En llegando a final de mes, el común de los mortales, a los que no les ha tocado una Lotería Primitiva, se encuentra con que le gustaría que aquella carretada de facturas que acechan con la malsana intención de ser cobradas se convirtieran, por arte de una varita mágica, en billetes de 500 euros limpios de polvo y paja. Evidentemente, por soñar que no quede, pero la realidad dice que, o te deslomas trabajando por cuatro perras, o aquellas facturas no van a ser tan fáciles de pagar. No obstante, las ganas de buscar soluciones imaginativas para conseguir dinero fácil han existido desde siempre, estando esta motivación tan "filantrópica" tras el origen de la alquimia, la precursora de la química moderna, que pretendía conseguir la piedra filosofal para convertir el plomo en oro. Muchos hubo que lo intentaron, pero nadie la encontró... ¿o sí? Cuentan las crónicas que un tal Nicolas Flamel, no solo la consiguió, sino que, encima, logró el elixir de la eterna juventud. ¿Cómo se le queda el cuerpo?
Una de las visitas más decepcionantes que he tenido nunca fue la mítica Fuente de la Eterna Juventud, ubicada en la Bretaña francesa. La imagen que podemos otorgarle a aquella fuente de la cual tanto hemos escuchado hablar, aunque la edad no me permita ser tan naïf como para creérmela, se desmorona a cachos cuando ves que "aquello", más que fuente no pasa de ser una vulgar gorrinera fangosa. Sea como sea los anhelos de conseguir la vida eterna y la riqueza sin límites, casi se podría decir que son inherentes al alma humana desde la más lejana antigüedad y, sobre ello, han corrido ríos de tinta desde que el hombre aprendió a leer y escribir. Justamente por esto mismo, en 1355 cayó en manos de un copista francés llamado Nicolas Flamel, un ejemplar del Aesch Mezareph (Fuego Purificador), un pequeño tratado de 21 páginas, escrito en hebreo por el cabalista judío rabí Abraham donde, de forma encriptada, se explicaría el secreto para obtener la piedra filosofal.
Flamel, personaje histórico totalmente real y documentado, nació en Pontoise (hoy área metropolitana de París) en 1330 y, según cuentan las crónicas, dedicó 21 años de su vida en intentar descifrar lo que decía aquel libro. De hecho, Flamel era hijo de un copista hebreo converso al cristianismo -amistosamente convencido, fijo- por lo que conocía la lengua en que estaba escrito, pero sus conocimientos no le daban para llegar a descifrar el lenguaje simbólico ni, sobre todo, las enigmáticas ilustraciones que llevaba incluido el libro. Ello hizo que decidiera emprender un viaje hacia Santiago de Compostela en búsqueda del saber que se atesoraba en los reinos cristianos peninsulares como fruto del contacto con la potentísima cultura árabe existente en Al-Andalus ( ver Silvestre II, el genial papa que trajo las matemáticas árabes a Europa ). Saber que halló en la persona del Maestro Canches, rabí de León, que le enseñó a desentrañar lo que aquellas escrituras decían y que pondría en práctica al volver a París.
La biografía de Nicolas Flamel dice que en 1370 casó con la dos veces viuda Perenelle, la cual, por lo visto, tenía una importante cantidad de riquezas acumuladas de sus diversos y desgraciados matrimonios (la peste, por aquel entonces, hacía estragos, ver Caffa, las catapultas que bombardearon la peste a Europa ). Ello y las habilidades inmobiliarias del copista hicieron que la fortuna de la pareja se disparara, curiosamente, a la vuelta del viaje a tierras compostelanas. Esta súbita riqueza, que se empezó a reflejar en la financiación a troche y moche de edificios y construcciones de tipo filantrópico y religioso (aún hoy se conserva una casa construida por Flamel en el 51 de la calle Montmorency de París) despertó los rumores de su origen, la cual, para las hordas de paisanos ignorantes y analfabetos, solo podía haber salido de sus oscuros conocimientos de alquimista: tenía que haber conseguido la piedra filosofal. La habladuría se hizo viral como una " fake new" cualquiera y su fama envolvió toda su vida y todo lo que tocaba. Incluso se especulaba con que el propio rey Carlos VI de Francia le hubiese pedido hacer servir su capacidad de transformar el mercurio en oro para llenar las vacías arcas de la corona.
