose y el porte. Un desastre total. El traje me queda dos tallas grande, las rodilleras están sucias y las alas de la capucha torcidas. Por no hablar de la caída de los agujeros de los ojos: ¿Cuándo se ha visto a este personaje, azote de los nazis y capaz de derrotar al maléfico Cráneo Rojo, con una cara de dos metros? ¿Qué sádico juguetero diseñó esta pesadilla infantil?
A todas estas, mi madre contempla la estampa como pensando: “Tiene menos gracia que una chuleta de Sajonia”. Yo, pobrecillo, no sé dónde meterme mientras escucho cómo se me pide, insistentemente, que me coloque así o asá, que me imagine que soy el personaje. Lamentablemente, a lo que más llego es a Sargento El Sobradillo, Cabo Cenizo o quizás sí Capitán América, pero implosionando después de ser derrotado, vapuleado y escupido por Magneto.
Después de los años sé que jamás, aunque tuviera ocasión, podría trabajar en Paramount Comedy. Los domingos, cuando nos reunimos en familia y sale el tema de mi gracia natural, suelen bromear diciendo que soy “la alegría de la huerta”. Y yo siempre pienso, aunque nunca lo digo, que en mi caso la procesión va por fuera y el Carnaval por dentro. Al revés del pepino.
