El Papa Benedicto XVI ha tenido unas declaraciones muy recientes y, una vez más, bastante polémicas en relación a la cultura y sensibilidad de nuestros tiempos. En una recepción para diplomáticos, la cabeza de la Iglesia Católica se pronunció sobre el matrimonio gay diciendo que este era una amenaza para “el porvenir mismo de la humanidad”.
No quiero extenderme demasiado puesto que sobre este tema ya me he pronunciado. Solo quisiera señalar que es penoso ver cómo la máxima autoridad de una institución de la cual personalmente me siento parte tiene una mirada tan anquilosada de las cosas, sin capacidad de abrir espacio a nuevos elementos de la cultura y de la historia que van revelando con solidez la necesidad de que los derechos de personas con orientaciones sexuales distintas a las tradicionalmente aceptadas sean respetados. No sólo eso, estudios de psicología han mostrado ya que niños provenientes de familias con padres del mismo sexo no tienen ninguna desventaja comparativa en su formación como personas. La única desventaja, eso sí, es la de tener que convivir con sociedades homofóbicas que aún hacen mella de la diferencia sexual. Pero ese no es un “problema gay”, sino una señal de la miseria que aqueja a los seres humanos.
Lamentablemente, la Iglesia, con el ánimo de conservar ciertos valores lo único que genera es más distancia de la mayoría de la gente. Se encierra sobre sí obteniendo solo el respaldo de grupos fundamentalistas e integristas que esperan la vuelta a un viejo orden que nunca regresará. Entre tanto, en ese afán de “conservar” lo que consideran bueno, noble y verdadero, no se dan cuenta de todo lo que dejan pasar. No notan cómo ponen al lado del camino, como no lo hubiese hecho Jesús, a aquellos que opinan de modo diverso o, en este caso, a quienes tienen una orientación sexual distinta a la que la jerarquía eclesial, no la revelación cristiana, considera correcta. A veces cuesta tanto aún considerarse parte de una institución de la que cada vez más cosas nos separan…pero como diría mi muy querido Gustavo Gutiérrez, según cuenta Pilar Coll, “será vieja, gorda y fea, pero es mi madre y la amo”. Muchos me preguntan por qué no me he separado abiertamente de la Iglesia y es, básicamente, por eso, porque tengo una relación filial con ella, porque ella me ha dado mucho a mí y a la humanidad; aunque habría que ser ciego para negar las cosas que también le ha quitado. Quizá una de las muchas aristas del problema consista en ver amenazas donde no las hay, por temores que revelan más miserias humanas que una genuina defensa de cuestiones sagradas. Toca ya liberarse de ataduras ideológicas, de amenzas fantasma.