En 1397, Perenelle murió y en 1418 hizo lo propio Nicolas Flamel, el cual fue enterrado, junto a su esposa en el cementerio de Sant Jacques de la Boucherie, en París. No obstante, la liebre saltó tiempo después cuando, en una exhumación de la tumba de la pareja, se descubrió que, en su interior, no había ningún cadáver. ¿Dónde estaban los cuerpos de Flamel y Perenelle? Nadie pensó que, debido a su fama de cabalista y alquimista, posiblemente hubieran sufrido el expolio de su tumba, sino que dicha ausencia dio alas al convencimiento de que, con la piedra filosofal, además de convertir los metales en oro, habían descubierto el elixir de la vida eterna. Según la rumorología, primero Perenelle se habría ido a vivir a Suiza -si eres rico, dónde si no- y en 1418 (21 años después, ya es casualidad), Flamel, tras morir "aparentemente", procedería a ir a buscarla y a seguir con su vida eterna viajando por el mundo y alejándose de su anterior vida.
A partir de este momento, la leyenda de Flamel, Perenelle y su inmortalidad se mantienen en el tiempo y en el espacio. De hecho, Flamel habría escrito la obra " El libro de las figuras jeroglíficas" en 1399, donde se explicaría la fórmula de la piedra filosofal -que por lo visto de piedra tenía poco, al ser un polvo granulado- y habría descrito toda su peripecia para llegar a conocer el gran secreto. No obstante, no nos ha llegado ningún original ni de este libro, ni del Aesch Mezareph, y ambos se conocen por referencias y porque un tal Arnauld de Cabalerie hizo en 1612 una reedición de dicho libro. Autor que, detrás de ese seudónimo, escondería a Béroalde de Verville o, lo que es lo mismo, al mismísimo Nicolas Flamel que, disfrutando de su inmortalidad, decidió reeditar ese tratado de alquimia.
Por si fuera poco, durante el siglo XVIII fueron diversos los autores que aseguran haber tenido conocimiento de la existencia todavía de Flamel y Perenelle. En 1712, el escritor Paul Lucas cuenta la historia de un derviche ( ver El hipnótico ciclo eterno de los derviches giradores ) que tuvo la oportunidad de verlo en la India en 1709; entre 1747 y 1754, Flamel se habría entrevistado en persona con el Conde de Desalleurs, embajador francés en Estambul, y en 1761 se habría dejado ver con Perenelle y un hijo que habían tenido ambos, acudiendo a una representación de ópera. De esta forma, el mito del alquimista eterno se mantuvo -y se mantiene- vivo hasta la actualidad.
El desarrollo de las ciencias modernas, y con ellas el conocimiento de las leyes que rigen la química y la física, hicieron que la misteriosa y supersticiosa alquimia dejara de tener interés para los círculos más intelectuales de la sociedad. No en vano, la transmutación de los metales en oro es perfectamente factible y viable, ya que, por ejemplo, solo has de quitarle un protón a los 80 que tiene un átomo de mercurio para dejarlo con 79, que es lo que tiene el átomo de oro (las reacciones nucleares que necesites para hacerlo es otro cantar). No obstante, el halo de misterio y de saber oculto que tiene tras de sí la alquimia hace que, aún hoy día, sea un conocimiento enigmático y seductor. Un conocimiento fascinante y secreto, solo apto para iniciados, que mantiene al margen de la cruda realidad -talmente como al inmortal Nicolas Flamel- aquel sueño recóndito, infantil e inocente de poder conseguir la vida eterna y la riqueza sin límites con el simple toque de una humilde piedra.